Cepyme: un resultado electoral que acelera un cambio estructural
«La CEPYME que soñamos no cabe en el traje de la vieja política empresarial. Es hora de hacer uno nuevo. El nuevo traje de la representación empresarial no puede confeccionarse con los patrones del pasado»

Ángela de Miguel. | Fernando Sánchez (Europa Press)
Este martes, con una diferencia de apenas 30 votos, Ángela de Miguel ha sido elegida presidenta de Cepyme. En primer lugar, toca felicitarla y desearle suerte. Porque liderar una organización como esta requiere más que apoyos estratégicos: requiere proyecto, convicción, independencia y coraje.
Una victoria con demasiados padrinos
Pero que nadie se confunda. Esta no es solo la historia de una victoria. Es la crónica de una lucha profundamente desigual. Ángela no ha ganado sola. Lo ha hecho con el impulso decidido de quienes, desde otras atalayas del poder empresarial, han movido cielo y tierra para evitar que Gerardo Cuerva siguiera siendo la voz libre e incómoda de las pymes españolas.
Se ha ejercido presión. Mucha. A veces sutil, otras no tanto. Se han deslizado amenazas, se han activado resortes internos, se han enviado mensajes a presidentes de organizaciones territoriales del tipo: «Si no haces esto, te haremos una moción de censura». ¿Ese es el modelo? ¿Así se construye una organización moderna, democrática, viva?
También ha habido injerencias externas. ¿Cómo hemos llegado al punto de que se pida a un candidato que no se presente porque «molesta»? ¿Cómo permitimos que se interfiera desde el poder político en el proceso interno de elección de nuestros representantes empresariales? ¿Dónde ha quedado la independencia? ¿Dónde el respeto a las bases?
Un modelo agotado
Lo ocurrido este martes va más allá del resultado. Es el síntoma de una crisis de modelo. Seguimos gestionando nuestras organizaciones como en los años 80, como si nada hubiese cambiado. Pero el mundo ha cambiado. El tejido empresarial también. Estamos en el siglo XXI. Hablamos de digitalización, de inteligencia artificial, de nuevas formas de trabajo, de sostenibilidad, de talento joven, de empresas emergentes que nacen ya globales… ¿Y seguimos negociando, presionando y eligiendo con lógicas de poder trasnochadas?
La derrota de Gerardo Cuerva, ajustada y digna, no marca el final de una etapa, sino el principio de una revolución necesaria. Él ha representado otra forma de hacer las cosas: con autonomía, con ideas, con voz propia. Ha hablado claro cuando otros preferían el silencio. Ha defendido a las pymes cuando se les ignoraba en la mesa de negociación. Ha plantado cara cuando se quería imponer un camino único. Y esa actitud ha calado. El margen de la derrota no lo explica todo, pero sí algo muy importante: hay una masa crítica que quiere cambio. Que quiere verdad. Que quiere una representación empresarial que no se parezca a un despacho cerrado, sino a un ágora abierta, plural y viva.
Esta semana hemos perdido una batalla. Pero lo que está en juego no es un sillón, sino un modelo. No es solo una persona, es una forma de entender el liderazgo empresarial: no desde la obediencia, sino desde la escucha. No desde la imposición, sino desde la conexión con la realidad de miles de pequeñas y medianas empresas.
El interés común, el gran ausente
El interés común, ese que debería ser el motor de toda organización empresarial, se ha convertido en el menos común de los intereses. Se habla en su nombre, pero rara vez se actúa pensando en él. En su lugar, prosperan los equilibrios de poder, los pactos tácitos entre cúpulas, los silencios estratégicos y las decisiones tomadas para conservar posiciones, no para transformar realidades. Cuando representar a las pymes deja de ser un fin y se convierte en un medio para consolidar poder, algo se ha roto. Y lo que se rompe, si no se repara, se convierte en un lastre.
Cepyme no puede permitirse ser rehén de los intereses particulares de unos pocos. Ni puede convertirse en una sucursal de voluntades ajenas. Porque si quienes dirigen nuestras organizaciones empresariales no son capaces de defender el bien común —el de miles de empresas que sostienen el empleo, el territorio y el futuro—, entonces, ¿para qué sirven? Recuperar el interés común exige valentía. Y esa valentía ha perdido por 30 votos. Pero ha ganado algo más importante: ha demostrado que está viva, que no se rinde y que cada vez somos más los que no estamos dispuestos a seguir callando.
¿Cómo hacer un traje nuevo?
La Cepyme que soñamos no cabe en el traje de la vieja política empresarial. Es hora de hacer uno nuevo. El nuevo traje de la representación empresarial no puede confeccionarse con los patrones del pasado. Necesitamos rediseñar las estructuras desde tres principios irrenunciables: pluralidad, transparencia y autonomía.
Primero, pluralidad real. No todas las empresas son iguales, ni sus problemas, ni sus capacidades, ni sus voces. Cepyme debe representar desde la pyme más tradicional hasta la startup tecnológica más innovadora. No se puede hablar en nombre de todos cuando se silencia a muchos.
Segundo, transparencia radical. Las decisiones, las negociaciones, los pactos… no pueden tomarse en despachos cerrados. Deben explicarse, discutirse y validarse. Ya no vale decir «esto es así porque siempre ha sido así». Hay que abrir las ventanas, dejar entrar la luz y, sobre todo, permitir que los socios tengan información y opinión.
Tercero, autonomía verdadera. La representación empresarial no puede estar subordinada ni a intereses políticos ni a presiones verticales. Las organizaciones empresariales deben ser libres, como libres son las empresas a las que representan. No puede haber más llamadas de teléfono que corten candidaturas, ni más candidaturas impulsadas por favores o castigos.
Además, hay que renovar los métodos. Incorporar herramientas digitales para la participación, establecer mecanismos de rendición de cuentas internos, limitar los mandatos, profesionalizar la gestión, abrir canales reales de escucha con los asociados, y fomentar el relevo generacional y la presencia activa de mujeres y jóvenes empresarios en los órganos de decisión.
Una nueva etapa empieza
En definitiva, hay que dejar de parecer modernos y empezar a serlo. Hacer que nuestras estructuras estén a la altura del tejido empresarial español del siglo XXI. Porque quienes innovan, arriesgan, contratan, invierten y crean valor no pueden estar representados por una lógica de control, sumisión o reparto de poder de otra época.
Ese es el traje nuevo que necesitamos. Y no vamos a esperar a que nos lo hagan: vamos a coserlo nosotros. Con decisión. Con participación. Con convicción. Porque las pymes no necesitan servidumbre: necesitan liderazgo.