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Opinión

El nuevo descenso a los infiernos de Kiko Rivera

«¿Y qué contenido crea?, se preguntarán ustedes con toda la razón del mundo. Pues, en realidad, ninguno»

El nuevo descenso a los infiernos de Kiko Rivera

Ilustración de Alejandra Svriz.

Sin el apoyo emocional de su madre, esa Isabel Pantoja que presumía de su «maravilloso ser» cuando no se lo había olvidado en casa y podía lucirlo sobre el escenario como su bien más preciado, y sin el otrora habitual paso por caja para confesiones, polígrafos y exclusivas propias de un género que explotó en todos los formatos posibles gracias a Mediaset, Kiko Rivera se tiene que buscar las castañas como uno más. Pero no es uno más. Hay que reconocerle el mérito al chaval a la hora de encontrar la salida más rentable, pero que requiera el menor esfuerzo posible. Eso es un don, se tiene o no se tiene, y Kiko lo tiene. De otra manera no se entiende su carrera como DJ y ahora, como influencer o creador de contenido.

¿Y qué contenido crea?, se preguntarán ustedes con toda la razón del mundo. Pues, en realidad, ninguno. Kiko Rivera solo habla de sí mismo, de sus cosas, convirtiendo así a Kiko Rivera en un género per se con 1, 1 millones de seguidores en Instagram. Todo un hallazgo. Parte con la ventaja de que su prima Anabel (2 millones de seguidores, ojo al dato), otra que tal, sube vídeos del mismo corte y, por lo que sea, siempre es noticia: que si ahora engorda, que si ahora es detenida… ¡Chica, qué sinvivir! Anabel también es un género en sí misma, con lo que retroalimenta el apellido Rivera, del que Isa Pi (793.000 seguidores) se beneficia, por mucho que juegue a renunciar a él, para vendernos su rollo lifestyle.

Nunca tantos han facturado tanto por tan poco.

Pero a Kiko le ha llovido del cielo una nueva ilusión, un reto para el que ha empezado a prepararse y con el que ha comenzado una vida de sacrificios, una suerte de infierno en vida, que comparte minuto a minuto para presentarse ante el mundo como un héroe incomprendido. Kiko ha decidido competir en el I Mundial de Creadores de Contenido que se celebrará el próximo mes de septiembre en Johor, Malasia, en el que ocho equipos internacionales se enfrentarán en un torneo de fútbol 11. Vamos, que si Ibai ha apostado por lo de zurrarse en el ring, a Kiko le ha dado por ser el nuevo Maradona, pero no tanto por el uso de sustancias blancas y estimulantes, sino por su dominio del balón.

Con esa meta en mente, el artista antes conocido como Paquirrín ha iniciado su diario con una premisa: «Empieza el reto más grande de mi vida. Y para estar a la altura necesito transformarme física y mentalmente». Tiene seis meses para obrar el milagro. Recuerdo que, para su fichaje en Supervivientes, superó las pruebas médicas por los pelos, porque se constataba su escasa capacidad pulmonar y, por consiguiente, sus previsibles problemas de resistencia en las pruebas físicas.

Kiko y el tabaco eran pareja de hecho, una muy estable, pero eso ha publicado el post de sus primeras 48 horas sin fumar como si fuera el décimo milagro de Fátima. Otro sacrificio es el de la comida: «No os voy a mentir, la dieta no la estoy llevado como debiera. Me la he saltado más veces de lo que me gustaría admitir. Para alguien que ha comido toda la vida lo que le ha dado la gana, esto es un reto real. Pasar de la pizza a pechuga, de croquetas al brócoli, cuesta. Y mucho. Pero no vale entrenar como un animal si luego comes como un ‘gremlin’. Así que hoy cambio el chip». Con chip se refiere al circuito integrado, no a la papa frita, que ésa no la cambia.

Una de las ventajas que tienen sus vídeos motivacionales es que pueden ser considerados un drama o una comedia, el espectador decide según su estado de ánimo: ahí está el muchacho sudando la gota gorda, retransmitiendo el dolor, desfondándose en directo, más cercano al Andrés Pajares de Yo hice a Roque III que al Rocky de Sylvester Stallone. Pero la vida no es justa. Y la alegría dura poco en la casa del pobre. Kiko se ha lesionado: «El otro día en pleno entreno noté que algo no iba bien. Sabía que me había hecho algo, pero no sabía el qué. Pues nada, me he roto el oblicuo. ¿Pero yo tengo oblicuo? Esa fue mi reacción». ¡Pues claro que tienes oblicuo, Kiko! Y más cuento que Calleja.

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