Melody se ha metido en un jardín de espinas y rosas
«Todo han sido balones fuera, como si nadie, salvo ella, hiciera las cosas bien»

La cantante Melody.
Vista la expectación de su rueda de prensa a la vuelta de Eurovisión, con todos los magacines verpertinos retransmitiendo en directo -una señal daba también el canal informativo 24h como si fuera el anuncio del alto el fuego en Gaza-, no es de extrañar que Melody se sintiera al fin la diva que el voto popular del concurso de la canción se empeñó en no reconocer. Melody no defraudó. Bueno, lo hizo para muchos con su actitud soberbia, pero no lo hizo en cuanto a generar espectáculo: eso lo bordó, que para eso ya anunciamos en una columna anterior que la niña de los gorilas tiene el don de comunicar como las grandes folclóricas que nos ha dado la música española. Hasta 187 veces llegó a emplear el pronombre personal tónico de primera persona del singular, ese yo que tan bien han manejado las grandes, desde Lola Flores a Rocío Jurado. Que su puesto sería muy bajo, pero ella tiene el ego bien alto.
Uno escucha a la cantante y lo que percibe es una falta absoluta de autocrítica. Con respecto a su lugar en el concurso, antepenúltimo, desde aquí le rindo un cariñoso homenaje al mítico Joaquín Luqui, cuya muletilla “tú y yo lo sabíamos” describe a la perfección una realidad que ya anunciamos desde estas líneas: estábamos condenados desde el minuto 1 porque la canción es más antigua que el hilo negro. No la salvaba nadie, por mucho revamp que le hicieran. Que sí, que Melody pisó con aplomo el escenario y afinó el famoso/dichoso agudo. Pero ni conspiraciones ni gaitas, querida, así que, antes de nada, aclaremos ciertos puntos:
1. El cartel de TVE en defensa de los derechos humanos solo se emitió en España el día de la final. El jurado no pudo verse influido por ello porque su voto se había emitido la víspera durante una gala celebrada exclusivamente para ese proceso.
2. La televisión suiza no puso ningún cartel que pudiera interpretarse como un ataque a Israel y, sin embargo, batió un récord histórico: fue la segunda más votada por el jurado, pero se quedó con 0 en el televoto. Estamos hablando de una diferencia de 214 puntos. Ahí es nada. Y la BBC, otra que tal baila: sin cartel y sin estrenar el marcador popular.
Cuando Melody recibió el triste apoyo del público europeo, despertó del sueño en el que ella misma se había sumido. Y el despertar fue duro: se refugió en su casa, anuló su agenda y, alimentando el eurodrama, convirtió su cita con la prensa en un espectáculo que le permitiera convertir ese fracaso en un éxito económico, una lanzadera para su carrera musical. Todo han sido balones fuera, como si nadie, salvo ella, hiciera las cosas bien.
¿Habría suspendido su visita a La revuelta de haber ganado? Ni de coña. Allí habría estado ella exhibiendo orgullosa el micrófono de cristal. Vamos, eso lo sabe hasta el Tato, que en paz descanse. Y cuando Broncano mostró su decepción por esa ausencia, la cantante decidió entrar al trapo -que si la salud mental, que si la burla, que si las audiencias-, sabedora de que esa guerra interna la beneficiaba para cualquier fichaje externo.
Así ha sido: la veremos en El hormiguero, para el que ha cerrado una entrevista con una actuación musical (también, al parecer, su participación como concursante en El desafío, de la misma productora), y ha iniciado una negociación con Mediaset que, según diversos medios, puede batir récords: se habla de un caché de 150.000 euros para una entrevista de 90 minutos en De viernes. Y el valor de ese programa solo se entiende si alimenta el conflicto con nuevos frentes, trapos sucios y polémicas anécdotas.
Mientras tanto, un dato: el 26 de junio tiene previsto un concierto en Dos Hermanas, Sevilla, para el que el Ayuntamiento ha dispuesto de un presupuesto de 119.790 euros. Hace dos años, por una actuación similar en su pueblo, cobró 13.890 euros. Hablamos de una revalorización de la artista de casi un 750%. No está mal para alguien que quedó a la cola.
En cuanto a su ideario, Melody dejó claro que ella es artista, no política, aunque no sea consciente de que esa declaración es, de por sí, un acto político. Todo en este mundo es política, mal que le pese. Pero, como la folclórica que es, ha querido esquivar el compromiso en un conflicto radicalizado donde todo apoyo es malinterpretado por la otra parte. Su intención es no perder a la mitad de su público sin darse cuenta de que, cuando una diva ni es valiente ni poderosa, puede perderlo todo.
Melody no es una croqueta, no puede gustar a todo el mundo.