The Objective
Hastío y estío

Luis Enrique presidente

«Alguien que solo se rinde cuando está muerto, o ni siquiera. Un ejemplo de resiliencia donde fijarnos todos»

Luis Enrique presidente

Luis Enrique alzando el trofeo de la UEFA Champions League. | Reuters

Hace casi tres meses en este periódico escribí un artículo titulado «Luis Enrique, patria querida». En el último párrafo decía que la vida era una sucesión de cosas inevitables y que solo tener las ideas claras ayuda a dotarla de un sentido. Entre esas cosas inevitables estaba que este sábado se proclamara campeón de Europa al ganar la Champions League. Un ejemplo claro de quien la sigue la consigue. Alguien que solo se rinde cuando está muerto, o ni siquiera en ese momento. Un ejemplo de resiliencia donde fijarnos todos

Si Luis Enrique fuera nuestro presidente, y no el Terminator cada vez menos guapo y cada vez más estropeado, todo nos iría bastante mejor. Sería un presidente de ideas claras y mensajes cristalinos. Sería imposible malinterpretarle, y su honestidad brutal no sería para dar el cante ni siquiera a lo Calamaro, única forma que también aceptaríamos. El asturiano no es que no sepa mentir, sino que no cree que sea necesario hacerlo. Lo ve como una muestra de debilidad y de no confiar en que tu propuesta de vida es la acertada. Mantenerte en lo que crees porque sabes que es bueno para ti y los tuyos, aunque el tiempo a veces retrase su llegada más de lo esperado. Sánchez como no tiene argumentario, lo cambia constantemente quedándose temporalmente con el que más le beneficia, y así hasta que llegue otro donde ese beneficio se mantenga o crezca. 

Luis Enrique cree en lo que dice, y lo demuestra con su ejemplo. Su seguridad nace de su trabajo personal. El que se recluye en la Moncloa sabe que lo que dice es proporcional a lo que le beneficia, pero ni practica con el ejemplo, ni mucho menos lo cree. Luis Enrique solo busca la paz y la tranquilidad que le da hacer las cosas, ya sea en lo laboral o en lo personal. Llevar una vida consecuente y de la que no arrepentirse. No fallarse a sí mismo, y que las interferencias externas no le afecten en absoluto a conseguir sus objetivos. Valorar a las personas por lo que suman, y si restan hacérselo saber de manera que no haya duda. 

Un Luis Enrique que uniría España bastante más que cualquiera de nuestros políticos. Un asturiano que estuvo en Madrid y Barcelona como jugador, y en esta última también como entrenador, con el que también ganó la Champions. Qué fue seleccionador de España, y que en este puesto tuvo muy mala suerte. Un gijonés de 55 años que habla el catalán y defiende su uso cultural, que es un defensor de ese pueblo y de sus costumbres, pero que para él eso no es incompatible con sentirse español y estar orgulloso de haber defendido la camiseta de España como jugador y entrenador. Buscar lo que nos une y no lo que nos separa. No comprarle a los radicales, su mercancía averiada de ambos bandos. Luis Enrique se sabía querido en toda Cataluña ante su antimadridismo más que confeso, pero eso no le hizo dudar cuando tuvo la propuesta para ser el seleccionador nacional de su país. Sabe que quien le quiera lo tiene que hacer con el paquete completo del que está hecho, y que quien vea incoherencias en ello, solo tiene que mirarse a sí mismo, o ir al otro lado y ver cómo se comporta el presidente del Gobierno.

Un tipo que consigue hacer trabajar a Dembélé, tiene que ser de una pasta especial. Convencerle de que en la final del pasado sábado se dedicara a correr y a presionar como si fuera un perro rabioso e incansable, habla de su labor no solo táctica y técnica, sino también psicológica. Un jugador, el francés, que llevábamos años dudando de si estaba despierto o dormido, o si directamente era un zombi que pululaba por el césped. Algo que no consiguió con Mbappé, a quien también se lo pidió, pero este decidió no hacerle caso ni a él ni a Ancelotti un año después. La consecuencia es que la Champions se aleja de él. Ante su pasotismo, el desprecio de esta. 

Xana, la hija de Luis Enrique que tuvo que dejar este mundo, volvió para estar en primera fila del lugar que sabe que hace más feliz a su padre. Correteó sobre la hierba del terreno de juego y se puso la camiseta de su padre. Luis Enrique también se había puesto la suya, para hacer de ese intercambio un momento único, mágico, irrepetible. Ambos clavaron la bandera del PSG, como lo habían hecho años atrás, cuando ganaron la copa de Europa de manera corpórea. Fue un acto de sentido y sensibilidad, como hace las cosas siempre Luis Enrique.

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