Afra Blanco, la Barbie sanchista
«Para ella todo funciona bien en España, y si no es así, lo único que está claro es que la culpa no la tiene el Gobierno»

La vida personal de Afra Blanco. | La Sexta
El pasado domingo por la noche antes de ponerme a escribir, decidí encender la televisión. A veces me gusta tener un ruido de fondo que me ayude a aislarme de la mejor manera. No le di muchas vueltas a la elección del canal, así que pulsé el «uno» de mi mando a distancia, y en la pantalla apareció un decorado rosa hasta empalagar a la más cursi, y los sueños de cualquier ciclista italiano. Una sobredosis de azúcar y de chucherías se adherían al cristal de mi televisión, y en el centro de la imagen una mujer rubia haciendo gestos histriónicos, que me hacían no saber si era una película sobre una loca o el preámbulo de una película pornográfica. A los pocos segundos me di cuenta de que estaba viendo Barbie.
Me senté en la silla de mi escritorio y me puse manos a la obra. De vez en cuando mi curiosidad malsana, hacía poner mis ojos en la película. Margot Robbie, que es la actriz que interpreta el papel de la protagonista, parece que está triste; ha sido expulsada de su mundo de «Barbies» por no cumplir con los parámetros que se le pide para poder serlo. Es entonces cuando toma la decisión más inteligente de todas las posibles, y decide entrar en el mundo de los humanos, pues cree que en este puede encontrar no sólo la felicidad, sino la misma frivolidad que en el otro.
A partir de ese momento me centré en lo que estaba escribiendo, aunque de vez en cuando echaba una mirada a la pantalla. Cuando la escritura se cansó de un servidor, supe que era el momento de meterse en la cama para intentar dormir, aunque el calor decidió ponérmelo difícil. Di más vueltas que el personaje de Ryan Gosling interpretando a Ken, orbitando sin parar alrededor de Barbie. La desconexión tardó, pero llegó para quedarse de una manera que los sueños fueron recurrentes, extraños y olvidables. En ese momento sonó la alarma de mi móvil, que uso como despertador. Tras un leve gruñido, no se me ocurre forma más elegante para recibir a un lunes, puse los pies en el suelo para ser consciente de la realidad. Me lavé la cara y encendí la televisión para informarme de las primeras noticias del día. Y ahí estaba ella otra vez. Me pegué unos pequeños tortazos en la cara para garantizarme de que estaba despierto, y que este momento no seguía perteneciendo al de mis sueños con sus obsesiones extrañas del día anterior.
Pero no fue así. La imagen de la televisión me devolvía una réplica casi exacta de la protagonista de la película que puse de fondo para que no me molestara de lo que de verdad me importaba hacer en ese momento. Ahí estaba Afra Blanco, la Barbie «sanchista», diciendo cosas igual de frívolas que su alter ego en la película. Me di cuenta, que al igual que esta, la Barbie progubernamental era ideal para tenerla de fondo mientras haces otras cosas, eso sí, que no tengan mucha importancia, pues se corre el riesgo de que sí en un momento decides escucharla lo que estés haciendo se vaya al traste al entrar en un colapso del que es difícil salir. Si Afra Blanco lee esto no quiero que piense que la llamo Barbie por su aspecto físico, eso lo pensé durante escasos minutos, los que tardé en despertarme del todo mientras le daba el primer trago al café. Un servidor piensa que se puede hablar o escribir de la fisonomía de una persona si se hace de una forma elegante y para destacar su belleza. Pero este no es el caso en este artículo. Mi comparación con ese personaje adorado por miles de niñas en todo el mundo se debe a esa frivolidad con la que se manifiesta.
Al igual que la Barbie de la película o los valores que quiere simbolizar esa muñeca, cree vivir en un país de fantasía, piruletas, y nubes de azúcar. Para Afra Blanco todo funciona bien en España, y si no es así, lo único que está claro es que la culpa no la tiene el Gobierno. Le justifica todo a su «Ken» Sánchez, como si estuviera igual de enamorada que su «hermana gemela».
Me había terminado el café. Mi mente estaba totalmente despejada y fresca, como la leve brisa que todavía a esas horas entraba por la ventana. Pero ya estaba Afra Blanco para incendiar la realidad, convertirla en papel quemado, un bosque de ideas confusas y falsas que en sus labios se convertían en cenizas. Era enternecedor escucharla como intentaba justificar su diferente forma de ver unos hechos que en otro momento justificó y que vio correctos, como ahora eran deplorables y deshonrosos. Si ustedes recuerdan los famosos whatsapps entre Sánchez y Ábalos, en algunos de ellos el presidente arremetía contra alguno de sus ministros, haciendo especial saña con la ministra de Defensa, Margarita Robles. En ese momento a Afra Blanco le pareció indignante hacer públicos esos mensajes privados, además de decir que nadie saldría ileso de la mensajería móvil propia. Era una forma de justificar esos ataques de su «Ken» a parte de su Gobierno.
Pero ayer no pensaba igual con los guasaps de Juan Vicente Bonilla, ex capitán de la UCO, y que ahora trabaja como gerente del Servicio Madrileño de Salud. Unos mensajes manipulados, como demostró THE OBJECTIVE, donde dice tener miedo a que este Gobierno le ponga una bomba lapa ante todo lo que estaban investigando y descubriendo de este Ejecutivo siniestro. Un mensaje manipulado, y dado la vuelta para dar a entender que era la UCO quien quería atentar contra el presidente del Gobierno. Pero a Afra Blanco, de todos estos mensajes, lo que le parece grave son los adjetivos descalificativos que se le dan a Pedro Sánchez. El resto para ella son niñerías propias de quien juega con muñecas. Ahora sí que eran importantes los improperios, pero no cuando de forma humillante, y por cierto, estos sí, bastante machistas comentarios, como los efectuados a la señora Robles.
Apagué la televisión y me puse a trabajar. Sólo un pensamiento externo se cruzó por mi mente, y es que nunca le regalaré una Barbie a mi sobrina. No quiero que cuando crezca tenga que arrepentirme de ello.