Contra el verano, como Dios manda
«El ser humano es insoportable en verano. Viste mal, huele peor y las conversaciones son planas»

Una terraza de un bar.
Queda muy poco para que llegue el verano y con él la nada más ardiente. Tener un Gobierno que es un infierno continuo las cuatro estaciones nos ayuda a hacer de las quemaduras cutáneas que están por venir, algo llevadero, como el dolor cuando justificamos en su utilidad su presencia. Piel de lagarto como Pedro Sánchez. Estoy convencido, que de niño vio esa serie de televisión de título V, donde los reptilianos, por fin, tomaban algo de verosimilitud. Para Sánchez esa V es de victoria sin necesidad de comerse las ratas que sus hermanos en esa serie sí que devoraban como parte de su dieta diaria. No hay estoicismo más puro que intentar sobrevivir al sanchismo. Y más en verano, cuando todo parece que desaparece o se olvida entre el sudor y el mal gusto de esa maldición que es la estación veraniega.
Si algo bueno tiene el estío que nos espera a la vuelta de la esquina, no son esas cenicientas de saldo que no le gustan a Ábalos ni aunque les cante Sabina. Los catálogos son siempre una cosa cutre, ya sean de señoritas o de hoteles donde desparramar nuestros cuerpos ansiosos de malgastar el dinero en lugares tan antiestéticos. Un hotel es el punto intermedio entre tu casa y el cementerio donde vivirás eternamente. La antesala de la muerte, y donde más te puedes hacer una idea de cómo puede ser.
Los paradores, como también sabe Ábalos, son algo mejor que esos edificios que más que medirse por estrellas, deberían hacerlo por lo estrellados que nos dejan. Los paradores, al menos, tienen una estética elegante y grandilocuente, exagerada, y a la vez sobria. Son como Raúl del Pozo, pero sin romperse la camisa como un flamenco. Camarón de Castilla, la gamba más fresca del mar de Madrid. A mí no me engañan, si este año le han dado el premio Murube de periodismo es porque es el articulista con más futuro y frases bañadas en champán.
Los demás seguiremos envejeciendo de manera lenta, pero segura. Disimulando como nuestra juventud nos abandona en brazos del maestro Del Pozo. Cómo nos vamos pareciendo a Pedro Sánchez para nuestra desgracia. Una belleza ajada, de arrugas de expresión, y canas que se colocan de manera juguetona en nuestro cabello. Pero carecer de su maldad y de su mala conciencia nos permite mantener un porte y una prestancia que embellecen el resultado general. Ser un cuarentón con pinta de tener 37 años es el éxito en la vida. Eso y poder permitirte no salir de casa antes de las nueve de la noche cuando llega el estío.
El atractivo de un hombre con mis características durante el verano es quedarse en casa hasta que se pone el sol. Hay que evitar las molestias que producen los demás, pero sobre todo las que generamos nosotros. El ser humano es especialmente insoportable en verano. Viste mal, huele peor, y las conversaciones suelen ser de una planicie nada accidental. Yo en la primera soy de los mejores. El polo encorseta y te hace ser un hombre cuadrado o rectangular. La camisa de manga larga es una tortura para ti mismo, y la de manga corta para los demás. Ninguno de nosotros somos un detective privado en Miami.
Un servidor se denigra en el periodo estival a la imagen y semejanza de este. Suelo llevar una de las camisetas de las decenas de carreras de 10 km que he corrido, y uno de los pantalones cortos deportivos que tengo. No pienso sufrir por quien no lo merece, ya sea una estación, o cualquier otra cosa. En alguna cita con una mujer le he mostrado mis respetos no cambiando mi indumentaria oficial del verano. Era divertido ver cómo me miraba, mientras ella se recolocaba su elegante, suave y fresquito vestido, de alguna arruga que rivalizaba con la de su ceño al verme de semejante guisa.
Y es que el verano debe servir para no olvidarse de un Gobierno infecto y experto en cañerías sucias y cloacas especialmente pestilentes, pero sí para hacerlo de las miserias propias. Reptar por los metros cuadrados de nuestras guaridas y salir con nocturnidad y alevosía en busca de la desconexión externa. Comprobar que las calles oscuras siguen colocadas sin necesidad de fentanilo, y que con esa sobredosis de rayos ultravioleta tienen más que suficiente. Quemarnos a lo bonzo bajo nuestros techos soleados escribiendo, leyendo, escuchando música, viendo cine (nunca series, el tiempo sí lo perdemos hay que hacerlo de manera consciente) o durmiendo hasta que llegue la primera ráfaga de aire frío y la sonrisa automática nos haga saber que la vida vuelve a tener sentido.