The Objective
Opinión

No puedes vivir del cuento cuando no puedes vivir del arte

«Esta solución, absolutamente digna y natural, se convierte en una trampa para quienes han probado las mieles del éxito»

No puedes vivir del cuento cuando no puedes vivir del arte

La actriz Candela Peña. | Eduardo Parra (Europa Press)

El tema de la precariedad laboral en el mundo artístico viene de lejos y afecta a todos, incluso a las estrellas que uno supone instaladas en la comodidad de un estatus ganado a pulso. Sin ir más lejos, Bette Davis, ganadora del Oscar por Eva al desnudo, además de atesorar otras 11 nominaciones, y uno de los rostros míticos del Hollywood dorado, llegó a publicar en los años 60 un anuncio en Variety, la revista de información del show business, pidiendo un papel: «Madre de tres hijos de 10, 11 y 15 años, divorciada. Estadounidense. Treinta años de experiencia en cine. Conservo movilidad. Más amable de lo que dicen. Se ofrece para trabajo estable (experiencia en Broadway)». Era su forma de denunciar cómo los grandes estudios rechazaban a las mujeres de cierta edad y apostaban por talentos más jóvenes (más baratos y menos conflictivos, por cierto). Aquí en España, Candela Peña tampoco se cortó un pelo al recoger un Goya: «Tengo un hijo que alimentar», recalcó la actriz pidiendo que la llamaran para una protagonizar película tras pasar tres años en dique seco.

El camino al éxito está empedrado con contratos basura. George Clooney fue vendedor de trajes y zapatos para hombre, trabajo que alternó con los de mozo de almacén, albañil, cortador de tabaco y comercial de una agencia de seguros. Brad Pitt, que pasó una temporada como chófer de limusina, llegó a echarse a las calles disfrazado de ave de corral para repartir publicidad del restaurante «El pollo loco». Julia Roberts servía batidos en sus años como camarera de una heladería, un pasado que comparte con Tom Cruise, que además repartía periódicos y ejerció como jardinero en las mansiones de Beverly Hills. Ahora cuesta imaginar a Jennifer Aniston subida a una bicicleta con el uniforme de una empresa de mensajería, pero había que ganarse la vida. Claro que hablamos de trabajos previos al reconocimiento y la popularidad. Ahora, con la vida resuelta y una carrera consagrada, siguen en su particular burbuja.

Pero no todas las carreras aseguran una seguridad económica ni mucho menos. A veces basta una enfermedad, un fracaso de taquilla, un escándalo sexual o, sencillamente, una mala racha, para que algunos se den de bruces con la realidad: el teléfono deja de sonar, caen en el olvido y descubren que no siempre se puede vivir del arte. No ocurre solo en el cine, pasa en el teatro, en la música… Como ocurre en cualquier otro sector cuando alguien no encuentra trabajo «en lo suyo», cuando no se atisba esperanza alguna, se acaba aceptando cualquier oferta laboral que a uno le permita salir adelante. Sin embargo, esta solución, absolutamente digna y natural, se convierte en una trampa para quienes han probado las mieles del éxito, porque lejos de reconocérseles el valor de su esfuerzo, son señalados como unos fracasados.

Sin ir más lejos, distintos medios titularon «De finalista de O.T. a camarero» para informar sobre la realidad profesional de Lucas Curotto, al que «pillaron» con una bandeja sirviendo bebidas a unos clientes, como si fuera un crimen, una deshonra, una humillación. Otra compañera suya del talent, Mireia Montávez, que fue miembro del grupo Fórmula abierta, ha reconocido estos días en TardeAR que tuvo que trabajar como limpiadora «porque lo necesitaba». Normal que lo hiciera. Esa fiebre por el clickbait le llegó también a la actriz Arantxa Martí, protagonista de La gran familia española, una cinta que logró varias nominaciones de la Academia del Cine: «De la alfombra roja de los Goya a una joyería de la Gran Vía». ¿Y? ¿Acaso una dependienta no puede aspirar a vivir su sueño pero, mientras lo hace, trabajar día a día porque ese sueño no da para pagar el alquiler?

Es posible que no lo sepan, pero en esos eventos de glamour como los estrenos, los festivales o las galas, son pocos los artistas e invitados que llevan su propia ropa: convertidos en escaparates de la moda y los complementos, son numerosos los diseñadores y marcas que prestan sus modelos a las estrellas para que las luzcan en las fotos y posados en el photocall. Muchos de los que desfilan por esas alfombran llevan prendas y joyas que, en realidad, no pueden permitirse, pero hemos aceptado las reglas del juego: es un paripé para promocionar y promocionarse. Luego, como «cenicientas» pasada la medianoche, dejan la carroza para sentarse sobre la calabaza que en verdad les pertenece. Hay poco oro en ese mundillo para todo lo que reluce.

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