The Objective
Opinión

Lamine no necesita «fontaleiros»

«El niño que el 13 de julio alcanzará la mayoría de edad deja en cada partido un rastro de evidencias»

Lamine no necesita «fontaleiros»

Lamine Yamal durante el partido frente a Francia de la Nations League. | Reuters

Es 8 de junio, fiesta de Pentecostés, cincuenta días después del Domingo de Pascua, jornada para creyentes, también de la Selección, de Lamine Yamal o de Carlos Alcaraz –que Dios reparta suerte–, y en el almanaque, colofón para descreídos y desengañados, víctimas de Leire Díaz, de sus señores y sus secuaces. Si todo fuera tan simple… Pensamos, desde nuestro humilde concepto de la normalidad, que las evidencias son innegables porque negar lo evidente es de necios. Verbigracia: Lamine sólo ha necesitado confrontar con Dembelé en un encuentro de selecciones para convencer a los incrédulos de que el próximo Balón de Oro lleva grabado su nombre. Los más reacios a la conversión confían en el inminente Mundial de Clubes para que el Madrid gane el título que dispare las acciones de Mbappé, quien en la confrontación directa con el español tampoco salió beneficiado. El niño que el 13 de julio alcanzará la mayoría de edad deja en cada partido un rastro de evidencias.

También es posible que la noche confunda al beodo, nublado el raciocinio por una descomunal sirindanga, lo que viene a ser una borrachera colosal con efectos secundarios de duración indeterminada. En esencia, los humanos somos tan ingenuos que, si sorprendemos encamados a mengana con fulano, una encima del otro o viceversa, en pleno revolcón, deducimos sin margen para el error, sin acritud ni ideas preconcebidas, que están echando un polvete, dicho en román paladino. Sean pareja, de hecho, matrimonial u ocasional, la imagen es de una simpleza aplastante. Innegable, independiente del género y la postura de quienes protagonizan el retozo del misionero, la cucharita o el perrito. Pues ellos, los retorcidos, lo niegan e inventan un holograma en plan Freddie Mercury cantando junto a Montserrat Caballé. Tratan de convencernos de que los pajaritos disparan a las escopetas, que son víctimas del «sistema», cobayas de una impresora 3D y que les basta con enmierdar un proceso para neutralizarlo. Hay quien se lo cree y, en su atrevimiento, hasta discute las cualidades excepcionales de un prodigio futbolístico como Yamal.

En la vida normal lo que se ve, se huele –porque el sexo huele– y se palpa es lo que sucede, sin filtros. Es lo normal, salvo que te «elijan» para predicar desde ese púlpito que preservan dos leones, estrado promotor del aplauso servil y fácil, constructor de la política ruin donde la imagen más nítida se distorsiona a voluntad. Parece que Leire y su reata de «fontaleiros», desde el submundo que les acoge se afanan en convertir a héroes como Bevilacqua y Chamorro en esbirros chapuceros, «villarejos» que retuercen voluntades, graban, chantajean, lucubran, inventan y sentencian, colgados de los hilos del poder psicópata, narcisista y ponzoñoso. Individuos «bien pagaos» que destruyen todo lo que tocan sea cual fuere el fin que justifica los medios. Manipulan, acusan, levantan falsos testimonios en nombre del señorito y montan una película que tanto importa que sea gore, tragicómica o terrorífica. Hasta que la Justicia, que no se doblega ni cede a la voluntad de los mafiosos, se imponga a la caterva de menesterosos. Con ayuda de la más nociva IA para cuadrar embustes, un corta y pega de manual y una imaginación desbordante repentizan amenazas como «navajitas plateás» o balas en un sobre que no convencen ni a la TIA de Mortadelo y Filemón. 

El terreno de estos camorristas (de Camorra) es la compraventa de chismes y la injuria; profesan el «mantenella» y no «enmedalla», cieno en el que se revuelcan ministrillas y ministrillos, fiscalillas y fiscaletes hasta que las urnas los manden al paro, a la cárcel o al exilio. De ahí el afilado instinto de supervivencia, el concepto de política como purga, el empeño en discutir, por ejemplo, las cualidades del niño Lamine. Señalan a jueces, periodistas y adversarios de una oposición tan tibia que ni siquiera encuentra motivos contundentes para molestar. Se descojonan de todo. Su risa es una carcajada nerviosa, histriónica e hiriente, anticipo de la catástrofe y constatación de que «a cada cerdo le llega su San Martín».

Pero en deporte toda esa porquería no es sino una pesadilla, una mentira o la foto ocasional de la que se aprovechan quienes succionan el éxito del deportista, sonríen con su cara de cemento y asaltan el encuadre porque carecen de escrúpulos. Son amorales. En el deporte la evidencia cuestiona las teorías perversas, desmonta la romería de los colores y es en el terreno de juego donde perecen los bulos. La verdad impera. ¿Lamine es un excelente futbolista? Excelentísimo. Ver el fútbol con la mirada limpia, sin vasallajes ni prejuicios autentifica a los héroes. No vi jugar a Pelé con 17 años, ni a Di Stéfano, ni a Maradona, ni a Cruyff con esa edad; de ahí que la comparación con el tesoro de Rocafonda roce o lo absurdo o lo improbable, con Messi en la sombra. 

A Didier Deschamps, seleccionador de Francia, Yamal le recuerda a él con 16 años; pero asume que «este pequeñín tiene más talento» y destaca su «velocidad, la inteligencia y la sangre fría ante la portería». Prosigue: «Es una joya en bruto que sólo necesita pulirse. Francia debería temerle en el futuro porque es una pesadilla para las defensas». A «Didi», sin embargo, quien le deslumbra es Pedri, «el cerebro que dirige el juego, con su calma, con su visión y con sus pases que atraviesan líneas. Yamal puede marcarte un golazo, pero Pedri te asfixia durante 90 minutos». La fortuna de España es que los dos juegan con su camiseta, que no hay necesidad de elegir; la desgracia de este país es la proliferación de Leires, trileros, trileras y «fontaleiros», decorados de un cadalso donde se inmolan los López, Óscar y Patxi, por elegir dos elementos entre algún que otro Óscar, y donde se queman sin un ay en esa hoguera que no es de sus vanidades, sino de la vanidad del jefe, portavoces y defensoras que viven ajenas al drama del Titanic solo porque están enganchadas a la batuta del director de la orquesta. Siempre nos quedará Lamine. Y Alcaraz. Verdades incontestables.

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