The Objective
Opinión

FIFA y UEFA, vaya par de caníbales

“FIFA y UEFA compiten entre sí y practican el canibalismo, consumen carne de futbolista sin evaluar los daños”

FIFA y UEFA, vaya par de caníbales

El nuevo jugador del Real Madrid, Dean Huijsen. | Europa Press

La reforma del Bernabéu ha sido una obra faraónica, impresionante, que ha exigido una inversión milmillonaria. ¿Ha merecido la pena? Posiblemente, sí, aunque el Madrid se haya dejado alguna pluma por el camino de la reconstrucción. Dicen los críticos, los que confunden el resultado con una «caja de sardinas», que ha costado más del triple de lo presupuestado. Que los 575  millones en el origen se han disparado hasta los 1.800. Dicen. No ha intervenido la «banda del Peugeot» para multiplicar los costes, en cambio, la cuantía de los gastos evitó reforzar la plantilla cuando era necesario. Dicen. Tras la conquista de la «Decimoquinta» el dinero se destinó a la mastodóntica infraestructura.  Pensaron que con la incorporación de Mbappé mejoraban un plantel campeón, en perjuicio del equilibrio. No calcularon los riesgos inherentes al fútbol, las temidas lesiones: el Madrid ha terminado la temporada entre algodones, sometido a una plaga de lisiaduras impredecible, segundo en la Liga, detrás del Barcelona, con lo que eso duele, y jugando mucho peor, lo que aún duele más.  

Mientras que para Simeone y sus adeptos lo importante es el resultado, para quien preside el club más valioso del mundo, por encima de los seis mil millones de euros, el 1-0 no es suficiente. Jugar, gustar y ganar. Entretener. Enamorar. No hay otra fórmula. Pero como el paso a la posteridad no lo cimentaba la consecución de títulos, Florentino Pérez elevó la apuesta e intentó seguir una vez más los pasos de Don Santiago, con quien realmente empezó todo. Un equipo campeón, una ciudad deportiva que es envidia de amigos y rivales, nacionales y extranjeros, y un coliseo faro de la modernidad. Frank Gehry ideó el Guggenheim como símbolo de la arquitectura vanguardista del siglo XX. Markus Phisterer imaginó en la Castellana un espacio incomparable con esas 14.000 láminas de acero que han cambiado radicalmente el aspecto del estadio. Sin embargo, el techo y el césped retráctiles —lo de la hierba es idea de Florentino— y todas las reformas habidas y por haber no han sido suficientes para dotarlo de una eficaz insonorización. Los especialistas siguen trabajando y el club ha suspendido los conciertos «sine die».  A la vista de los resultados deportivos, parece que se les fue la mano con la reforma y se quedaron cortos con los refuerzos.  

Como rectificar es de sabios, lo que ha hecho el Madrid pensando en la próxima temporada, y en el Mundial de Clubes que acaba de arrancar en Estados Unidos, es mejorar la plantilla con artistas contrastados, como Trent Alexander-Arnold, y jóvenes y costosas promesas que apuntan muy alto: Huijsen y Mastantuono, el contrapeso de Lamine Yamal. Florentino recordó el día de la presentación del lateral inglés que el último invento de la FIFA —para joder la marrana a la UEFA y mortificar a los futbolistas—, le hacía especial ilusión por ser el primero en su especie, y recomendó al jugador y a toda la pléyade que entrena Xabi Alonso que lo den todo para meter el novedoso trofeo en el museo. 

Más de 120 millones de euros es el premio para el campeón. La FIFA no ha escatimado, a sabiendas de que no solo no va a tirar el dinero, sino que va a obtener pingües beneficios con el experimento. Ni Gianni Infantino, el «fifo», ni  Alexander Ceferin, el «uefo», dan puntada sin hilo y su afán recaudatorio no conoce límites. Los clubes, primero reticentes, conscientes de lo devastador del calendario y lo inapropiado de las fechas, deslumbrados por el símbolo del dólar estampado en la frente de Infantino, se dejaron convencer. 

Los sindicatos del gremio, el internacional FIFPRO y los nacionales como la AFE, protestaron en voz baja y agacharon las orejas. Frente al poder del dinero, el futbolista no tiene quien lo defienda. La élite va a superar la inhumana cifra de 70  partidos por temporada; la conclusión es bien simple: más lesiones. De ahí que los equipos se refuercen porque en el almanaque apenas quedan fechas libres en una temporada agotadora. FIFA y UEFA compiten entre sí y practican el canibalismo, consumen carne de futbolista sin evaluar las consecuencias ni reparar en daños. Todo vale. Y los clubes les siguen el rollo. Fichan para resistir una travesía interminable y el Madrid, cicatero el curso pasado, en este va a tirar la casa por la ventana. Poco importa que Mastantuono juegue en la posición del todavía prometedor Güler o en una muy parecida. O que Brahim y Rodrygo se vean como mercancía de intercambio. Son, como tantos otros, carne de cañón. 

Escribió Rafael Chirbes: «A la gente todo le da igual; mientras no le tiren la basura del otro lado de la tapia ni le llegue el olor de la podredumbre a la terraza, se puede hundir el mundo en mierda». Suena a aquelarre gubernamental. En el Mundial de Clubes los equipos se consolarán con llenar la faltriquera, ya sea el premio del campeón o el de consolación, aunque el esfuerzo comporte lesiones indeseadas. Compensarán con euros los riesgos de este nuevo fútbol intensivo, harán como si nada; se quejarán cuando en la enfermería cuelgue el letrero de «no hay camas» y cada partido sea un campo de minas. Avanzarán entre el cargo de conciencia y la indiferencia, con esa sensación de incomodidad absorbida por el efecto anestesia, tan extendido en el terreno de la política. Los más afortunados constatarán que la apuesta mereció la pena, tal vez. Y la carne de futbolista, por las nubes. Ni la FIFA ni la UEFA la pagan, no nos engañemos, solo son caníbales, consumidores compulsivos.

Publicidad