Repensando la (inconmensurable) industria del sexo
Teóricos progresistas comienzan a reconocer los estragos del porno, mientras en España la esquizofrenia al respecto llega a puntos ridículos

Una pareja en la cama.
Según el acerbo popular, el asunto de la jodienda no tiene enmienda. Pasado por el tamiz del business contemporáneo, vía Freud, podríamos decir que el consumidor humano tiene dos targets infalibles: no morirse y reproducirse. Que viene a ser lo mismo. Lo de no morirse está complicado, aunque algunos muy premium (por Silicon Valley y alrededores) están en ello. Y de lo de reproducirse han descubierto que se vende mejor solo una parte, por el principio del proceso, que no implica todavía aguantar bebés llorones y adolescentes insufribles.
La pornografía ha funcionado siempre: la imaginación desparramadora de Onán, al arte erótico en Pompeya y Herculano (el nombre ya daba una pista), las excentricidades del Marqués de Sade… Pero la cosa parece haberse disparado últimamente. Ya analizamos por aquí los datos del informe ‘Adult Entertainment’ de Research and Markets. Resumiendo: el mercado mundial del eufemísticamente llamado entretenimiento para adultos movió 50.000 millones de euros en 2023. Eso, el negocio declarado. La mayoría de analistas eleva la cifra real a, por lo menos, el doble.
Desde la invención del cine, la tecnología ha ido multiplicando los ingresos en el sector hasta llegar al desbordamiento de internet. Ahora, ya bien adentrados en la era online, se está produciendo un interesante movimiento que habla muy claramente del punto al que hemos llegado. Desde mi más tierna infancia (hace un tiempo), el consumo de sexo en todas sus modalidades, porno incluido, era algo progresista, frente a la represión viejuna del conservadurismo. Hasta que, de repente, el mes pasado me encuentro un artículo de Christine Emba en The New York Times titulado “La ilusión de la inocuidad de la pornografía”.
La opinadora del medio progre por antonomasia se escandaliza de que una tal Lily Phillips, “creadora” británica de OnlyFans, ha logrado hacerse viral (esperemos que solo en el sentido mercadotécnico) tras salir en un documental de muy sutil título: “Me acosté con 100 hombres en un día”. En una escena bastante parecida a aquella de Casablanca (“¡Qué escándalo! He descubierto que aquí se juega”), la periodista del NYT saca a relucir un informe de 2023 de la Universidad Brigham Young que revela que se puede encontrar pornografía en el 12% de los sitios web. Y concluye que “existen consecuencias para los miembros de la Generación Z, en particular para los primeros en crecer con pornografía ilimitada y siempre accesible, y cuyas primeras experiencias sexuales fueron moldeadas y mediadas por ella”.
Además, esto puede ser solo el principio: “En el futuro, la pornografía se volverá aún más adictiva y efectiva como método de enseñanza, a medida que la realidad virtual la haga más inmersiva y la inteligencia artificial la permita personalizarla”, dice Emba. Como “anticipo”, se indigna ante un ensayo reciente de la “investigadora y trabajadora sexual” Aella en Substack que defiende la pornografía infantil con inteligencia artificial. En mis tiempos mozos, a lo mejor hubieran dicho que, puestos a ser modernos… ¿Dónde paramos? También cita un libro de la británica Sophie Gilbert, una de las papisas del feminismo actual, pero le critica que, “aunque es implacable en sus descripciones del efecto distorsionador de la pornografía en la cultura y sus consumidores, curiosamente se muestra reticente a reconocer lo que parece obvio: la pornografía no nos ha hecho ningún bien”.
Bueno, más vale tarde que nunca. “Criticar la pornografía contradice la norma de no juzgar a quienes se consideran progresistas, reflexivos y de mente abierta. Existe el temor de parecer mojigato, aburrido, poco atractivo, quizás un remanente de la toma de control cultural que la Sra. Gilbert describe con tanto detalle. Más generosamente, existe el deseo de no criticar las decisiones de las personas (mujeres u hombres) que crean contenido sexual por necesidad o deseo personal, ni permiten que la legislación perjudique a quienes dependen de él para sobrevivir. Pero la falta de juicio a veces va en detrimento del discernimiento. Como sociedad, permitimos que nuestros deseos sigan siendo moldeados de forma experimental, con fines de lucro, por una industria que no se preocupa por nuestros intereses. Queremos demostrar que somos tranquilos y modernos, evitar las inevitables disputas sobre límites y regulaciones, y evitar la posibilidad de imponer límites a nuestro comportamiento. Pero no prestamos atención a cómo nos estamos empeorando las cosas”.
Perdón por el tamaño de la cita, pero me parece muy significativa. Otra vez, recordemos: el NYT. Un reciente artículo del conservador (¿o ahora ya no tanto?) The Spectator asegura que “el ajuste de cuentas con la pornografía ya está aquí. Y por primera vez en mucho tiempo, no son solo los conservadores los que lideran la iniciativa”. El artículo de Emba en el NYT no es una excepción. Hace unos días, por ejemplo, Nicholas Kristof, un clásico de los medios progres, explicó con todo lujo de detalles cómo Pornhub y webs similares siguen lucrándose con imágenes de abuso sexual infantil. Hace un tiempo, Pornhub salía en las páginas de otro medio, Forbes, que explicaba “cómo se ha convertido en la web más valiosa y visitada de Internet”.
Otros siguen en la vieja escuela. El exsecretario de Transporte de la Administración Biden, Pete Buttigieg, se burlaba hace poco de los republicanos por “querer regular la pornografía”. Aunque The Spectator matiza que el “desempeño laboral en el mundo real” de Buttigieg “se define por retrasos en la cadena de suministro y desastres de aerolíneas comerciales”, lo que, sumado a su afición a hablar más de la cuenta, lo coloca como “el mejor indicador del cambio de opinión pública”. O sea: “Si Pete Buttigieg anda por ahí burlándose de la legislación sobre pornografía, puedes estar seguro de que los consultores demócratas lo están sondeando y no les gusta lo que ven”.
¿Un ministro de Transporte bocazas como hoja de ruta del viaje al desastre de un partido “progresista”? ¿A qué me suena eso? Afortunadamente, el líder todopoderoso de la versión española, Pedro Sánchez, es más listo y ha embarcado al PSOE en una lucha contra el vicio. Ahora resulta que el sexo de pago no empodera. El único problema es que nuestro presidente del Gobierno tiene una edad. La mía, curiosamente (bueno, yo soy ocho meses mayor, lo reconozco). Y ya comentábamos que en mi generación crecimos con aquella idea de que no ponerle restricciones al sexo era lo más progre. Este artículo disecciona un audio muy significativo al respecto de su, digamos, “educación sentimental”… y de las contradicciones que conlleva. Dice el ínclito Villarejo: “Cómo se le ocurre a este hombre decir un día, 15 días antes de las elecciones: ‘Vamos a sacar una ley contra la prostitución y no se qué…’ ¡Y su suegro con puticlubs! ¡Vamos, no me jodas! ¡Es que hay que ser tonto a las tres!”.
Lo que nos devuelve al tema del dinero, que es de lo que hablamos por estos pagos. “La otra cara del dinero”, se titula esta sección. Hablemos, pues, de caras y de dinero. Según Viallerjo en el mismo audio, la cuestión de las saunas no era tanto moral como técnico: “El problema de Begoña era cómo justificar los ingresos”.
Se puede argumentar que Villarejo no es una fuente fiable (esto se suele argumentar, concretamente, cuando lo que mana de él no conviene al bando propio). Sin embargo, el hecho de que el suegro de Sánchez se lucraba largamente con el negocio de la prostitución es algo completamente probado: hay unos entramados empresariales que constan en el Registro. El detalle se puede leer aquí. Nadie ha demandado a los autores de ese artículo.
Se puede argumentar que una hija no es responsable de lo que haga su padre. Perfecto. Otra cosa es que esa hija, ya bien mayor de edad, lleve la contabilidad de negocios de prostitución del padre y, de hecho, esté “metida como autorizada” en la empresa ad hoc. Esto lo ha dicho José Luis Olivera, ex jefe de la UDEF, o sea, un cargo muy importante de la Policía. También ha aparecido en los medios y no ha habido ninguna denuncia.
La sensibilidad (real) del progresismo oficial patrio hacia temas como la prostitución se puede apreciar en la forma en que Koldo y Ábalos se repartían a “Ariadna y Carlota”, dos mujeres la mar de empoderadas. Ábalos era el secretario de organización del PSOE. El número tres del partido. En el caso del Tito Bernie salieron a la luz fiestas con prostitutas en las que se identificó a media docena de diputados del mismo partido.
Ninguno era Pedro Sánchez, por supuesto. Él juega en otra división. Una en la que conviene tener determinada información lista para lo que haga falta. Diferentes fuentes aseguran que en los prostíbulos de su suegro se grababa a gente importante. Una práctica que Dolores Delgado, a la que Sánchez colocó en su momento como fiscal general (“¿De quién depende la fiscalía? Pues eso”) y ministra de Justicia (¿por qué no? Total…), definió como “información vaginal, éxito asegurado” en un audio de Villarejo que, de nuevo, no fue desmentido.
A lo mejor es que la industria del sexo mueve más que esos 100.000 millones de euros al año. Desde las filas del “progresismo” parece que empiezan a admitir que mercantilizar algo tan importante tiene sus inconvenientes. Al menos, los teóricos. A los que andan en la implementación práctica del progresismo a lo mejor les cuesta un poco más.
Otra opción, no la descartemos, es que esta gente tenga de progresista lo que yo de modelo de Only Fans. Recordemos la dismorfia financiera de su proyecto económico. Todo muy porno.