Julio Anguita y la deshonestidad de la izquierda actual
«Anguita habría vomitado ante esta izquierda que aplaude la globalización neoliberal mientras agita banderas arcoíris»

El difunto exlíder de Izquierda Unida, Julio Anguita.
Oh, Julio Anguita, El Califa Rojo, ese comunista con aroma a tabaco y coherencia que, en 2011 desde un rincón de Coín, Málaga, lanzó una de esas frases que queman como un hierro candente: “Votad al honrado, aunque sea de extrema derecha, pero al ladrón no, aunque lleve la hoz y el martillo”. No, no estaba firmando un cheque en blanco a los de la bandera verde, ni mucho menos. Era un grito de rabia, un puñetazo en la mesa contra una izquierda que, ya entonces, olía a podrido. Anguita, con su ortodoxia marxista y su alergia a la hipocresía, ponía la ética por encima de las siglas. En 2025, con Pedro Sánchez y su tropa de socios al mando, el mensaje del cordobés resuena como una bofetada en la cara de una izquierda que ha convertido el cinismo en arte y el poder en religión.
Imaginemos a Anguita, con su mirada de maestro de escuela y su tono de profeta laico, observando el panorama político español de hoy. ¿Qué diría del circo de La Moncloa, donde Sánchez, cual equilibrista de feria, hace malabares con independentistas y oportunistas de todo pelaje para mantenerse en el trapecio? Probablemente citaría su mantra: “Programa, programa, programa”. Pero aquí, en 2025, el programa brilla por su ausencia, sustituido por una coreografía de titulares vacíos, promesas recicladas y un tacticismo que haría sonrojar a Maquiavelo. Sánchez, maestro del regate corto, ha perfeccionado el arte de vender progresismo mientras pacta con quienes Anguita habría mirado con el desprecio reservado a los traidores de clase.
Julio Anguita estaba denunciando el hedor de una izquierda que, en su tiempo, ya se revolcaba en casos como Filesa o los GAL. Hoy, Sánchez y sus socios, Sumar, Podemos, ERC, Bildu, el PNV, Junts, han elevado esa tradición a un nivel de refinamiento que roza lo sublime.
Hablemos de la forma cainita, radical y dictatorial de gobernar de esta coalición. Cainita, porque la izquierda española en 2025 es un nido de víboras que se muerden la cola. Sumar, con Yolanda Díaz al frente, se desangra entre su papel de comparsa del PSOE y su incapacidad para articular un proyecto propio. Podemos, reducido a un eco de sí mismo, grita desde la esquina mientras acusa a sus antiguos aliados de traición. Izquierda Unida, que Anguita llevó a su cénit, se arrastra en una coalición que aprueba rearme militar y mira para otro lado ante las contradicciones de un Gobierno que dice ser progresista mientras pacta con la derecha nacionalista.
Radical, sí, pero no en el sentido que Anguita soñaba. La radicalidad de Sánchez no es la de la transformación social, sino la de la supervivencia política. Cada decisión, desde la amnistía, a las cesiones a los independentistas, hasta las subidas cosméticas del salario mínimo, está calculada para mantener el sillón. Es una radicalidad de postureo, de titulares grandilocuentes que esconden una sumisión al statu quo europeo y al capital. Anguita, que se opuso al Tratado de Maastricht con uñas y dientes, habría vomitado ante esta izquierda que aplaude la globalización neoliberal mientras agita banderas arcoíris para disimular.
¿Dictatorial? Bueno, llamarlo así es generoso. Sánchez no necesita tanques; le basta con su maestría en el arte de la manipulación. Desde la moción de censura de 2018, que Anguita aplaudió por su audacia táctica, hasta las piruetas de 2025 para mantenerse en el poder, el presidente ha demostrado que no hay principio que no pueda sacrificarse en el altar de la Moncloa. Sus socios, desde el PNV hasta Bildu, son cómplices de un juego donde la coherencia es un lujo prescindible. La izquierda de Anguita soñaba con superar al PSOE por la izquierda; la de Sánchez lo ha absorbido todo, convirtiendo el progresismo en una marca blanca de sí mismo.
Anguita, con su teoría de las dos orillas, PP y PSOE en una, IU en la otra, veía al PSOE como un partido sistémico, incapaz de ser izquierda verdadera. En 2025, Sánchez le da la razón, pero con un giro irónico: ha fagocitado a la izquierda radical, dejando a Podemos, Sumar e IU como cáscaras vacías, peleándose por las migajas de un proyecto que ya no existe. Mientras, el Gobierno se envuelve en retórica antifascista para justificar sus pactos con quienes Anguita habría llamado “cleptócratas”. La izquierda corrupta que El Califa denunciaba no es sólo económica, sino sobre todo moral e intelectual.
Si Anguita viviera, probablemente estaría en un bar de Córdoba, con un café y un cuaderno, escribiendo un nuevo manifiesto. Miraría el espectáculo de 2025, Sánchez abrazando a Junts, Sumar aplaudiendo el gasto militar, Podemos gritando en el desierto, y soltaría una de sus frases lapidarias: “Esto no es izquierda, es un circo”. Y tendría razón. Porque mientras él soñaba con una izquierda que transformara el mundo, Sánchez y los suyos han convertido la política en una telenovela donde todo vale con tal de no perder el guion: el poder.