Censura improbable, elecciones y nueva fechoría
“Es más que probable que en el otoño nos topemos con las primeras elecciones tras las generales de hace dos años”

Ilustración de Alejandra Svriz.
Quien no conoció a Joaquín Garriges Walker, o sea, casi todos en la España de hoy, se perdió algo bueno. Una vez, deambulando por la M-30 de la Transición parlamentaria, ya triturado de leucemia, agarró del brazo, divertido, al cronista y le comentó: «Lo que más me gusta de este caos es que no tiene pinta de acabar». Eran los días de la moción de censura de Felipe González contra Suárez y abundó: «En un episodio como éste, salva la cara el menos malo y ese ahora es Felipe». Y terminó: «Y no cuentes nada de esto porque me echan, claro que para lo que me queda…».
Este recuerdo es una joya política para el tiempo presente porque: ¿habrá moción de censura de Feijóo contra Sánchez? Hay que acudir a las fuentes, por ejemplo, a un diputado Vip del PP que dice: «Estamos en esas». Y como el oficio de un cronista es poner pegas las a confesiones para sacar, como los zahoríes, agua de un secano, la pregunta ha sido inmediata (inmediata porque es de hace unas horas): «¿Qué son «esas»?». La explicación es así: «Junts tiene que pensar sobre si es mejor para ellos que ellos nos nieguen algo a nosotros, o que nosotros les debamos algo».
Cuesta creer que un personaje como Turull o su jefe, el forajido de Waterloo (Waterloo «va», no «gua») estén ahora mismo reunidos dirimiendo este dilema. Ellos, los sucesores de Pujol y del promotor Más, los del rentable tres por ciento, vienen a Madrid sin ánimo alguno de caer simpáticos; los tiempos de Josep Sánchez Llibre o de Joaquín Molins, dos sonajeros para los periodistas, se han evaporado. Turull, que habla español como si fuera su quinta lengua, lo ha advertido: «Nosotros no estamos aquí para hacer amigos, sino para ganar nuestros intereses». La compañera Nogueras es aún más adusta y se ocupa comúnmente de expulsar plumillas de su regazo. Es decir, que por las trazas, no están «en esas». Ahora bien: desde Cataluña el asunto se plantea de esta guisa: «Vamos a ver: después de conseguir la amnistía, ¿qué les queda por sacarle a Sánchez?».
Este les ha transmitido con una nueva pirueta para ganar tiempo que cuando llegue septiembre todo será de otra manera. Estilo Rock Hudson. Por ejemplo, ha anticipado que en otoño saldrán -lo ha anticipado en el Congreso- sentencias de corrupción del Partido Popular. Pero no; consultados los casos, ningún tribunal trabaja en esa dirección. ¿En cuál transita el calendario? Pues en esta: es más que probable que en el otoño nos topemos con las primeras elecciones tras las generales de hace dos años. En Castilla y León, Mañueco roza la mayoría absoluta, le faltan tres escaños, y no quiere que las urnas se queden gélidas en febrero, cuando toca, como le pasó en la pasada edición. Luego llegará Andalucía, donde antes que se abran las casetas de la Feria de Abril, Juanma Moreno llamará a rebato.
Todo este escenario doble, triple o cuádruple puede acarrear sorpresas. La UCO ya ha pedido al Supremo que preside provisionalmente (va ya para un año) Andrés Martínez Arrieta, que rastree las cuentas del «Gordinflor» o de «Tantos Cerdán», que de las dos maneras llaman en Navarra al milagrero. En el Viejo Reino ya nadie duda. «Somos -dice un antiguo parlamentario foral- el embrión de toda la corrupción española». Y a todo esto, ¿por qué UPN está siendo tan conmiserativo con su antiguo rival socialista? Pues hay alguna pista aparte de la dimisión del costalero de Cerdán. Cerdán se daba el pico a menudo con el antiguo presidente de UPN, Javier Esparza, su expresidente, con el que negoció, escondidos en el recodo de un restaurante, el apoyo del partido regional a la Reforma Laboral, esa que causó estragos en la organización, pero Navarra es menos ruda de lo que se pregona y en este momento lo que ocupa al gentío decente es impedir que el alcalde de Pamplona, clausure, espada en mano, los encierros y las corridas de toros. Lo pretende un mozarrón vasco, gran paradoja, de apellido Asirón, heredero de los etarras que mataron a 27 personas en el Viejo Reino.
Ya se ve que España, por aquí, acá soporta un caos que, como con el que ironizaba Garrigues, no tiene remedio. Y no terminan de aparecer sofocones. Miren: en este instante, la Fiscalía Europea investiga si existe malversación de fondos de la Unión en el supercomputador cuántico de Barcelona. El programa ha recibido ya 81 millones de euros y ahora se ha visto que la Fiscalía aprecia malversación e irregularidades en la licitación. El autor de la posible fechoría es el simpático ministro de la Digitalización o cosa así, Óscar López. Es decir, otra corrupción posible que llevarnos a la boca y que está en manos de una Fiscalía que guarda más de cien casos explosivos con sede en el Gobierno de Sánchez. Estamos todos en descubrir no «esas», sino «éstas», los desmanes que ha perpetrado un Gobierno que Sánchez presenta como víctima de una “demolición moral” sin precedentes. Esta, la tal «demolición», es un nuevo hallazgo de la cuadrilla inmensa que asesora a Sánchez y que en los últimos escarceos le ha hecho cometer dos deslices: uno, atribuir al presidente valenciano Carlos Mazón, un caso de corrupción inexistente, y otro planear sobre la decencia de Vox acusándole de tener tres causas abiertas en el Supremo. Eso el mismo día en que el Tribunal las archivaba.
Pero Sánchez en este caos se mueve como los equipos malos de fútbol: embarrando el terreno. Molowny, una leyenda del Real Madrid, se quejaba de este tipo de prácticas y al tiempo se reía diciendo: «…pero son tontos, cuando más barro pisan más se hunden». Sánchez, que es del Barcelona, no hará caso a este aviso. El caos está servido: Sánchez lo atiza en la confianza de que alguien termine comprando su averiada mercancía. Tiene poco éxito por delante. Recuerden (está el día para eso) aquel debate histórico entre el ministro Solbes y Manuel Pizarro. Al final, éste le espetó: «Ya verá como mis malos augurios se cumplen». Casi nos tiene que rescatar Europa con su boca a boca repleta de euros.