The Objective
Hastío y estío

El Peugeot de la banda se confiesa

«Amigos, en este país de picaresca, hasta los coches tenemos historias que contar. Y la mía es de órdago»

El Peugeot de la banda se confiesa

Un Peugeot 407.

Queridos lectores, soy un Peugeot 407 del 2005, matrícula gastada, tapicería con aroma a tabaco rancio y sueños rotos. Sí, ese coche. El que, según la leyenda sanchista, llevó a Pedro Sánchez, José Luis Ábalos, Santos Cerdán y Koldo García a recorrer España en 2016 para reconquistar el PSOE. Pero, no estoy aquí para cantar odas al Manual de resistencia. Estoy aquí para confesar, con el sarcasmo que solo un viejo utilitario puede permitirse, lo que mis retrovisores vieron y mis asientos soportaron. Porque, amigos, en este país de picaresca, hasta los coches tenemos historias que contar. Y la mía es de órdago.

Corría octubre de 2016. Sánchez, recién defenestrado por su “No es no” a Rajoy, se subió a mi capó con la mirada perdida y un plan que olía a gasolina barata. “Peugeot, vámonos a Ferraz”, me dijo, como si yo fuera un corcel y no un coche con 200.000 kilómetros al borde del colapso. Junto a él, sus fieles escuderos: Ábalos, con su aire de tahúr valenciano; Cerdán, el navarro callado que parecía contar avales en sueños; y Koldo, un tipo que manejaba el volante como si estuviera en un ring de boxeo. Yo, inocente, pensé que era una road movie socialista. Qué equivocado estaba.

Mientras cruzábamos el país, con la Ser sintonizada escupiendo himnos del PSOE, mis pasajeros no hablaban de militancia ni de ideales. No. Hablaban de “contactos”, de “favores” y de cómo “asegurar” las primarias. Yo, que solo entiendo de aceite y bujías, capté que algo olía mal, y no era mi tubo de escape. En un área de servicio cerca de Valladolid, Koldo sacó un fajo de papeles que parecían avales. “Santos, ¿los metemos ya o esperamos?”, preguntó. Cerdán, con esa calma de quien ha visto demasiados comités federales, respondió: “Tranquilo, que todo está atado”. Sánchez, desde el asiento del copiloto, asentía mientras miraba su Blackberry. Yo, testigo mudo, pensé: “Peugeot, te has metido en un buen lío”.

Avancemos al presente, junio de 2025. La Guardia Civil, con su Unidad Central Operativa (UCO), ha destapado el pastel. Y qué pastel. Resulta que mis cuatro pasajeros no solo reconquistaron el PSOE, sino que, según los informes, montaron una supuesta red de comisiones, mordidas y tráfico de influencias que haría palidecer al mafioso más experto. Ábalos, el que se sentaba atrás y dejaba migas de bocadillo en mi tapicería, está imputado por cuatro delitos, con pisos de lujo y fiestas en paradores que ni yo, con mi maletero lleno, podría imaginar. Koldo, mi conductor de puños apretados, se enfrenta a cargos por organización criminal y cohecho. Cerdán, el que siempre llevaba la cuenta, dimitió como secretario de Organización tras ser señalado por gestionar pagos de 620.000 euros en el caso Koldo. ¿Y Sánchez?, mi piloto estrella, dice que no se enteraba de nada. Claro, estaba muy ocupado mirando el paisaje por mi parabrisas.

La ironía, amigos, es que yo, un humilde Peugeot, fui el símbolo de su “regeneración”. ¡Regeneración! Si mis neumáticos hablaran, contarían cómo en 2014 Cerdán le dijo a Koldo: “Mete las dos papeletas sin que te vea nadie”. Y Koldo, obediente, respondió: “Ya está”. Así ganaron las primarias. Así empezó todo. Mientras Sánchez posaba conmigo para las fotos, sus chicos trabajaban en la sombra. Y yo, que solo quería pasar la ITV, me convertí en el mito fundacional del sanchismo.

No crean que exagero. Mis retrovisores captaron cada mirada cómplice, cada llamada en voz baja. En un viaje por Navarra, Ábalos hablaba de “arreglar” contratos de obra pública. Koldo, siempre al quite, sugería nombres de empresas “amigas”. Cerdán, con su libreta, apuntaba. Y Sánchez, ¿qué hacía Sánchez? Sonreía, como si todo fuera un juego. “Peugeot, tú no entiendes de política”, parecía decirme con cada acelerón. Pero yo, que he soportado baches y multas, entiendo de humanidad. Y lo que vi no era política. Era otra cosa.

Hoy, mientras vivo en un desguace, que no diré dónde se encuentra para preservar mi intimidad, no puedo evitar reírme. Esta no es la historia de un coche. Es la historia de un país donde cuatro tipos en un Peugeot 407 pensaron que podían conducir España como si fuera una autopista sin peajes. Y yo, que los llevé, solo puedo decir: lo siento, España. Intenté frenar, pero mi ABS estaba averiado.

Así que aquí me despido, con el motor apagado y la batería descargada. Si algún día pasan por un desguace y ven un Peugeot 407 con un arañazo en la puerta, denle un golpecito. Quizás les cuente otra historia. O quizás solo les pida un poco de gasolina para olvidar.

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