Recuperar la confianza, la nueva fábula del sanchismo
«¿Quién puede resistirse a un Gobierno que, con la humildad de un penitente, promete enmendarse?»

Pedro Sánchez. | Europa Press
El Gobierno de Pedro Sánchez ha estrenado un nuevo libreto: «Recuperar la confianza». Un lema tan pulido que parece extraído de un manual de marketing electoral, diseñado para deslumbrar a los incautos y amortiguar el estruendo de los escándalos que, como goteras en un tejado mal reparado, no cesan de mojar la credibilidad del PSOE. Es una maniobra tan previsible como un amanecer, pero no por ello menos fascinante en su descaro. Porque, ¿qué mejor manera de desviar la atención de la corrupción que envolverla en un eslogan que suena a redención?
El telón se alza con un Sánchez solemne, flanqueado por su coro de opinión sincronizada, ese conjunto de portavoces, tertulianos y columnistas que, con la precisión de un metrónomo, repiten las consignas de Ferraz. Todos entonan al unísono la melodía de la confianza perdida, como si el problema no fueran las sombras de Koldo García, José Luis Ábalos o Santos Cerdán, sino la incapacidad de los ciudadanos para apreciar la pureza de las intenciones del Ejecutivo. Es un ejercicio de prestidigitación verbal: mientras la Guardia Civil registra viviendas y destapa grabaciones que hablan de mordidas y comisiones, el Gobierno nos invita a un acto de fe. «Confíen en nosotros», parecen decir, «porque nuestra voluntad es tan inmaculada que los hechos son apenas un malentendido».
La ironía, tan afilada como un bisturí, reside en el contraste entre el discurso y la realidad. «Recuperar la confianza» no es un propósito, sino un parapeto. Un intento de transmutar el plomo de los escándalos en el oro de la empatía colectiva. Porque, ¿quién puede resistirse a un Gobierno que, con la humildad de un penitente, promete enmendarse? El problema es que el penitente lleva un traje de sastrería italiana y una sonrisa mafiosa. Sánchez, maestro en el arte de la resiliencia, o según sus críticos, de la supervivencia, sabe que la confianza no se recupera con auditorías internas ni comisiones de investigación de dudosa imparcialidad. Se recupera con gestos, con dimisiones, con una transparencia que, en su caso, brilla por su ausencia.
Y mientras el presidente se atrinchera en La Moncloa, bautizando su estrategia como «el búnker», un nombre que, en su crudeza, tiene algo de sincera autocrítica, sus socios parlamentarios observan con inquietud. Podemos, Sumar, Junts, ERC y el PNV, que en su día firmaron el cheque en blanco de la investidura, empiezan a dudar de la solvencia del pagador. «La confianza se ha quebrado», sentencia Coalición Canaria, mientras el PNV recuerda que no está para «proteger gobiernos, sino la dignidad democrática». Hasta Gabriel Rufián, siempre dispuesto a un regate dialéctico, admite que Sánchez está «tocado». Pero el presidente, fiel a su manual de resistencia, descarta elecciones, cuestiones de confianza o crisis de gobierno. Su apuesta es clara: aguantar hasta 2027, confiando en que el tiempo, ese gran aliado de los políticos astutos, elimine las manchas.
En este escenario, el lema «Recuperar la confianza» adquiere un matiz casi tragicómico. Es como si un mago, tras ser sorprendido con las cartas marcadas, pidiera al público que aplauda su honestidad. Porque la confianza, ese bien tan frágil, no se recupera con palabras grandilocuentes ni con promesas de regeneración que suenan a déjà vu. Se recupera con hechos, con una rendición de cuentas que no se limite a señalar a la oposición como culpable de todos los males. Acusar al PP y a Vox de «no estar legitimados para hablar de corrupción», como hace Sánchez, es un recurso tan gastado que ya no convence ni a los más fieles. La ciudadanía, hastiada de cortinas de humo, exige algo más que un eslogan.
Así, mientras el Gobierno ensaya su nueva fábula, la realidad se impone con la tozudez de los hechos. Los informes de la UCO, las dimisiones forzadas, las grabaciones que dibujan un PSOE más cerca de la cloaca que de la rosa, todo ello compone un mosaico que no se borra con frases bienintencionadas. «Recuperar la confianza» no es un plan, es una quimera. Una quimera que, en manos de un Sánchez cada vez más aislado, amenaza con convertirse en el epitafio de una legislatura que prometía progreso, y en su lugar nos han mostrado un espectáculo de ilusionismo demasiado cutre.