The Objective
Hastío y estío

Pablo Iglesias, tirano esperpéntico

«Es una pena que no sepa que, aunque la mona se vista de seda y viva en un ‘chaletazo’, mona se queda»

Pablo Iglesias, tirano esperpéntico

Ilustración de Alejandra Svriz.

El repartidor de diplomas democráticos y de lo que está bien y mal en este mundo, el del casoplón en Galapagar, es decir, el simpar Pablo Iglesias, se ha hecho viral por lo que ha dicho en el canal de YouTube «El sentido de la birra», presentado por Ricardo Moya. Este canal ha conseguido el éxito gracias a realizar entrevistas en profundidad con todo tipo de personajes relacionados con la política, la cultura, el deporte y la sociedad en general. Entrevistas de larga duración que gracias al buen hacer del presentador siempre son amenas, inteligentes e interesantes, pero siempre tiene que llegar alguien para fastidiarlo todo, y en este caso quien quiso hacerlo fue el que se cortó la coleta. Pablo Iglesias hace tiempo que dejó de torear en las principales plazas políticas y mediáticas de este país, pero de todas maneras decidió que ese momento era bueno para volver a embestir.

Ese canal de YouTube decidió subir este miércoles un extracto de veinte minutos de lo que será presumiblemente una entrevista que durará un par de horas, que es lo que lo suelen hacer, más o menos, en ese programa. Esa parte ya disponible comienza directamente con Pablo Iglesias abroncando al presentador por haber entrevistado a Bertrand Ndongo en otro programa. Le acusa de haber llevado a su espacio a un ultraderechista, nazi y fascista

A Pablo Iglesias se le frunce el ceño como si llevara varios días sin ir al baño, pero que siempre parece ir muy suelto para cagarse en la libertad del otro. Un tono de señorita Rottenmeier que se oponía a la candidez de Ricardo Moya, una Heidi con barba y ninguna «niebla» en sus ojos. El que ladraba era el fundador de Podemos. Una rabia que lejos de ser de «clase», sonaba a pija y a acomodada. 

Y es que a los ojitos y oídos delicados del rey de Galapagar les molesta ver y escuchar cosas que para ellos son intolerables, pero que luego disfrutan como si fueran una exposición de pintura en el Prado o de un concierto de uno de sus grupos favoritos de lo que hicieron Stalin, Castro, Mao, Chávez, Maduro o el mundillo Bildu-etarra. 

Y es que Pablo Iglesias, ese aprendiz de tirano bananero de AliExpress, quiere ser más gorila dominante que su añorado Chávez. Es una pena que no sepa que, aunque la mona se vista de seda y viva en un «chaletazo», mona se queda. Vallecas es sólo una parte más de su vida vivida y olvidada, junto a sus principios. 

Un republicano que se le vio en su salsa hablando de series de televisión de plataformas de pago con el Rey Felipe, y que no aprovechó ese tiempo para hablar de política y de los problemas de los españoles. Pablo, un rey con apariencia de Cristo, que si le pusieran la corona, él pondría las espinas. Faltó poco para que Iglesias no decidiera crucificar al infiel Ricardo Moya por entrevistar en su casa laboral a quien cree que puede ser un perfil interesante. Un hombre que, si pudiera, nacionalizaría hasta los canales de YouTube que no le gustan y convertirlos en algo exacto a su adorada televisión norcoreana. Le imagino henchido de felicidad e hinchado como un pavo, fiscalizando los canales de Roma Gallardo, Jordi Wild, Un tío blanco hetero, Vione o Crónicas Bárbaras, por poner unos pocos ejemplos, y cortándoles la cabeza al grito de «exprópiese». 

Un mundo donde el que no piensa como el Sansón debilitado de serie, pasa a ser directamente un indeseable o de extrema derecha, que viene a ser lo mismo. Un fascista de tomo y lomo que se lo llama a los demás porque es más bruto que un arado y más corto que las uñas de un bebé, cuando quería presentarse como el más fino manipulador. 

Pablo Iglesias se ve con la autoridad moral de decirle a cada uno lo que tiene que hacer en su trabajo o en su casa. Un ser de luz pluscuamperfecto cegado por su vanidad y deslumbrado ante la realidad. Un justiciero que hace trampas para intentar ganar la batalla de las ideas, pero que perdió con el que creía que era su aprendiz, y le dio de su propia medicina hasta enfermar de manera crónica y tener que abandonar la actividad política. Ese no fue otro que Pedro Sánchez, de formas tan dictatoriales como las suyas, pero más sibilinas. Y es que Pablo Iglesias es lo más parecido a un elefante entrando en una cacharrería. 

Lo que se ve es lo que hay. Alguien que pretende ser el macho alfa de la política española, y sólo tiene formas de niño malcriado de barrio rico. Mi reconocimiento a Ricardo Moya por dejarlo en evidencia al mostrar un perfil bajo por el que ha sido criticado. Su educación y tono cordial se ha confundido con que parecía querer justificarse ante el tirano bananero, que no Banderas, aunque sí esperpéntico. Esa dulcificación del presentador hizo que Iglesias se viniera más arriba aún y sacara todo lo que es. Ver la educación del oponente dialéctico como un rasgo de debilidad para terminar de machacarle y humillarle. Se te vio el plumero, Pablo, y tenía forma de látigo, como ya muchos sabíamos.

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