The Objective
Hastío y estío

La monologuista podemita que se masturba con crucifijos

«Su estilo, que ella misma describe como ‘rompedor’, parece confundir la transgresión con el mal gusto»

La monologuista podemita que se masturba con crucifijos

Captura del vídeo en el que la humorista Ane Lindane simula masturbarse con un crucifijo sobre el altar de una iglesia. | RRSS (X)

Ane Lindane, monologuista y actriz de verbo afilado y maneras menos refinadas, ha decidido elevar la provocación a cotas de dudoso gusto. Su última hazaña, perpetrada en el festival Euskal Herria Zuzenean, ha consistido en subirse al altar de una iglesia católica y simular una masturbación con un crucifijo ante la mirada de 200 espectadores. Un espectáculo que, según ella misma, buscaba «hacer tambalear los cimientos del catolicismo a carcajada limpia» mientras denunciaba los abusos sexuales de la Iglesia Católica. La Fundación Española de Abogados Cristianos, poco dada a apreciar este tipo de performances, ha presentado una denuncia por lo que considera un delito de escarnio, contemplado en el artículo 525 del Código Penal.

Lindane, conocida por sus monólogos cargados de crítica social y su colaboración con Canal Red, la plataforma televisiva de Pablo Iglesias, ese eterno abanderado de la revolución desde el plató, no es ajena a la controversia. Su estilo, que ella misma describe como «rompedor», parece confundir la transgresión con el mal gusto, y su última actuación no hace más que confirmar esta inclinación. Subirse a un altar, un espacio sagrado para millones de creyentes, para escenificar un acto tan burdo, no es solo una afrenta a la sensibilidad religiosa, sino una muestra de esa chabacanería que, lejos de epatar, termina por agotar. Porque, querida Ane, una cosa es denunciar los gravísimos abusos de la Iglesia, tarea necesaria y urgente, y otra bien distinta convertir un templo en el escenario de una parodia soez que, más que provocar reflexión, invita al sonrojo ajeno.

La cómica, nacida en Baracaldo en 1988, se jacta de haber hecho reír a su público mientras «mancillaba y blasfemaba» en nombre de la libertad de expresión. Y aquí radica el meollo del asunto: la libertad de expresión, ese derecho sagrado, valga la ironía, que Lindane esgrime como escudo, no debería confundirse con la licencia para la grosería. La crítica a los abusos sexuales en la Iglesia, un tema que merece toda la seriedad y el rigor, se diluye en el momento en que se recurre a gestos tan burdos como el de profanar un símbolo religioso en un espacio de culto. ¿Es esto el feminismo que Lindane dice representar? ¿Es esta la manera de «hacer tambalear» los cimientos de una institución? Si la respuesta es sí, entonces el debate ha caído más bajo de lo que imaginábamos.

No es la primera vez que Lindane se regodea en la polémica. En abril, ya cargó contra las procesiones de Semana Santa, demostrando que su cruzada anticatólica es más un sello personal que un arrebato espontáneo. Su paso por el festival vasco, sin embargo, ha cruzado una línea que incluso sus defensores más acérrimos tendrán dificultades para justificar. «No estaba planeado», asegura ella, como si la improvisación excusara la falta de respeto. «Hago ese tipo de cosas en mis monólogos», añade, con una sinceridad que, lejos de redimirla, la pinta como una provocadora profesional que confunde el escándalo con el arte.

Abogados Cristianos, con su presidenta Polonia Castellanos a la cabeza, no ha tardado en señalar que Lindane eligió Francia para su performance porque allí el delito de escarnio no está tipificado, insinuando que la actriz buscó un resquicio legal para su provocación. Sea o no cierto, lo que queda claro es que la difusión del vídeo en redes sociales, orgullosamente compartido por la propia Lindane, ha amplificado la ofensa, llevando el acto desde una iglesia en Iparralde hasta los teléfonos de miles de personas. Y mientras ella celebra haber «denunciado los abusos sexuales» a su manera, uno no puede evitar preguntarse si no hay formas más inteligentes, más elegantes, de alzar la voz contra las injusticias sin pisotear las creencias de otros.

En el fondo, lo que Lindane parece no entender es que la irreverencia no necesita ser chabacana para ser efectiva. La crítica social, el humor, incluso la sátira más mordaz, pueden hacerse desde el ingenio, desde la altura intelectual que ella, con su crucifijo y sus aspavientos, ha decidido dejar en el camerino. Mientras tanto, los creyentes católicos, que no son un monolito ni están exentos de autocrítica, se ven caricaturizados en un espectáculo que no busca dialogar, sino humillar. Y eso, querida Ane, no es transgresión: es simplemente rebuznar. 

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