The Objective
Hastío y estío

Con Trevijano no habría llegado el sanchismo

«El sanchismo, esa mezcla de oportunismo y mesianismo, ha elevado a arte la confusión entre el poder y la virtud»

Con Trevijano no habría llegado el sanchismo

Antonio García-Trevijano. | J.M. Espinosa (EFE)

En estos días de desmadre político, es un acto de rebeldía intelectual reivindicar el pensamiento de Antonio García-Trevijano. Este jurista, pensador y azote de mediocres, cuya pluma cortaba como un bisturí y cuya lucidez incomodaba a los guardianes de lo establecido, nos dejó un legado que hoy, en la España del postureo y la partitocracia rampante, brilla con una pertinencia casi profética. Defender sus ideas en tiempos de Sánchez no es solo un ejercicio de nostalgia, sino una necesidad urgente para quienes aún creemos que la política puede ser algo más que un circo de ambiciones personales y propaganda barata.

García-Trevijano, ese hombre que miraba de frente a los dogmas con la misma calma con que un servidor contempla un paisaje, sostenía que la democracia española no era tal, sino una oligarquía de partidos disfrazada con los ropajes de la libertad. ¿Y qué diría hoy, en este 2025, al ver el espectáculo de un Gobierno que confunde gobernar con tuitear, que convierte la Moncloa en un plató de Netflix y que negocia la soberanía nacional como quien regatea en un mercadillo? Probablemente, con su característica ironía, nos recordaría que la partitocracia no es un accidente, sino el diseño mismo de un sistema que premia la lealtad al líder por encima de cualquier principio.

El sanchismo, esa peculiar mezcla de oportunismo y mesianismo, ha elevado a arte la confusión entre el poder y la virtud. Sánchez, con su sonrisa de vendedor de seguros y su capacidad para reescribir la realidad, encarna la antítesis de lo que Trevijano defendía: una democracia formal, basada en la representación genuina y la separación real de poderes. En lugar de eso, tenemos un Ejecutivo que se cree legislador, un Legislativo que se comporta como un club de fans y un Poder Judicial bajo asedio, todo ello aderezado con una prensa que, en su mayoría, ha decidido que la adulación es más rentable que la crítica. Trevijano, que nunca se dejó seducir por los cantos de sirena del consenso, nos enseñó que la verdadera libertad política no se mendiga, se construye.

Una de sus ideas más incisivas era la necesidad de una constitución que garantizara la libertad colectiva antes que los privilegios individuales de los partidos. Hoy, cuando el sanchismo pacta con quienes sueñan con balcanizar España, mientras vende cada cesión como un triunfo de la concordia, las advertencias de Trevijano resuenan como un trueno. Él nos recordaba que la unidad de una nación no es un eslogan, sino un principio que exige instituciones sólidas y no un mercadeo de favores. ¿Qué diría de esos acuerdos de madrugada, de esos indultos que parecen más un trueque que un acto de justicia, de esa amnistía que huele a cálculo electoral? 

Y luego está su crítica al consenso, esa palabra fetiche que el sanchismo ha convertido en sinónimo de sumisión. Trevijano sabía que el consenso, lejos de ser la panacea, es a menudo la coartada de los mediocres para perpetuarse. En una España donde disentir es casi un delito, donde el Gobierno etiqueta como “facha” o “desestabilizador” a cualquiera que ose cuestionar sus dogmas, la voz de Trevijano nos recuerda que la democracia no es el silencio de los corderos, sino el rugido de los ciudadanos libres. Sánchez, con su habilidad para convertir cada crítica en un ataque a la democracia, habría sido para Trevijano un caso de estudio perfecto: un líder que confunde su ego con el bien común.

Defender las ideas de García-Trevijano en este contexto no es solo un acto de justicia histórica, sino una brújula para no perdernos en el lodazal del sanchismo. Su apuesta por una democracia formal, por la separación de poderes, por la representación proporcional y por una república racional, son herramientas para desmontar un sistema que premia la mediocridad y castiga la excelencia. En un país donde el debate público se ha reducido a un reality show, donde los principios se sacrifican en el altar de la conveniencia, Trevijano nos invita a recuperar la dignidad de la política. Y si para ello hay que ser elegantes, irónicos y mordaces, así lo seremos. Porque, como él diría, la libertad no se pide de rodillas, sino que se exige con la cabeza bien alta.

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