Fran Soto, abogado y jefe de los árbitros
«A partir de ahora los árbitros, si se sienten maltratados, disponen del socorrido comodín ‘llamo a mi abogado’»

Francisco Soto. | Europa Press
Ya lo dijo Quevedo, «menos mal hacen los delincuentes que un mal juez». Afortunadamente, hay más jueces buenos que malos, lo cual no impide plantearse cuál sería el fallo de Su Señoría si el reo no fuera de su cuerda, bien «progresista», bien «conservador». Inquietante. Más allá de la «Ley Antiamnistía» o de los soplos de un expresidente de la Audiencia Nacional, abundan los ejemplos para dejar de creer que la «justicia es ciega». ¡Y un jamón, ciega! ¡Y también dos huevos duros! Se impone un acto de fe para asumir las sentencias sin rechistar, algo así como admitir que los árbitros son infalibles o que cuando se equivocan yerran sin mala intención. No obstante, a los colegiados (españoles) hay que defenderlos porque no es ni medio normal que un país como el nuestro, potencia futbolística mundial de primera fila, no esté representado por alguno de sus numerosos árbitros en las más destacadas competiciones internacionales.
Según el poeta estadounidense Robert Frost, «los doce miembros del jurado darán la razón a quien tiene mejor abogado». Elemental, «querido Watson». E injusto, «mon ami». Tan improcedente como que no pite ni un español en el Mundial de Clubes, y mira que algunos de los elegidos son peores que los «Hermanos Malasombra». Razones de tan caprichosas ausencias: que en la FIFA colea el «asunto Negreira», con todo el colectivo aun bajo sospecha, y que en la España del balón redondo, los del silbato, pródigos en la irregularidad, suman menos simpatizantes que en «Telerealmadrid». Esto a Gianni Infantino le produce desazón y obra en consecuencia. Prefirió no escuchar a Rafael Louzán cuando le pidió clemencia para sus trencillas y le garantizó que todo iba a cambiar, todo, menos la cuestión trascendental: son humanos, luego se equivocan y con la implantación del VAR las mejoras, caprichosas nubes de polvo y paja, son enredos. Como apunta el pueblo llano, con la nueva herramienta les han hecho la «picha un lío». A ellos, a los futbolistas, a los entrenadores y a la afición en general.
La situación doméstica y su paupérrima imagen internacional exigen medidas contundentes, no vaya a ser que el fútbol español se convierta en una pantomima del Comité Federal (del PSOE, naturalmente). Louzán ha tirado por la calle de en medio, ha ignorado los parches y ha entrado a fondo en la renovación. Con Medina Cantalejo y Clos Gómez fuera del sistema, pensaba que al nombrar presidente del CTA a Francisco Soto Barilac (Vigo, 1980) convencía a la concurrencia. Soto ha sido árbitro en categorías inferiores —no llegó a la cima— y abogado de primera división (Despacho Garrigues), de los que por su erudición pueden inclinar la balanza en un juicio. Conoce el paño, las tretas, las debilidades y la mala baba. Acababa de «jurar» el cargo y proponía, como su mentor, poner el marcador a cero, enterrar el «caso Negreira», que es a lo que se tiende, y desterrar los vídeos de RMTV… Quería la paz y apenas ha abierto el pico, le han declarado la guerra. El madridismo quiere justicia, la condena pendiente del Barça, y Real Madrid Televisión ha respondido como los «indepes» amnistiados: «Lo volveremos a hacer». Seguirán con la matraca de sus vídeos para denostar al colectivo arbitral porque ese espacio que ve el 0,0 tiene más seguidores que «La familia de la Tele». Mientras, «plumillas sabelotodo» pronostican el fracaso del nuevo presidente del CTA, «porque no es nadie». Ni un minuto de gracia le han concedido.
Así no hay manera. El lema de Soto, «exigencia, transparencia y respeto», ha durado menos que las reformas en el Reglamento de Escartín, que cada temporada vuelven a ser reformadas. Y así no hay manera de acreditar cuándo una mano dentro del área es penalti. Paciencia, pues, señor letrado, de cuya solvencia profesional no se duda, aunque su origen gallego podría jugarle una mala pasada si hace veinte o treinta años alguien le hizo una foto junto a un «narco» o similar; ya fuera porque los retratados se conocían desde el instituto o porque la instantánea surgió accidentalmente. No deja de ser curioso lo que perdura en el tiempo aquella foto de Feijóo embadurnado con protector solar junto a Marcial Dorado en su yate (1995), y la rapidez con que han desaparecido todas las del «Tito Berni», vídeos incluidos, que apenas son de antier. La memoria es selectiva, sobre todo si la dirigen. Se puede fardar de «progresista» a las órdenes de un ultraderechista como Puigdemont sin ponerte «colorao». O conceder la «raimunda» a ZP sin pensar en el daño que se le hace a la judicatura. Y se puede, de nuevo en harina balompédica, recordar a los aficionados del Atlético los tiempos de Gil y Gil después de pagar 8,4 millones de euros durante 17 años al vicepresidente del CTA, o de colocar sistemáticamente en la picota a los colegiados, aunque te favorezcan.
El descaro es a la desvergüenza lo que el ventajismo a Liberty Balance, hasta que aparece un John Wayne que a tiro limpio pone a cada cual en su sitio. A partir de ahora los árbitros, si se sienten maltratados, disponen del socorrido comodín «llamo a mi abogado». Porque Soto Barilac ha sido árbitro, como aquellos que conocí en Tercera Regional, jóvenes que se jugaban el forro, aunque no vieran a la pareja de la Guardia Civil, su único escudo protector. Vamos, como ahora los de la UCO. Pitaban en campos arrebatados a las eras, pedregales que no ocultaban los regueros infectos que se filtraban por las paredes de las cuadras, terrenos de juego inclinados, con el público encima, que según fuera el partido te ofrecían un trago de la bota o te amenazaban con la garrota cuando corrías la banda. Hasta no hace mucho, los árbitros aún han salido de los campos, no solo de las eras, protegidos por las fuerzas de Orden Público. Hoy, sus peores enemigos, los que solo defienden un color, les zurran en las tertulias.
Y la próxima semana nos ocuparemos de Nico Williams y su renovación por diez temporadas, de Jon Uriarte y del Athletic, del patinazo de Joan Laporta y del Barça, de los 15 millones (60 a plazos) de multa que le ha impuesto la UEFA por incumplir el «fair play» financiero y, como decían Tip y Coll, hablaremos del Gobierno. O lo que quede de él.