Adiós al revés a una mano
«Los seguidores de Federer —con Grigor Baby Federer Dimitrov a la cabeza— viven un ocaso que nos llena de nostalgia y que, sin embargo, es imparable»

Grigor Dimitrov tras retirarse este lunes de Wimbledon. | REUTERS/Andrew Couldridge
Este lunes asistimos al entierro de una era: la del revés a una mano. Ya expulsados del top 10, los seguidores de Roger Federer —con Grigor ‘Baby Federer’ Dimitrov a la cabeza— viven un ocaso que nos llena de nostalgia y que, sin embargo, es imparable. No se puede pelear contra dos derechas, que es lo que, al fin y al cabo, tienen quienes manejan el revés a dos manos: el 95 % de los jugadores. Es lo que se enseña, por más que la influencia del gran Roger Federer trajera consigo a un pequeño grupo de talentosos estetas. El revés a dos manos es un guante… y un mazo. Y muy, muy seguro.
En su momento Murray, y hoy Djokovic, Zverev, Sinner, Alcaraz… todos lo manejan con la precisión de un cirujano y con casi la misma potencia que su propio drive.
Me apunta un dato mi amigo Semmler, que de esto sabe lo suyo: curiosamente, son precisamente los que dan el revés a una sola mano quienes tienen la mejor derecha invertida: Federer, Dimitrov, Tsitsipas, Thiem. «Ahí lo dejo…», me dice.
Pero hay un lugar donde este golpe estéticamente insuperable tiene aún una oportunidad de sobrevivir: la hierba. Splendor in the grass… El revés cortado, ese hachazo seco a 45 grados que Dimitrov ejecuta igual que el suizo, es una navaja suiza: corta fino y sirve para todo. Quizás esa sea la modalidad que sobreviva: el slice.
Nadal, con su revés a dos manos, lo usaba sin piedad.
Ayer asistimos al entierro más hermoso que se le podía haber dedicado a este golpe que se nos va. Adiós a Wawrinka, Shapovalov, Musetti, Tsitsipas. Adiós a los artistas de la pista. Han llegado los pegadores para quedarse. El tenis hoy es para animales. Para superatletas. Si el liftado de Rafa fue el martirio de Roger (cómo lloraba en Australia, desesperado), pegar un revés a una mano contra ese tsunami es sencillamente imposible, especialmente de forma repetida. Fue precisamente el revés a dos manos de Del Potro el antídoto (iba a decir “potro de tortura”, pero no) contra Nadal. Se montaba encima de la bola y le pegaba de arriba a abajo, aprovechando toda su carga, y le devolvía una especie de mini-smash.
Nole, alumno aventajado, al igual que aprendió del resto el ‘voleado’ de Agassi, toma nota de ese hallazgo de la Torre de Tandil e inaugura una tiranía de dos años en los que masacra a Rafa una y otra vez. Pero Rafa era mucho Rafa, y supo evolucionar para sobreponerse al reto que le había lanzado el balcánico, hasta lograr revertir la tendencia y ganarle no solo en la arcilla parisina, sino en la dura preferida de Nole: Melbourne Park.
Pero volviendo a lo que pasó ayer. A pesar del espectáculo extraordinario que nos brindó el búlgaro hasta su cruel rotura de pectoral (ojo: lleva cinco lesiones en cinco Grand Slams, ¿quizás ya es hora de decir “basta”?), nos estaba regalando una verdadera clase de… clase. Pero engañosa. Lo que hizo ayer, prodigioso, sin duda, se lo haría a un top 10 en un buen día, pero nunca a un Sinner en plena forma. Y ayer Jannik no era Sinner.
Si no le creo cuando juega al despiste con la Agencia Mundial Antidopaje por su contagio —supuestamente involuntario— de clostebol por la crema de su fisio, sí que me creo que ayer estaba tocado de la muñeca. Hace muchos, muchísimos partidos que no le vemos hacer dobles faltas de forma repetida, pegar caños y jugar sin la precisión del bisturí en que se ha convertido. Sinner es hoy el Killer Cyborg del tenis actual, un robot imparable, un diablo con carita de ángel. Y solo Carlitos posee la kriptonita capaz de neutralizarlo. Por ahora.
Así que sí, fue doloroso ver a Dimitrov con el pecho partido —literalmente— llorando como un crío sobre el césped de La Catedral. Y Sinner sabe que pasa de ronda inmerecidamente.
Ahora bien, si juega a ese nivel contra Nole, en tres se va a la caja, que diría Zapa. Y de vuelta a los Apeninos, penando.