Elogio a Ana Duato y Xabi Alonso
«Llevar un litigio contra Hacienda es como escalar el Everest con una mochila llena de piedras»

Ana Duato y Xabi Alonso.
Ana Duato, la matriarca de los Alcántara en esa joya atemporal que es Cuéntame, no sólo ha dado vida a una Merche que es el alma de España, sino que se ha enfrentado al fisco con la misma entereza que su personaje exhibe en la ficción. Acusada de defraudar 1,1 millones de euros, Duato no se amilanó. Mientras otros, como su compañero Imanol Arias, optaron por pactar con la Fiscalía para esquivar la cárcel, ella decidió plantarse. «No soy culpable», dijo, y llevó su verdad hasta el final, hasta esa absolución conseguida esta semana que resonó como un portazo en la cara de la Agencia Tributaria. La Audiencia Nacional dictaminó que no había pruebas suficientes de que Duato supiera que estaba incumpliendo con el fisco. Su gestor, en cambio, cargó con una condena de 80 años.
Xabi Alonso, por su parte, es el caballero de Tolosa que ha conquistado el Bernabéu no solo con su talento, sino con su integridad. Como futbolista, su trayectoria es impecable: campeón del mundo, doble campeón de Europa, artífice de la Décima con el Real Madrid y, más recientemente, arquitecto de un Bayer Leverkusen que rompió la hegemonía del Bayern de Múnich en la liga alemana.
Desde mayo de este año, Alonso es el flamante entrenador del Real Madrid, un cargo que no solo exige destreza táctica, sino una capacidad casi mística para lidiar con las expectativas de un club que no admite medias tintas. Pero antes de este nuevo capítulo, Alonso también se enfrentó a Hacienda. Acusado de evadir cinco millones de euros entre 2010 y 2012, el tolosarra se negó a pactar, como hicieron otros astros del balón. Fue a juicio, defendió su inocencia y salió absuelto por el Tribunal Supremo. Un triunfo que no sólo limpió su nombre, sino que puso en evidencia los métodos de un fisco que actúa como un cazador furtivo, disparando primero y preguntando después.
La ironía, queridos lectores, es que mientras Hacienda persigue con lupa obsesiva a figuras como Duato y Alonso, sus mecanismos de control parecen volverse ciegos cuando el investigado lleva el carné de un partido en el Gobierno. ¿Dónde está la misma ferocidad fiscal cuando el político de turno desvía fondos o se enreda en estructuras opacas? ¿Por qué la maquinaria que desmenuza las cuentas de una actriz o un futbolista se atasca cuando el implicado es un pez gordo con despacho en Moncloa? Los casos de David Sánchez, hermano del presidente, o de Miguel Ángel Gallardo, presidente de la Diputación de Badajoz, nos recuerdan que la justicia fiscal tiene un extraño sentido de la prioridad. Mientras a Duato se le pedían 32 años de cárcel y a Alonso dos años y medio, los peces gordos nadan en aguas más tranquilas, protegidos por el manto del poder.
No es solo la valentía de Duato y Alonso lo que merece nuestro elogio, sino su constancia. Llevar un litigio contra Hacienda es como escalar el Everest con una mochila llena de piedras: cada paso es un suplicio, cada audiencia judicial un precipicio. Y, sin embargo, ambos perseveraron. Duato, con su carrera consolidada como una de las grandes damas de la interpretación española, no cedió al chantaje de la conformidad. Su Cuéntame no es sólo una serie; es un espejo de la España que resiste, que se levanta tras cada golpe. Alonso, con su historial impoluto como jugador y su meteórico ascenso como entrenador, no solo ha devuelto la ilusión al madridismo, sino que ha demostrado que la honestidad, aunque cara, es una inversión a largo plazo.
En un país donde el fisco actúa como un dios caprichoso, castigando a unos mientras absuelve a otros, la lucha de Duato y Alonso es un recordatorio de que la justicia, aunque lenta, a veces llega. No es sólo una victoria personal; es un desafío al sistema, una bofetada a la presunción de culpabilidad que Hacienda esgrime con mano dura. Mientras el Gobierno de turno presume de transparencia y hace lo que está en su mano para eludir el escrutinio, estos dos titanes nos enseñan que la verdad, como el buen vino, requiere de tiempo, paciencia y un coraje que no se doblegue ante el rugido del gigante. Que tomen nota los instigadores y hostigadores de que esto ocurra: por suerte no todos se arrodillan ante ustedes.