La felicidad cumple 15 años
«La España futbolística de 2010 era un faro de esperanza; la España política de 2025, un laberinto de promesas rotas»

La Selección española celebra el título en 2010 con Iker Casillas a la cabeza. | Frank Augstein (AP)
Hoy hace 15 años de uno de los días más felices de nuestras vidas. España ganaba el Mundial de fútbol y el mundo estaba más que nunca en nuestros pies. La desgracia es que esa niña bonita se ha vuelto fea y empieza a maquillarse a imagen y semejanza del presidente Sánchez. Cuando fuimos los mejores, como cantaba Loquillo, y ahora que vuelven Manolo García y Quimi Portet, sólo somos los últimos de la fila.
Aquel 11 de julio de 2010, España no solo levantó la Copa del Mundo en Sudáfrica, sino que se coronó como un símbolo de unidad, talento y esfuerzo colectivo. La selección de Vicente del Bosque, con nombres como Xavi, Iniesta, Casillas o Puyol, era un reflejo de lo mejor de nosotros mismos: un equipo diverso, desde el nervio catalán hasta la garra andaluza, que jugaba con una armonía que maravilló al planeta. Cada pase era una declaración de intenciones, cada gol una oda a la excelencia. Aquella España no sólo ganaba, sino que inspiraba. Era la culminación de un proyecto que, desde la Eurocopa de 2008, había devuelto al país la fe en sí mismo tras décadas de decepciones.
Quince años después, el contraste es desgarrador. El gobierno de Pedro Sánchez en 2025, envuelto en escándalos de corrupción y opacidad, parece la antítesis de aquella selección gloriosa. Donde antes había cohesión, hoy hay polarización; donde había mérito, hoy hay amiguismo; donde había un proyecto común, hoy solo queda un juego de tronos donde el poder se reparte entre los leales. La España futbolística de 2010 era un faro de esperanza; la España política de 2025, un laberinto de promesas rotas y titulares de vergüenza.
Aquel equipo de fútbol representaba un país que, aunque golpeado por la crisis económica, creía en la posibilidad de un futuro mejor. La precisión de Xavi Hernández era como una metáfora de un país que podía funcionar con la exactitud de un reloj suizo. La humildad de Iniesta, que marcó el gol de la victoria, era la de un pueblo que no necesitaba alardear para saberse grande. Hoy, en cambio, el Ejecutivo de Sánchez parece más un equipo de mercenarios que un conjunto cohesionado. Los casos de presunta corrupción, desde la Amnistía o las mordidas, hasta los favores a aliados políticos, han erosionado la confianza en las instituciones. La transparencia que prometía el PSOE se ha diluido en una maraña de excusas y cortinas de humo.
La España del Mundial era un canto a la meritocracia: los mejores jugaban y ganaban. En 2025, el Gobierno parece regirse por un principio opuesto: el clientelismo. Los nombramientos cuestionables, las leyes diseñadas para contentar a socios separatistas y los pactos de conveniencia con quienes desprecian la idea de España recuerdan más a un mercadillo político que a un proyecto de nación. Mientras en 2010 celebrábamos la unidad en la diversidad, hoy Sánchez y sus aliados parecen empeñados en fracturar el país en feudos con distintos intereses.
Y, sin embargo, no todo está perdido. Aquel espíritu del 2010 sigue latente en la memoria colectiva. La España que vibró con el gol de Iniesta no ha desaparecido, aunque esté enterrada bajo capas de desencanto. La pregunta es si seremos capaces de recuperar esa chispa, ese orgullo de ser los mejores sin necesidad de pisar a nadie.
Quince años después, la felicidad de aquel Mundial nos recuerda lo que fuimos y lo que podríamos volver a ser. Pero para eso hace falta algo más que la nostalgia: se necesita coraje, honestidad y un proyecto que vuelva a poner a España por encima de los intereses de unos pocos. Porque, aunque Sánchez y su corte quieran maquillarlo, el espejo no miente: la niña bonita se ha vuelto fea, y solo nosotros podemos devolverle su brillo.