Al final de la final
«Confiaba en un mayor dominio del nuestro. Yo y las casas de apuestas, que nos hemos venido todos arriba»

Jannik Sinner y Carlos Alcaraz tras la final de Wimbledon de este domingo. | REUTERS/Stephanie Lecocq
Empiezo a escribir estas líneas cuando Alcaraz y Sinner van un set iguales y 1-1 en el tercero. El resultado no es, a priori, preocupante y, sin embargo, no me gusta la orina del enfermo…
Confiaba en un mayor dominio del nuestro. Yo y las casas de apuestas, que nos hemos venido todos arriba. Pensaba que era su momento, que tenía ventaja. Incluso me había apostado un par de menús con mis amigos tenistas. Le veía muy cómodo sobre hierba, más incluso que sobre la arcilla, que ya es decir. Creo que ha pasado a ser su superficie preferida. No es accidental que esté peleando por su tercer torneo consecutivo en el All England Tennis Club.
Después está su trayectoria desde la final de Roland Garros: 24 partidos y tres torneos sin perder, además de estar físicamente exultante, pletórico. Mientras que Sinner ha mostrado dudas, viene con la muñeca tocada tras una mala caída y ha perdido en Halle con un jugador menor que él: el talentoso y provocador Bublik. Ya en Wimbledon iba camino de perder con Dimitrov, cuando este se rompió. Tenía un pie en la caja.
Pero lo cierto es que, por ahora, ambos están mostrando nervios, demasiados errores. Un Sinner errático ha dejado escapar el primer set, en el que iba break arriba. Ha encontrado su paso en el segundo, y ahora es Alcaraz quien no está fluido. No enchufa su primer saque más que a ráfagas, de manera irregular. Y gana un porcentaje muy bajo de puntos con su segundo.
En este momento, 2-2 y 30 iguales, todo está aparentemente igualado, pero Carlos no está cómodo. El partido está soso, extraño, hasta aburrido, me atrevería a decir. Que es cuando los ganaba Nadal, cuando no tenía su día. Cuando tocaba remar. Vuelvo en un rato.
……
Ya estoy de vuelta, derrotado y debiendo dos menús. ¿Mi sensación? La de todos: que hoy Carlos no ha sido el funambulista que camina alegremente por el alambre a cien metros de altura, sin red y haciendo malabares mientras bromea y ríe divertido. Ese mago que tan mal acostumbrados nos tiene es un prodigio de tenista, y ha perdido una final contra el número uno del mundo… ¡al que había ganado las cinco veces anteriores! No es ninguna tragedia.
Cuando todavía quedaba mucha tela por cortar, ha gritado desesperado a su equipo en la grada: no sabe qué le pasa, no está cómodo. Dice que el otro es mucho mejor que él desde el fondo. Y claro, el italiano entiende español. Se siente desbordado, pero ese es un regalo que no se puede hacer jamás, porque el tenis es boxeo. No le puedes lanzar ese caramelo al oponente. El lenguaje corporal lo dice todo. Habla, sí, por sí solo.
¿Y no será que Sinner no le ha dejado hacer su juego? ¿Que venía con los deberes aprendidos de Francia, sabiendo ya que los niños no vienen de París? En el tenis, muchas veces uno juega mal porque el otro no le deja. Hace todo aquello que le incomoda. Nadal era el gran especialista. Recuerdo la desesperación de Tsitsipas cuando decía, tras palmarla con él: «¡Te hace jugar mal!». Rafa conseguía sacar lo peor de sus oponentes.
En 1975, Arthur Ashe martirizó en esta misma pista a Jimmy Connors, que era claramente el favorito. En un despliegue de táctica e inteligencia, en vez de pegar duro, que era lo que se esperaba de él, se dedicó a hacerle cortadas suaves a media pista, especialmente a la derecha de Connors, que intentaba subir a la red. Pero la bola de Ashe era poco profunda y, como venía blandita y baja, para pegarla tenía que agacharse mucho y meterse debajo para levantarla. Se quedaba parado y demasiado lejos para llegar bien a volear. Jimbo fallaba una y otra vez, y las veces que lograba meter el approach, su bola no mordía y Ashe, que le estaba esperando, le hacía un passing sin dificultad hasta desquiciarlo.
Todas esas maravillas que son rutinarias en Carlos hoy se le escapaban por los pelos. Su dejada era un golpe desesperado, y no veía por dónde meterle mano al italiano, que iba a lo suyo in crescendo, una apisonadora.
Con suerte, nos quedan muchos de estos. Hoy ha sido un punto de inflexión. Jannik dormirá como no pudo dormir tras la final parisina, y el desvelado será Carlos. ¿O no? Menuda diferencia la de su cara aún sonriente tras la derrota, con el semblante sombrío que mostraba Sinner en París, herido, dolido. Jannik vive por y para el tenis. Carlos vive por el tenis, pero también para muchas otras cosas. Es lícito. Hasta deseable, diría yo, vistos los destrozos en la cabeza de los que vamos leyendo.
Estoy seguro de que en el US Open se repetirá la final. Son claramente los dos mejores del momento, de largo. Y Alcaraz es un campeón. A los campeones las derrotas no los hunden: los impulsan, los motivan y los espolean. Se crecerá con el castigo. Pero ahora toca descansar.