The Objective
Hastío y estío

Salvar a los soldados Ana Iris y Gascón

«Un escritor que piensa, que osa dudar, es castigado por sus pares en un diario que presume de ser faro de democracia»

Salvar a los soldados Ana Iris y Gascón

Ana Iris Simón y Daniel Gascón.

Dos soldados de la palabra, Ana Iris Simón y Daniel Gascón, han sido puestos en la picota por sus propios camaradas. En El País, ese bastión del progresismo que titubea entre la verdad y el dogma, la censura ha mostrado su rostro más descarnado. A Ana Iris, cuya pluma afilada y melancólica ha dado voz a las contradicciones de una generación, le han cerrado las puertas: su último artículo, según ha revelado ella misma en X, no ha visto la luz en el diario de Prisa. A Daniel Gascón, por su parte, lo han convertido en blanco de una jauría interna que lo acusa de herejía por atreverse a defender la libertad de prensa, incluso la de aquellos incómodos reporteros, Vito Quiles y Bertrand Ndongo, que desafían al poder con preguntas que los achicharran.

El pecado de Gascón no es menor en un tiempo en que la ortodoxia se impone con la sutileza de un martillo. En el artículo que ha generado la ira de los intransigentes cuya pureza ideológica haría emocionar a Hitler, se atrevió a cuestionar una reforma del reglamento del Congreso, impulsada por el PSOE y sus aliados, que pretende dotar a los políticos de un poder casi plenipotenciario para decidir quién es periodista y quién no. Una ley anti-Quiles y Ndongo, la llaman, diseñada para acallar a esos «pseudoperiodistas» que, con sus preguntas impertinentes, perturban la paz de los pasillos parlamentarios. Gascón escribió que expulsar a quienes incomodan al poder, por desagradables que sean, es un ataque a la libertad de expresión. Y por ello, sus propios compañeros en El País lo han crucificado, tildándolo de traidor, de defensor de «ultras», de alguien que no entiende que el periodismo «verdadero» debe alinearse con la narrativa correcta. Qué ironía: un escritor que piensa, que osa dudar, es castigado por sus pares en un periódico que presume de ser un faro de la democracia.

Mientras tanto, Ana Iris Simón, esa voz que ha sabido contar las verdades de la España vaciada con una prosa que duele y enamora, ha sido silenciada. El País ha decidido que su artículo, quién sabe si por exceso de sinceridad o por falta de sumisión, no merece ser publicado. Es un gesto que no sorprende, pero que indigna. Ana Iris con su capacidad para exponer las fisuras de la modernidad líquida, se ha convertido en una anomalía. Y las anomalías, en el reino de la uniformidad, se extirpan sin miramientos.

En THE OBJECTIVE, la libertad se respira y las ideas no se podan como si fueran malas hierbas. Un servidor contempla este espectáculo con una mezcla de rabia y gratitud. Rabia, porque la censura, esa vieja conocida, reaparece con nuevos ropajes, disfrazada de defensa del periodismo «serio». Gratitud, porque en este periódico nadie me ha dicho jamás qué debo escribir, qué línea ideológica apoyar o destruir, o qué frase debo eliminar de mi artículo. Ni una coma, ni un punto, ni una mísera palabra han sido tocados en mis textos. La mayoría de mis artículos políticos han sido criticando a este infame gobierno actual que todos sufrimos, pero al menos he escrito un artículo, cuando no varios, criticando también a Sumar, Podemos, el PP o Vox, y por supuesto a los partidos nazi-onalistas, cuando he creído que se lo merecían, y en este periódico que ustedes están leyendo con excelente criterio nadie me ha hablado de línea editorial o ideológica. Y llevo escritos casi 200 artículos. Aquí, el autor es libre, y su verdad, aunque incomode, encuentra su refugio. Puedo imaginar la asfixia de Ana Iris y Gascón, ahogados en un entorno donde la lealtad al dogma pesa más que la honestidad intelectual.

Lo que más duele a estos practicantes de la tiranía es que las críticas vengan de los que ellos consideran que son de los «suyos», «mano de obra» de su pertenencia. Son conocedores de cómo piensan, y, por tanto, les quedaría ridículo llamarles «fachas», pues saben que están muy lejos de serlo. Pero es que han cometido un pecado aún mayor para estos, y es no compartir la misma idea sobre lo que es el progresismo hoy en día. Y si no lo entiendes igual que el régimen imperante, date por jodido o guillotinado, que es lo mismo.

La reforma del Congreso, esa que Gascón ha osado criticar, es un síntoma de algo más profundo: el deseo de controlar la narrativa, de decidir quién tiene derecho a preguntar y quién debe callar. Vito Quiles y Bertrand Ndongo, con su estilo provocador y sus formas a veces burdas, son sólo el pretexto. Hoy son ellos, pero mañana será cualquiera que se atreva a salirse del guion. La libertad de prensa no se defiende sólo cuando el mensajero es impecable, sino cuando es molesto, raspa, o incomoda. Gascón lo entendió, y por eso lo linchan. Ana Iris, con su mirada crítica y su rechazo a las verdades prefabricadas, también lo sabe, y por eso la han silenciado.

Salvar a los soldados Ana Iris y Gascón no es sólo una cuestión de justicia; es una batalla por la libertad de pensar y escribir sin temor. Porque si caen ellos, caemos todos. En THE OBJECTIVE, me han demostrado que las ideas pueden y deben pelearse a campo abierto, sin mordazas ni tijeras. Y mientras ese espíritu siga vivo, habrá esperanza para los que, como ellos, se atreven a ser libres.

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