The Objective
Hastío y estío

Lamine Yamal, un cumpleaños que no estuvo a la altura

«Hablemos claro: las fiestas de algunos futbolistas son un catálogo de horteradas»

Lamine Yamal, un cumpleaños que no estuvo a la altura

El futbolista Lamine Yamal, durante la pasada Eurocopa.

Lamine Yamal, la joya del FC Barcelona, cumplió 18 años y, como era de esperar, lo celebró por todo lo alto. Pero no en el sentido poético de la expresión, sino en ese otro, el que huele a nuevo rico, a exceso sin clase y a una absoluta falta de imaginación. La fiesta, que tuvo lugar en una masía de Olivella valorada en 40.000 euros semanales, fue un compendio de todo lo que está mal en las celebraciones de los futbolistas modernos: cutrerío elevado a la enésima potencia, decorado con pistolas de fondant, billetes falsos y un elenco de personajes que parecen sacados de un mal guion de Hollywood.

El evento, con un código de vestimenta inspirado en la mafia -porque nada habla de tu inmadurez como querer emular a Tony Soprano-, reunió a unos 200 invitados, entre ellos pesos pesados del Barça como Lewandowski, Gavi y Raphinha, y una constelación de influencers y famosos como Bizarrap, Quevedo y Bad Gyal. Hasta aquí, todo más o menos previsible: un desfile de egos, móviles confiscados para preservar la «privacidad» y un derroche que haría sonrojar al mismísimo Gatsby.

Pero lo que ha elevado esta fiesta al olimpo del mal gusto no son las joyas ostentosas ni el collar de 400.000 euros que le regalaron. Lo que ha puesto a Yamal en el ojo del huracán es la contratación de personas con enanismo como «entretenimiento» y un grupo de «chicas de imagen» que, según la modelo Claudia Calvo, fueron seleccionadas por su talla de pecho y color de pelo, con pagos de entre 10.000 y 20.000 euros por asistir.

Empecemos por lo primero. La Asociación de Personas con Acondroplasia y Otras Displasias Esqueléticas con Enanismo (ADEE) ha denunciado a Yamal por usar a personas con enanismo como mero reclamo, una práctica que, además de ser éticamente deplorable, vulnera la Ley General de Derechos de las Personas con Discapacidad. La presidenta de ADEE, Carolina Puente, lo dejó claro: «Es inaceptable que en 2025 se siga utilizando a personas con enanismo como diversión en fiestas privadas». El Ministerio de Derechos Sociales ya ha pedido a la Fiscalía que investigue, y no es para menos. ¿Qué clase de mente creativa decide que la dignidad de un colectivo es un accesorio más, como los globos dorados o la tarta con pistolas?

Y luego están las «chicas de imagen», un eufemismo que intenta disfrazar de glamur lo que no es más que la cosificación de mujeres jóvenes. Según Claudia Calvo, el entorno de Yamal buscaba chicas de entre 18 y 25 años con características físicas muy específicas, como si estuvieran encargando un pedido a medida en una boutique de lujo. La transacción, envuelta en tarjetas de crédito con sumas astronómicas, no hace sino reforzar la idea de que estas mujeres eran poco más que floreros humanos, decoraciones vivientes para una fiesta que ya de por sí apestaba a mal gusto. Es el tipo de detalle que uno espera de un magnate del petróleo en una película de los 80, no de un chaval de 18 años que debería estar más preocupado por la próxima temporada que por imitar las peores fantasías de El lobo de Wall Street.

Hablemos claro: las fiestas de algunos futbolistas son un catálogo de horteradas. Desde la tarta decorada con pistolas y alusiones al juego, hasta los billetes de dólar falsos enrollados como si fueran para esnifar, es un intento desesperado por impresionar sin un ápice de originalidad. Es como si alguien hubiera visto Scarface y decidido que esa era la cima de la elegancia. Y en medio de este circo, Yamal, un talento generacional, se presenta como un adolescente perdido en un mar de billetes, sin nadie que le diga que la verdadera clase no se compra con un collar de 400.000 euros ni se alquila por 20.000.

El joven jugador, que esta semana firmará un contrato millonario con el Barça, debería estar rodeado de personas que le ayuden a navegar la fama, no que le empujen a este tipo de excesos. Su entorno parece más interesado en el espectáculo que en proteger su imagen.

En fin, Lamine Yamal ha entrado en la mayoría de edad con un escándalo que, lejos de ser una anécdota, revela una verdad incómoda: el dinero no compra el buen gusto, y la fama no garantiza la madurez. Mientras la ADEE prepara sus acciones legales, el joven crack sigue con su vida, ajeno al ruido. Pero el mensaje está claro: el talento para una materia no basta. Hace falta un mínimo de sentido común para no convertir un cumpleaños en un circo de mal gusto. Los payasos se deprimen y los domadores se enamoran del león deseando ser devorados por él.

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