The Objective
Hastío y estío

Defensa de Esther Yáñez, reportera de 'Malas lenguas'

«La libertad de prensa no es un buffet libre donde eliges sólo los platos que te gustan; es un menú completo»

Defensa de Esther Yáñez, reportera de ‘Malas lenguas’

La reportera de 'Malas lenguas', Esther Yáñez, escapa de una muchedumbre que la increpa al grito de «manipuladora». | Pablo Miranzo (Efe)

En este país de trincheras hay que tener bemoles para plantarse en medio de la refriega con un micrófono y una cámara. Esther Yáñez, reportera de Malas lenguas, el programa de Jesús Cintora en la televisión pública, lo hace con una mezcla de arrojo y descaro que merece un aplauso. O, al menos, una reflexión antes de que la turba de turno, virtual o de carne y hueso, le tire agua, insultos o lo que tengan a mano. Porque si aplaudimos a Vito Quiles y Bertrand Ndongo cuando meten el dedo en la llaga de los políticos de izquierdas con esa furia de tuiteros encabronados, entonces, por pura coherencia, deberíamos hacer lo propio con Yáñez cuando se lanza al ruedo contra los de derechas con idéntica saña. O todos son periodistas valientes o todos son unos provocadores sin remedio. Un servidor, que se precia de tener un paladar fino para el espectáculo, disfruta con los tres. Cada uno en su trinchera, pero los tres agitando el avispero. Estoy seguro de que ninguno de ellos estará de acuerdo con la comparación, y dirán que son distintos, pero no podrán negar que sus formas son muy parecidas, cuando no idénticas. 

La lógica es sencilla: si te gusta que Vito Quiles le saque los colores a un diputado de Podemos con preguntas que cortan como cuchillas, no puedes torcer el gesto cuando Yáñez pone contra las cuerdas a un mandamás de Vox o del PP con la misma insolencia. La libertad de prensa no es un buffet libre donde eliges sólo los platos que te gustan; es un menú completo, con sus guindillas y sus postres amargos. Si defendemos el derecho de unos a ser incisivos, mordaces y hasta impertinentes, hay que extender el mismo salvoconducto a los otros. Porque, si no, esto no es periodismo, es hinchada de equipo de fútbol. Y en ese juego todos perdemos.

Esther Yáñez no es una recién llegada que se tropezó con un micrófono por casualidad. Ha trabajado en medios tan dispares como El País, Jot Down, Onda Cero, TeleSur, Russia Today o Mediaset. Ha sido corresponsal en Estados Unidos, Rusia, Venezuela y Ucrania. Estuvo en Tailandia cubriendo el caso de Daniel Sancho, donde logró exclusivas como la primera foto del español en prisión. Su currículum no es precisamente el de una aficionada.

El pasado martes en una manifestación en Torre Pacheco, convocada tras la agresión a un vecino por jóvenes magrebíes, Yáñez se convirtió en el blanco de una turba que la rodeó, la insultó, le tiró agua y la persiguió por las calles al grito de «¡Fuera, manipuladora!». Tuvo que ser escoltada por la Guardia Civil, mientras su compañero de Malas lenguas, Jesús Cintora, calificaba a los agresores de «panda de sinvergüenzas» desde el plató. La escena, emitida en directo, fue un recordatorio crudo de lo que significa ejercer el periodismo en tiempos de polarización: un ejercicio de valentía fronterizo con la temeridad.

No es la primera vez que Yáñez se enfrenta a la hostilidad. En Ferraz, durante una protesta de Vox, fue acosada y agredida por manifestantes que le arrancaron la esponjilla del micrófono y la amenazaron. Respondió con un tuit lapidario a Vito Quiles, que la acusaba de exagerar: «Hay una diferencia fundamental y básica entre nosotros, Vito: tú eres un propagador de bulos, un agitador y un provocador. Yo soy periodista».

A Yáñez se la puede acusar de muchas cosas: de ser incisiva, de no callarse, de meter el dedo donde duele. Pero eso es precisamente lo que hace grande al periodismo. Si aplaudimos a Quiles y Ndongo cuando acorralan a un político de izquierdas con preguntas incómodas, debemos hacer lo mismo cuando Yáñez pone en jaque a los de derechas. Porque el periodismo no es un grupo de amigos ni el club de fans de un grupo musical; es un oficio que debe incomodar a todos por igual. Y si no incomoda, no es periodismo, es propaganda. Así que, queridos lectores, dejemos de lado las filias y las fobias. Yáñez, Quiles y Ndongo deben seguir dando la batalla. Que sigan preguntando, molestando, sacando de quicio. Porque mientras haya periodistas dispuestos a jugarse el tipo por una pregunta, este país tendrá esperanza.

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