The Objective
Hastío y estío

No son bulos, son prostí-bulos

«Feijóo, con su golpe maestro en la tribuna del Congreso, ha destapado la caja de los truenos de la doble moral»

No son bulos, son prostí-bulos

Fachada de la Sauna Adán en 2019. | Google Maps

Feijóo ha decidido, en un arranque de audacia parlamentaria, lanzar un dardo envenenado que se ha clavado en la línea de flotación de la hipocresía gubernamental. En su última comparecencia en el Congreso de los Diputados, el líder del PP no se anduvo con eufemismos y aludió a las saunas y prostíbulos que regentaba Sabiniano Gómez, padre de Begoña Gómez, y la esposa del presidente Pedro Sánchez. Porque en este país de bulos y titulares, hay quien prefiere llamarlo fake news cuando, en realidad, lo que deslumbra son las luces rojas de los prostí-bulos.

No es la primera vez que el negocio de Sabiniano, fallecido hace un año, se cuela en el debate público como un elefante en una cacharrería. Las saunas gais y los locales de dudosa reputación que regentaba en Madrid no son precisamente un secreto guardado bajo siete llaves, sino un rumor que lleva años susurrándose y que se sabía tanto en la calle como en las altas esferas. Pero Feijóo, con esa mezcla de retranca gallega y astucia política, decidió sacar el tema a la luz, no para ensuciar, sino para iluminar. Porque, ¿qué es un bulo sino una verdad incómoda que se disfraza de mentira para no ofender a las sensibilidades más delicadas? Y aquí, no hay bulo que valga: hay prostíbulos, con todas sus letras, y una historia que huele a vapor de sauna.

La ironía no puede sino sonreír ante el juego de palabras. Bulo, prostíbulo. La diferencia es sutil, apenas una sílaba, pero ¡qué abismo de significado! Un bulo es un chisme que se desvanece en el aire; un prostíbulo, en cambio, es un negocio tangible, con paredes que guardan secretos, y puertas que se abren al son del dinero. Feijóo, en su intervención, no acusó a nadie de nada, pero dejó caer la pregunta como quien lanza una moneda al aire: «¿De qué prostíbulos ha vivido usted?». Y el dardo, aunque dirigido a Sánchez, rebotó en la figura de Sabiniano, cuyo legado empresarial parece ser el elefante en la habitación que nadie quiere mirar a los ojos. Porque, en este país de aspavientos y moralinas, señalar lo evidente es un delito mayor que regentar un imperio de saunas con servicios «especiales».

Hagamos un ejercicio de elegancia y dejemos de lado las hipocresías. Sabiniano Gómez no era un oscuro empresario de provincias, sino un hombre que navegó las aguas turbias del ocio nocturno madrileño con la desenvoltura de quien conoce el negocio. Que esto sea noticia no es por el negocio en sí, Madrid lleva siglos siendo un hervidero de vicios y virtudes, sino porque la sombra de Sabiniano se proyecta sobre la figura de Begoña Gómez, y, por extensión, sobre el inquilino de la Moncloa. Y aquí es donde el bulo se convierte en prostíbulo: en la incapacidad de la clase política para asumir que la verdad, por incómoda que sea, siempre acaba saliendo a flote.

Feijóo, con su golpe maestro, no solo ha puesto el foco en un pasado que Sánchez preferiría mantener en la penumbra, sino que ha destapado la caja de los truenos de la doble moral. Porque, ¿quién no sabía en Madrid que las saunas de Sabiniano eran algo más que baños termales? ¿Quién no ha oído, en los corrillos de la capital, las historias de aquellos locales donde el vapor no era lo único que subía la temperatura? Y, sin embargo, se insiste en hablar de bulos, como si la verdad pudiera disolverse en un titular de la prensa amiga. La realidad es más tozuda: los prostíbulos de Sabiniano no son un bulo, sino una realidad. Y Feijóo, con su pregunta afilada, no ha hecho más que recordárnoslo.

En este país donde la memoria es corta y la indignación selectiva, el escándalo no está en lo que Sabiniano hacía, sino en que alguien se atreva a mencionarlo. Porque la política española, como las saunas de antaño, funciona con reglas no escritas: todo se sabe, pero nada se dice. Feijóo ha roto ese pacto de silencio, y lo ha hecho con la elegancia de quien sabe que la verdad, aunque duela, es el mejor antídoto contra la hipocresía. Así que, la próxima vez que alguien hable de bulos, recuerden: no son bulos, son prostí-bulos. Y en Madrid, como en el Congreso, las paredes siempre tienen oídos.

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