The Objective
Hastío y estío

A Cucurella le cortan su cabellera catalana

«Alay se dedica a decapitar identidades desde su teclado, Cucurella sigue corriendo la banda»

A Cucurella le cortan su cabellera catalana

Marc Cucurella levantando el título de campeón del Mundial de Clubes. | Europa Press

Las banderas se han convertido en guillotinas y las redes sociales en tribunales sumarísimos. Marc Cucurella, con su melena indomable y su talento para el fútbol, ha sido condenado por un delito imperdonable: atreverse a celebrar una victoria con la bandera de España anudada a la cintura. El verdugo de esta particular ejecución simbólica no es otro que Josep Lluís Alay, jefe de la oficina del ex presidente Carles Puigdemont, quien, desde su atalaya en X, ha decidido despojar al futbolista de su catalanidad con la precisión de un barbero ideológico. «Futbolistas del Chelsea exhibiéndose con la bandera española… Me pensaba que había un catalán, pero veo que no», escribió Alay, acompañando su mensaje con una foto recortada donde la cabeza de Cucurella brilla por su ausencia.

Josep Lluís Alay no es un tuitero cualquiera que opina desde el sofá mientras devora un plato de butifarra. Es un historiador, asesor de confianza de Puigdemont y, un ferviente defensor de la causa independentista. Alay, con su comentario, no solo ha intentado cortar la melena de Cucurella, sino también su arraigo a una tierra que, al parecer, solo admite una forma de ser catalán: la que él y los suyos dictan desde su estrecho catecismo nacionalista. Porque, claro, en el universo de Alay, ondear una bandera española es un acto de traición que te expulsa del club de la catalanidad, como si la identidad fuera un carné que se renueva solo si pasas el examen de pureza.

Cucurella es un hombre de 26 años, padre de tres hijos y campeón de la Eurocopa con España, que no solo defiende la banda izquierda con la fiereza de un gladiador, sino que lleva su melena como un estandarte de autenticidad. «Nunca me cortaré el pelo. Este es mi estilo y voy a seguir así», declaró en la BBC, demostrando que su cabellera no es solo un capricho estético, sino un símbolo de resistencia frente a las modas y, ahora, también frente a los guardianes de la ortodoxia identitaria. Porque si algo define a Cucurella es su capacidad para mantenerse fiel a sí mismo, ya sea esquivando rivales en la Premier o sorteando los dardos envenenados de quienes confunden patriotismo con exclusión.

El pecado de Cucurella, según Alay, fue celebrar la victoria del Chelsea en el Mundial de Clubes con una bandera española, un gesto que no debería sorprender a nadie. Marc es catalán, sí, pero también español, como millones de personas que no ven contradicción en amar su tierra y su país al mismo tiempo. En un mundo ideal, ondear una bandera no sería un acto de guerra, sino una expresión de alegría, de orgullo compartido. Pero en el circo de las redes sociales, donde todo se polariza hasta el absurdo, un futbolista que celebra con la rojigualda se convierte en un hereje al que hay que excomulgar. ¡Qué atrevimiento, Marc, celebrar un título mundial con la bandera del país que te vio nacer! ¡Cómo osas no consultar antes el manual de catalanidad redactado por Alay y compañía!

La ironía es que mientras Alay se dedica a decapitar identidades desde su teclado, Cucurella sigue corriendo la banda, robando balones y ganándose el respeto de los aficionados con cada sprint. Su actuación en la Eurocopa fue un despliegue de garra y calidad, silenciando a los que, como Gary Neville, dudaban de su valía. «Al final ganamos, Gary», le espetó con sorna tras el triunfo de España, demostrando que no solo tiene talento, sino también un sentido del humor que desarma. Y es que Marc no necesita el permiso de nadie para ser quien es: un catalán que juega con el corazón, que defiende los colores de su equipo y de su selección sin pedir disculpas, y que lleva su melena como un desafío a quienes quieren encasillarlo.

Así que, querido Josep Lluís, permítame un consejo: en lugar de recortar la catalanidad de Cucurella, pruebe a disfrutar de su fútbol. Porque mientras usted se pierde en debates estériles sobre banderas, este futbolista de Alella, pueblo barcelonés, sigue corriendo, sudando y ganando. Y su cabellera, esa que usted quiso cortar con un tuit, sigue ondeando libre, como la bandera que tanto le molesta. Porque Marc Cucurella no es sólo un gran futbolista; es un recordatorio de que la identidad no se mide en tuits ni en banderas, sino en la libertad de ser uno mismo sin pedir perdón.

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