The Objective
Hastío y estío

El club de lectura de Santos Cerdán

«¿Qué debates se cuecen en ese cónclave literario? Permítanme especular con la sorna que exige el disparate»

El club de lectura de Santos Cerdán

Ilustración de Alejandra Svriz.

Santos Cerdán ha encontrado entre los barrotes su vocación tardía: la animación sociocultural. Según su abogado, que lo visitó en su nuevo hogar de rejas y hormigón, Cerdán está «muy bien». Tanto, que ha fundado un club de lectura con otros presos. Sí, han leído bien: un club de lectura. En la cárcel. Con Santos Cerdán como maestro de ceremonias.

Imaginemos la escena, porque la realidad, a veces, pide a gritos un poco de fantasía para digerirla. Un comedor carcelario, con sus mesas de formica rayada y sillas que crujen como las articulaciones de un país en crisis. En el centro, Santos Cerdán, con esa mezcla de aplomo navarro y carisma de funcionario, preside la mesa. Alrededor, un grupo de reclusos, cada uno con su ejemplar manoseado de quién sabe qué libro, mirándole con esa mezcla de curiosidad y recelo que solo la vida entre rejas puede forjar. ¿Qué leen? ¿Qué debates se cuecen en ese cónclave literario? Permítanme especular, con la libertad que se le otorga a un servidor y la sorna que exige el disparate.

El primer título en la lista, me juego el cuello, será El arte de la guerra de Sun Tzu. No porque Cerdán sea un estratega consumado, qué vistos sus últimos movimientos, más bien parece un jugador mediocre del Risk, sino porque en la cárcel todo el mundo quiere creerse un general. «El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar», dice Sun Tzu. Y Cerdán debe de estar explicando a sus compañeros cómo aplicarlo al patio: cómo negociar el turno del teléfono o el mejor sitio en la cola del comedor sin alzar la voz. El debate, sin duda, se calienta cuando alguien señala que, en su caso, la estrategia no le salvó de acabar en el trullo.

El siguiente en la lista, me atrevo a pronosticar, es Crimen y castigo de Dostoyevski. Porque, ¿qué mejor que un ruso torturado para acompañar las noches de insomnio en una celda? Aquí, Cerdán debe de brillar, desgranando las cuitas de Raskólnikov con la solemnidad de quien ha leído el argumentario del partido antes de un pleno. «¿Es el crimen un acto de rebeldía contra un sistema opresor o un error de cálculo?», pregunta, mientras un compañero de mesa, con más tatuajes que escrúpulos, subraya con un boli mordido que lo importante no es el crimen, sino no dejar huellas. El moderador, nuestro Santos Cerdán, asiente, pensativo, mientras toma nota mental de no volver a confiar en Koldo, el «grabalotodo». 

No puede faltar, por supuesto, algo de literatura española. Me imagino a Cerdán proponiendo La colmena de Cela, porque en la cárcel, como en la posguerra madrileña, todos son abejas zumbando en un panal de miserias y pequeñas victorias. Aquí, el club se divide: los más pragmáticos ven en los personajes de Cela un reflejo de sus propias artimañas para sobrevivir; los más cínicos, que no son pocos, se ríen de la idea de que la vida en la calle sea muy diferente a la de dentro.

Y, en un alarde de audacia, apuesto a que Cerdán se atreve con 1984 de Orwell. Porque nada explica mejor un «club de lectura carcelario», como un libro sobre vigilancia constante y manipulación de la verdad. Aquí, el debate se pone jugoso: ¿es el Gran Hermano el sistema judicial, los medios, el Gobierno o ese compañero de celda que siempre está escuchando?

El club de lectura de Santos Cerdán no es solo un pasatiempo; es un microcosmos, un experimento social donde el poder, la culpa y la redención se dan la mano entre subrayados y páginas dobladas. Un servidor se pregunta si, en el fondo, Cerdán no estará ensayando su próxima gran jugada: la de salir de la cárcel no como un reo, sino como un filósofo, un Sócrates vestido con un pijama de cebra que, en lugar de cicuta, bebe café de máquina. Mientras tanto, el abogado sigue diciendo que está «muy bien». Y nosotros, desde fuera, no sabemos si envidiar su optimismo o temer su próxima lectura.

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