The Objective
Hastío y estío

El bipartidismo y la España masoquista

«El bipartidismo nos ha robado, no sólo el dinero, sino la esperanza en un sistema político que sirva al bien común»

El bipartidismo y la España masoquista

Ilustración de Alejandra Svriz.

En la tragicomedia que ha sido siempre la política española, los actores principales cambian de máscara, pero nunca de guion. La imputación de Cristóbal Montoro, exministro de Hacienda bajo el gobierno de Mariano Rajoy, emerge como el último acto de un drama que ya aburre por repetitivo. Según las noticias publicadas, Montoro y su equipo en el Ministerio de Hacienda habrían orquestado una red de influencias para beneficiar a empresas gasistas, eléctricas y de renovables a cambio de jugosas comisiones, canalizadas a través de su consultora, Equipo Económico. Un escándalo que, lejos de ser una sorpresa, se suma al rosario de corruptelas que han adornado las dos etapas de Montoro al frente de las finanzas públicas, primero con Aznar y luego con Rajoy.

Mientras el PP intenta desvincularse de semejante artista, argumentando que Montoro es algo del pasado y que no tiene vínculos orgánicos con el partido actual, el PSOE de Pedro Sánchez no pierde la oportunidad de señalar con el dedo, como si su propio historial fuera un dechado de virtudes. Porque, como casi todos sabemos, el Gobierno de Sánchez no es precisamente un faro de transparencia. Desde los escándalos y tejemanejes llevados a cabo por José Luis Ábalos, hasta las acusaciones de tratos de favor en contratos públicos, como el polémico caso de Huawei para gestionar datos sensibles de la Policía, el PSOE ha demostrado que no necesita lecciones del PP para ensuciarse las manos.

Lo fascinante, y a la vez exasperante, es que ambos partidos, PP y PSOE, han perfeccionado el arte de la corrupción sin pagar un precio electoral significativo. Han convertido el latrocinio en una coreografía bien ensayada: un escándalo estalla, se señalan mutuamente, el ruido mediático se diluye y, al final, los votantes les renuevan la confianza en las urnas. ¿Por qué? ¿Acaso los españoles sufrimos de una amnesia colectiva o de un masoquismo político que nos lleva a premiar a quienes nos saquean?

Comparemos, por un momento, con otros partidos. Formaciones como Podemos o Ciudadanos, que apenas han rozado el poder, han pagado un coste desproporcionado por errores mucho menos graves. Un mal titular, una declaración desafortunada o una gestión torpe han bastado para hundir sus expectativas electorales. Mientras tanto, PP y PSOE, con casos de corrupción que implican millones de euros y un abuso sistemático de las instituciones, parecen blindados. La respuesta no está en la magnitud de los delitos, pues los partidos menores, al no haber tocado las riendas del poder, no han tenido la oportunidad de cometer tropelías de tal calibre. La clave, más bien, radica en el sistema que los protege: el bipartidismo, ese pacto tácito entre dos gigantes que se reparten el botín mientras fingen enfrentarse.

Este sistema, tan cómodo para PP y PSOE, es una máquina de perpetuar privilegios. Como decía el gran García-Trevijano, la solución no está en buscar refugio en otros partidos, que a menudo terminan absorbidos por la misma lógica del poder, sino en construir una democracia real, con reglas justas que impidan que las instituciones sean tratadas como cortijos privados. Una democracia donde la separación de poderes no sea un eslogan, donde la justicia no mire para otro lado ante los poderosos y donde los ciudadanos no se vean obligados a elegir entre el malo y el peor.

Porque como todos sabemos, a estos partidos, cuando les conviene generalizar, lo hacen sin que les tiemble lo más mínimo el pulso. Se generaliza cuando es para destrozar al enemigo. Cuando sale un caso de corrupción o tropelía en Podemos, Sumar o el Partido Socialista, para el PP es un caso de corrupción de Podemos, Sumar o el Partido Socialista, no de las personas acusadas presuntamente de cometer esos actos. El PSOE hace lo mismo cuando el caso es cometido por un político del PP o Vox. Pero ambos partidos cuando son acusados de esa corrupción acuden rápidos a culpar a la persona en cuestión y acusarla de manzana podrida dentro de un frutero esplendoroso o de un manzano majestuoso, para dejar claro que el partido no tiene nada que ver, y que como la familia para la mafia es algo sagrado e inmaculado. La unión hace la fuerza y la cobardía atacar al que se ha quedado solo ante el peligro, aunque el resto se sepan cómplices o conocedores de lo que pasaba en muchos casos. Creer que es una cosa de personas y no de organizaciones sería creíble si hubiera sido algo puntual, y no algo que se ha repetido con el paso del tiempo. Dicen que la fe es algo difícil de perder, a no ser que seas el San Manuel Bueno, mártir de Unamuno, como se lo siguen demostrando muchos de sus votantes, pero los dioses paganos son demasiado humanos e imperfectos, y eso puede decepcionar a sus fieles hasta la apostasía. De ellos dependen tener sus templos limpios. Nunca es tarde para empezar a hacer las cosas bien y por una vez ser merecedores de sus feligreses.

El caso Montoro, como los escándalos del PSOE, no son un accidente, sino un síntoma. El bipartidismo nos ha robado, no sólo el dinero, sino la esperanza en un sistema político que sirva al bien común. Y mientras sigamos aplaudiendo a los mismos actores en este teatrillo, bajar el telón será imposible. 

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