The Objective
Hastío y estío

La 'progresfera' al rescate

«Mientras el manifiesto clama por la defensa de la democracia, sus firmantes parecen alérgicos a la rendición de cuentas»

La ‘progresfera’ al rescate

Ilustración de Alejandra Svriz.

Cuando el sol abrasa y la política española se cuece en su propio caldo de escándalos, un grupo de «ilustres» ciudadanos ha decidido que la mejor manera de combatir el calor es con un manifiesto. Porque nada evidencia un «compromiso cívico» como un puñado de folios firmados por la flor y nata de la progresfera, esa constelación de artistas, exministros y periodistas que, en un alarde de valentía, han salido al rescate del Gobierno de Pedro Sánchez.

Entre los firmantes, la ironía de ver a la vieja guardia de siempre para explicar el «nuevo» socialismo: Pedro Almodóvar, Ana Belén, Miguel Sebastián, Rosa Villacastín, y un largo etcétera de figuras que, al parecer, han encontrado en la defensa del Ejecutivo, una forma de rejuvenecer y llevar la contraria a los que no sólo fueron sus amados líderes políticos, sino que comparten generación. Felipe o Guerra son sólo una parte de sus olvidos. Si les soy «franco», me parece una «desmemoria histórica» preocupante y a tratar. Lo de «a la vejez, viruelas» les va como anillo al dedo. Que están enfermos de infantilismo es algo más que obvio.

En el manifiesto se denuncia una supuesta «conspiración» para derribar a un gobierno «legítimo», orquestada por jueces, periodistas críticos y, por supuesto, la extrema derecha, esa eterna némesis que parece habitar en cada sombra del progresismo. No falta el dramatismo: hablan de «orgías de noticias falsas», «actitudes trumpistas» y hasta «agresiones fascistas». Uno lee y casi espera que en la próxima línea acusen a la oposición de invocar al demonio para derrocar al Gobierno.

Lo fascinante de este manifiesto no es su contenido, que se desmorona bajo el peso de su propia hipérbole, sino lo que omite. Ni una palabra sobre los escándalos que han salpicado al Gobierno. Para la progresfera eso son minucias irrelevantes frente al peligro de que un juez ose investigar, o un periodista se atreva a preguntar.

Aquí radica la farsa: mientras el manifiesto clama por la defensa de la democracia, sus firmantes parecen alérgicos a uno de sus pilares: la rendición de cuentas. La corrupción, las mentiras, las «malas artes» del Gobierno, no merecen ni una línea de reproche. En su lugar, se opta por un relato maniqueo donde el Ejecutivo es la víctima de una cacería orquestada por los «poderes fácticos». ¿Qué poderes? Los jueces que investigan, los medios que informan, los ciudadanos que, osados, votan a partidos que no son los correctos o directamente no votan.

No es casualidad que muchos de los firmantes tengan vínculos directos o indirectos con el Gobierno. Algunos, como los exministros socialistas, han ocupado cargos de relevancia; otros, como ciertos artistas, han disfrutado de generosas subvenciones públicas. Almodóvar, por ejemplo, no dudó en los Goya de 2024 en defender las ayudas al cine como un bien social, mientras esquivaba con elegancia las críticas de quienes ven en esas subvenciones un sistema clientelar. Ana Belén, con su impecable trayectoria, parece más preocupada por condenar a la derecha que por cuestionar un Ejecutivo que ha hecho de la opacidad un arte. Y qué decir de Rosa Villacastín, una periodista siempre dispuesta a firmar manifiestos que, curiosamente, nunca piden transparencia ni responsabilidades.

Este manifiesto no es un acto de rebeldía, sino de lealtad. No es un grito por la justicia, sino un masaje realizado al poder. Sus firmantes no defienden la democracia, sino un statu quo que les beneficia. Su manifiesto no pide medidas contra la corrupción, aunque en un guiño cínico, algunos medios afines dicen que sí, sino que se limita a exigir la continuidad de un Gobierno que, según ellos, representa el progreso frente a la «involución» de sus críticos.

La progresfera se presenta como un batallón de caballeros y damas andantes, blandiendo plumas estilográficas en lugar de espadas. Pero su cruzada no es por la justicia ni por la democracia, sino por un Gobierno que, a pesar de sus tropiezos, les garantiza un lugar en el escenario. Y mientras el país se debate entre la indignación y el hastío, ellos firman, se pronuncian y se fotografían, convencidos de que su manifiesto salvará a España. Qué lástima que, en su fervor, hayan olvidado que la democracia no se defiende con palabras grandilocuentes, sino con hechos, con transparencia y con el valor de mirar a la corrupción a los ojos y llamarla por su nombre.

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