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Opinión

Noelia Núñez y el arte de alcanzar la fama con la mentira

«En otros países, mentir sobre la formación académica te inhabilita. Aquí, te da visibilidad. Eres una estrella»

Noelia Núñez y el arte de alcanzar la fama con la mentira

La exdiputada del PP Noelia Núñez.

En España no se castiga la mentira, se le da una segunda oportunidad en prime time. Noelia Núñez, la que fuera prometedora diputada del Partido Popular, ha terminado fichando como colaboradora en Mediaset apenas unos días después de dimitir por falsear su currículum académico. Lo curioso no es que haya mentido —eso forma parte ya del paisaje nacional, como los atascos o la inflación— sino que, tras reconocer la mentira, sea premiada con una silla en una de esas mesas de colaboradores tan deseada por los buscadores de fama. No hay penitencia, solo transición: del Congreso al plató, sin escalas. Un salto natural, dicen algunos, para quien construyó su carrera más en TikTok que en el BOE.

El caso tiene todos los ingredientes de la novela nacional que no dejamos de reescribir desde Lázaro de Tormes: picaresca, desparpajo, victimismo de manual y una capacidad de adaptación a prueba de vergüenza. Propia, porque ajena es otro cantar. Núñez presentó durante años títulos que no tenía: una licenciatura en Derecho por una universidad estadounidense que nunca pisó, un grado en Filología Inglesa que jamás completó, un doble grado en Ciencias Jurídicas que sigue siendo solo una matrícula. También fue, brevemente, profesora universitaria, según su ficha en la Universidad Francisco Marroquín, aunque la propia institución negó que hubiera ejercido jamás como tal. Todo esto sería ridículo si no fuera trágico: porque, durante años, todo eso coló.

Coló en el Ayuntamiento de Fuenlabrada, coló en el Congreso, coló en la Asamblea de Madrid. Coló en entrevistas y en discursos, en notas de prensa y perfiles públicos. Nadie lo revisó, nadie lo corrigió, nadie lo puso en duda. Y cuando finalmente se supo —porque alguien se molestó en hacer lo básico: contrastar datos—, Núñez lo admitió con una mezcla de resignación y maquillaje emocional. Lo llamó «una equivocación», como si se hubiera confundido de autobús y no de identidad. Dijo que nunca tuvo intención de engañar a nadie, lo cual es fascinante, porque implica que los títulos aparecieron por generación espontánea en las fichas institucionales, como si los formularios se rellenaran solos mientras ella dormía. Ni Harry Potter, oigan.

El PP, sorprendentemente, reaccionó rápido. Feijóo la elogió por su «valentía» al dimitir, como si rectificar lo que nunca debió hacerse fuera un acto heroico. El PSOE pidió su cabeza, y la obtuvo, pero no por convicción ética sino por cálculo político. Y Núñez, en un último giro digno de guion televisivo, no se encerró en casa para que no la reconociera nadie hasta que amainara la tormenta, sino que aterrizó en Mediaset, donde ahora comentará la actualidad desde el mismo lugar que otras figuras caídas del sistema y recicladas en entretenimiento. Como Ábalos, como Cifuentes. Porque en España, cuando se cae desde la política, uno no se rompe: rebota en la televisión.

Y no es que Núñez sea la primera. Basta repasar la nómina de opinadores de las tardes televisivas para encontrar a más de un expolítico, más de un imputado, más de un desahuciado de la vida pública que ha encontrado refugio en el show mediático. Allí no importan los títulos, sino las ocurrencias. No se pide coherencia, sino una sonrisa fotogénica y una frase con gancho. ¿Y quién mejor para eso que una influencer reconvertida en diputada y luego en colaboradora, capaz de opinar sobre política, moda y lo que surja? El show debe continuar, y ella lo sabe.

Lo alarmante no es solo el caso de Núñez, sino lo que revela sobre nosotros. En otros países, mentir sobre la formación académica te inhabilita. Aquí, te da visibilidad. Eres una estrella. Valle Inclán estaría orgulloso de lo que hemos conseguido. En otros sitios, el escándalo mata carreras. Aquí, las muta. La mentira no se paga, se monetiza. La falta de méritos se camufla con carisma. El engaño es solo una estación más en el camino hacia el plató. Y mientras tanto, los ciudadanos asisten perplejos a este vaivén donde la política se parece cada vez más a un reality, y los políticos, a concursantes reciclables.

Noelia no será recordada por una ley aprobada, un debate ganado o una propuesta valiente. Será recordada por haber encarnado, sin quererlo, el reflejo de un país donde la simulación tiene más rédito que el esfuerzo. Y estará encantada. Porque en este ecosistema de opinión instantánea, da igual si no sabes, si no tienes títulos, si nunca fuiste lo que dijiste ser. Lo importante es estar, aparecer, opinar. La impostura ya no se oculta: se gestiona.

Así que la próxima vez que alguien hable de regeneración democrática, de meritocracia o de ética pública, tal vez habría que mirar primero la parrilla televisiva. Porque ahí, entre tertulias y exclusivas, entre grillos y confidencias, están los que un día mintieron, cayeron… y acabaron en el único sitio donde mentir no tiene consecuencias: el plató.

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