La cara de Pedro Sánchez
«¿Qué le pasa a la cara de Pedro Sánchez? ¿Es el peso de la legislatura o algo más turbio que se le escapa?»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Eduardo Parra (Europa Press)
El lunes, Pedro Sánchez se plantó ante los micrófonos en La Moncloa para hacer balance del curso político antes de que el Gobierno, un estudiante mediocre, se tome su inmerecido descanso estival. La comparecencia, con la solemnidad de un ritual monárquico, pretendía ser un canto al optimismo, un desfile de datos lustrosos sobre el crecimiento económico, el empleo y los logros de un Ejecutivo que, según él, «avanza con fuerza». Pero, las cámaras no mienten, o al menos no tanto como sus discursos. Las fotografías de ese día, que ya circulan como memes crueles en las redes, muestran a un Sánchez demacrado, con el rostro surcado por sombras que no son sólo de fatiga. Unos pómulos que parecen pintados por un aprendiz de Goya, un bulto hinchado en la mejilla que invita a especulaciones médicas y conspiranoicas, y unas ojeras que podrían competir con las de un poeta maldito. ¿Qué le pasa a la cara de Pedro Sánchez? ¿Es el peso de la legislatura o algo más turbio que se le escapa por los poros?
No es la primera vez que el físico del presidente se convierte en noticia. Sánchez, que siempre ha cultivado su imagen de galán de telenovela, con esa sonrisa de dentífrico y ese porte de quien sabe que le favorece el plano medio, parece haber perdido el lustre. Las imágenes del lunes no son sólo el retrato de un hombre cansado; son el lienzo de una crisis que se le dibuja en la piel. Ese bulto, esa hinchazón, esos huesos que parecen querer escapar de su rostro, ¿son el resultado de una mala noche, de un exceso de estrés o de algo más? En un país donde la rumorología es deporte nacional, las redes ya han dictado sentencia: desde alergias hasta teorías que rozan lo esotérico, pasando por el inevitable chascarrillo sobre «la corrupción que se le sale por la cara». Porque en España no hay imagen sin una narrativa detrás.
En su comparecencia, el presidente desplegó su habitual retórica de vendedor de seguros. Habló de un país que «avanza en la mejor de las direcciones», de un paro en mínimos históricos desde 2008, de una renta disponible que crece un 9% respecto a 2018, y de un turismo que superará los 100 millones de visitantes este año. Todo ello, según él, gracias al «impulso reformista» de su Gobierno, que ha sabido capear la inflación, las críticas y hasta el cambio climático. «Los datos no engañan», afirmó, con la convicción de quien sabe que los números, bien maquillados, siempre son más leales que las personas. Pero mientras Sánchez enumeraba logros, las cámaras captaban otra historia: la de un hombre cuya cara parece gritar lo que su voz calla.
El contexto no ayuda. La legislatura, como un culebrón de sobremesa, ha estado marcada por escándalos que no dan tregua. El caso Cerdán, con su rastro de comisiones y traiciones, ha sido el último clavo en el ataúd de la credibilidad del PSOE. Sánchez, que en julio compareció en el Congreso para anunciar un plan anticorrupción con una Agencia de Integridad Pública, sigue atrapado en una narrativa donde cada promesa suena a intento de tapar el sol con un dedo. «España será la gran economía europea que más crezca», proclamó el lunes, citando a organismos internacionales que, en su relato, parecen escribirle los discursos. Pero el optimismo de Sánchez choca con la realidad de un Gobierno que depende de socios que ya no disimulan sus ganas de sacarle los higadillos. Junts, ERC y hasta el fiel PNV han dejado caer que la cuerda está a punto de romperse. Y luego está Feijóo, al acecho, preparando su lista de «leyes sanchistas» para derogar, y que serán menos de las que nos gustarían, como un general que ya huele la victoria.
Volvamos a la cara. Porque es el rostro de Sánchez el que se ha llevado el título de este artículo. Ese bulto, esa hinchazón, esas malformaciones que las fotos amplifican como si fueran un cuadro de Francis Bacon, no son sólo un asunto estético. Son el símbolo de un desgaste que no se puede disimular con datos ni con frases grandilocuentes. Sánchez habló de «empleo de calidad» y de «reducción de gases de efecto invernadero», pero las imágenes cuentan otra historia: la de un líder que, tras años de malabares políticos, parece estar pagando la factura física y emocional. ¿Es el estrés de gobernar un país que él ha polarizado?, ¿O es simplemente que la cámara, cruel como siempre, ha decidido no ser cómplice de su relato?
Sánchez no es el primero ni será el último en ver cómo su imagen se convierte en metáfora de su mandato. Pero en un país donde la política es un espectáculo, su rostro demacrado es un guion que escribe la oposición. «La cara de la corrupción», dirán algunos. «El cansancio de un líder que no suelta el timón», dirán otros. Sea como sea, las fotos del lunes pasado no mienten: Pedro Sánchez está agotado, y su tez lo delata. Mientras él se aferra al atril, recitando logros como quien reza un rosario, el país lo observa y se pregunta: ¿es Sánchez el claro ejemplo de que la cara es el espejo del alma?