El verano pluriempleado de Sarah Santaolalla
«Si hay una cámara encendida en algún lugar de España, allí está Sarah, omnipresente, como una diosa televisiva»

La tertuliana Sarah Santaolalla. | Francisco Guerra (Europa Press)
Ayer por la mañana, mientras el café se enfriaba en mi taza y el sol se colaba por las rendijas de la persiana, encendí la televisión con esa mezcla de curiosidad y pereza que define los días de verano. Antena 3 me recibió con una sorpresa: allí estaba Sarah Santaolalla, debutando en ese canal con la frescura de quien parece haber nacido para estar frente a una cámara. No era, desde luego, su primera vez.
La semana pasada la había visto en Todo es mentira, el circo televisivo de Risto Mejide, donde su verbo afilado y su aplomo de tertuliana curtida ya son marca de la casa. Pero no contenta con eso, Sarah sigue siendo un pilar en En boca de todos en Cuatro y, cómo no, comparte plató en Mañaneros con Javier Ruiz, su presunta pareja, en una simbiosis mediática que roza lo novelesco. Si hay una cámara encendida en algún lugar de España, allí está Sarah, omnipresente, como una diosa televisiva que ha decidido bajar al mundo de los mortales para iluminarnos con su verbo y su furia.
En Antena 3 la presentaron como «activista», un término que suena tan noble como impreciso, como si activismo fuera un título académico que se cuelga en el currículum junto a un máster en Columbia. Pero seamos sinceros: Sarah no es una activista, es una «artista». Una artista de la televisión, una maestra del malabarismo mediático que salta de cadena en cadena, de plató en plató, con la gracia de quien sabe que el verdadero poder está en la pantalla. Su verano es un frenesí de apariciones, un despliegue de ubicuidad que haría palidecer a cualquier deidad de medio pelo. Mientras otros se tuestan en la playa, ella se broncea bajo los focos, siempre lista para disparar una opinión, y sentada a la izquierda del dios supremo Sánchez.
No es casualidad que su nombre resuene en cada esquina televisiva. En Todo es mentira, bajo la batuta de Risto Mejide, ahora de vacaciones, Sarah despliega su talento para la controversia, lanzando dardos con esa mezcla de indignación y sarcasmo que tan bien funciona en la tele de sobremesa. La semana pasada, allí estaba, desmontando argumentos con la vehemencia de quien sabe que el público no perdona la tibieza. En En boca de todos, su hogar natural en Cuatro, se enfrenta a titanes como Macarena Olona o Antonio Naranjo con la audacia de una gladiadora que no teme mancharse de polvo y barro. Y en Mañaneros, junto a Javier Ruiz, su química trasciende lo profesional, alimentando los rumores de un romance que, verdadero o no, añade una capa de morbo a su omnipresencia. Porque, ¿qué es la televisión sin un poco de culebrón? Sarah y Javier, él en la pública y ella en la privada, son el crossover que nadie pidió, pero muchos consumen.
Su ascenso no es sólo una cuestión de morbo. Sarah Santaolalla, salmantina de 26 años, ha sabido construir un personaje que encaja como anillo al dedo en la España polarizada de hoy. Jurista, activista, analista política, según la generosa descripción de Mediaset, su currículum es un collage de credenciales que parecen diseñadas para el plató. Su pasado en las listas del PSOE en Salamanca y su presidencia en Jóvenes Vecinos de Salamanca le otorgan el barniz político para justificar su presencia, aunque sus detractores en redes no pierdan oportunidad de señalar sus tropiezos ortográficos o sus enfrentamientos virales. Porque Sarah no es de las que pasan desapercibidas: ya sea acusando a un juez de ser un delincuente o llamando «basura fascista» a Macarena Olona, su estilo es puro combustible para la audiencia.
Pero volvamos a mi desayuno de ayer y a mi televisión encendida. Verla allí, en un territorio nuevo, fue como asistir al desembarco de una fuerza de la naturaleza. La presentaron con esa solemnidad que las cadenas reservan para las estrellas emergentes, y ella no defraudó. Habló con la seguridad de quien sabe que cada palabra es un titular en potencia, cada gesto una publicación en X. Y, sin embargo, no puedo evitar una sonrisa cínica al pensarlo: en un país donde los tertulianos son los nuevos oráculos, Sarah es la sacerdotisa suprema, siempre lista para bendecir o excomulgar según dicte el guion. Su verano pluriempleado no es sólo un triunfo personal; es un reflejo de nuestra propia adicción a la polémica, a las caras conocidas que llenan horas de emisión con opiniones que nos indignan o nos reconfortan.
No se equivoquen: Sarah Santaolalla no está en todas partes por casualidad. Es el producto perfecto de una era en la que la televisión devora carne humana y la vomita según le va conviniendo. Su omnipresencia es un recordatorio de que, en el circo mediático, no basta con tener algo que decir; hay que gritarlo, repetirlo y, si es posible, acompañarlo de un buen titular. Y ella, con su verbo afilado y su presencia magnética, lo sabe mejor que nadie. Mientras apuro el café y cambio de canal, me pregunto en cuál aparecerá mañana. Porque si algo tengo claro es que, en este verano de sol, titulares y otras estrellas, Sarah Santaolalla no piensa apagarse.