De Trotski a Cerdán: mentiras y comunismo
La manipulación de la foto del balcón del 23 de julio evidencia la fe de Sánchez en la utilidad política del engaño

Ilustración de Alejandra Svriz.
Se atribuye a Lenin la frase: «La mentira puede ser un arma revolucionaria» y, como dicen en Italia, Se non è vero, è ben trovato. Si no es verdad, perfectamente podría serlo, porque todo el comunismo leninista fue un tejido de mentiras que a su inventor le dio muy buen resultado. Para empezar, el nombre original de su partido, bolchevique, es decir, mayoritario, era mentira. Lenin, que encabezaba una fracción minoritaria, consiguió una fugaz mayoría en una votación en su partido originario, el Social Demócrata Ruso, recurriendo al truco de provocar la retirada de la fracción judía del más bien exiguo congreso fundacional, insultando y ofendiéndoles. Desde entonces, se proclamó triunfantemente mayoritario, aunque su fracción siguió estando regularmente en minoría, por lo que al final se desgajó del Partido Social Demócrata, aferrándose al nombre de bolchevique, por más que, más que de un partido, se tratara de una secta, que luego adoptó el apelativo de «comunista».
A este episodio del comunismo leninista recuerda asombrosamente el «somos más» de Pedro Sánchez la noche del 23 de julio de 2023. Sánchez acababa de perder las elecciones, pero contaba con recabar el apoyo de los separatistas de Junts y los separatistas terroristas de Bildu para formar una mayoría más Frankenstein que nunca, aprovechando que, aunque el PP hubiera obtenido un número considerablemente mayor de escaños en el Congreso y mayoría absoluta en el Senado, no alcanzaba la mayoría absoluta en el Congreso ni con una hipotética alianza con Vox. Ya he comentado en estas páginas que aún menos alcanzaba mayoría el PSOE con sus aliados de izquierda, pero estaba dispuesto a traicionar sus principios y aliarse con partidos anticonstitucionales, cosa que el Partido Popular no estaba dispuesto a hacer por razones de ética y de coherencia (palabras que, evidentemente, para Sánchez y sus secuaces carecen de significado).
Lenin era bajito y calvo, mientras que Sánchez es alto y moreno, pero sus carreras tienen paralelos asombrosos, basados en su común fe en la utilidad de la mentira en política y su intención decidida de utilizarla a fondo. Lenin, aliado con Trotski desde que ambos volvieron a la Rusia revolucionaria tras el destronamiento del Zar en 1917, estaba decidido a hacerse con el poder a toda costa. Rusia estaba en una situación revolucionaria y confusa, regida por un gobierno republicano provisional que, de una parte, se había comprometido a convocar elecciones para formar una Asamblea Constituyente y, de otra parte, se encontraba en guerra con Alemania (la Primera Guerra Mundial) y con todos los visos de ser invadida si las cosas no cambiaban.
Lenin hubiera querido llevar a cabo una revolución comunista, pero los comunistas eran una minoría muy pequeña en un país tan atrasado como Rusia. Tuvo que contentarse con un golpe de Estado organizado por Trotski, mucho mejor logístico que él, aunque el golpe tuviera ribetes de ridículo: los obuses dirigidos contra el Palacio de Invierno, sede del gobierno, acabaron en el vecino río Lena, por la mala puntería de los artilleros navales; la guarnición del Palacio estaba compuesta de un grupo de cadetes y un batallón de mujeres, que durante días tuvieron a raya a los revolucionarios bolcheviques; éstos al final asaltaron el edificio colándose por las ventanas y violando a varias de las despavoridas defensoras. A este episodio tragicómico le llamaron Lenin y sus secuaces «Revolución rusa». A los pocos días del golpe, el gobierno bolchevique, que se designó a sí mismo «Consejo de los comisarios del pueblo» porque a Lenin y Trotski les sonaba la expresión como más revolucionaria, organizó de mala gana las elecciones a la Asamblea Constituyente. Como ellos temían, quedaron en minoría, en vista de lo cual, cancelaron la Asamblea y ametrallaron a los que intentaron reunirla. Como se ve, más falsa revolución, más crímenes y más mentiras.
Siguió una terrible guerra civil, que ganaron los bolcheviques, gracias en gran parte a Trotski, que improvisó un «Ejército Rojo» con muchos oficiales y métodos del ejército zarista. Los celos de Stalin hacia Trotski, que se había convertido en la mano derecha de Lenin y su natural sucesor, se transformaron en odio implacable. Cuando murió Lenin, Stalin maniobró hábilmente y logró expulsar a Trotski del gobierno y forzar su exilio. Años más tarde, le haría asesinar en su refugio de México por un comunista español, el barcelonés Ramón Mercader, que le clavó un piolet en el cráneo.
«Stalin recurrió a un truco que con las técnicas actuales es fácil, pero que entonces no tanto: hizo borrar las imágenes de Trotski»
Stalin se proclamó enseguida «el lugarteniente de Lenin» y poco a poco fue haciendo asesinar a todos sus antiguos camaradas del Politburó, la camarilla que gobernaba en Rusia desde tiempos de Lenin. Pero la maquinaria de propaganda estalinista encontró un escollo: en casi todas las fotos del período revolucionario quien aparecía junto a Lenin no era Stalin, sino Trotski su alter ego. Además, en el llamado «Testamento de Lenin», un documento que daba instrucciones para su sucesión, Lenin no se mordió la lengua y ninguno de sus camaradas del Politburó quedaba muy bien, pero el peor tratado era Stalin, en tanto que Trotski parecía el preferido como sucesor. Este último problema lo resolvió Stalin con relativa facilidad, destruyendo cuantas copias encontró del «Testamento» e impidiendo la difusión de las restantes. En cuanto a las fotos, aunque fuera difícil por el número de ellas, recurrió a un truco que con las técnicas actuales es fácil hoy, pero que entonces no lo era tanto: simplemente, hizo borrar las imágenes de Trotski y, cuando pudo, insertó la suya en su lugar.
Y aquí volvemos a encontrar al camarada Sánchez, con el mismo episodio al que antes me referí, el de la noche del 23 de julio de 2023, cuando el alborozado presidente en funciones gritaba a voz en cuello «somos más, somos más», incluyendo, claro, en el «somos» a Junts, Esquerra y Bildu, enemigos de la Constitución española. Pero es que a la discutible legitimidad democrática de ese «somos» se une ahora el problema de la lugartenencia. En la foto de julio, Sánchez estaba acompañado en una improvisada plataforma frente al Partido Socialista en la calle de Ferraz por tres personas: a su izquierda, la vicepresidenta y ministra de Hacienda María Jesús Montero; a su derecha, dos personas aún más próximas a él: junto a él, su alter ego y confidente, Santos Cerdán, secretario de organización del Partido Socialista; y, algo más alejada, su esposa, Begoña Gómez, de la que, según propia confesión, Sánchez está «profundamente enamorado».
Ahora bien, en los dos años transcurridos desde que se tomó la foto han ocurrido algunas cosas que planteaban problemas para la exhibición de aquella gozosa imagen. A saber, tanto la amada esposa como el enaltecido alter ego han sido imputados en sendas instrucciones judiciales, con el resultado añadido de que el alter ego lleve casi un mes en la cárcel de Soto del Real. Esta circunstancia empaña considerable y retrospectivamente el júbilo de hace dos años. ¿Qué hacer? ¿Renunciar a exhibir la foto del júbilo electoral veraniego? Sería una lástima, especialmente en este año aciago para el sanchismo, en el que tanto escasean las imágenes risueñas del presidente. Mejor recurrir al viejo truco estalinista. Y así, dos años más tarde, se ha eliminado de la foto la mitad izquierda, la que contenía las imágenes de la esposa y el confidente, el hoy reprobado secretario de organización socialista. Han quedado solos, mano a mano, el presidente y la vicepresidenta. Qué lástima no haber podido insertar la imagen del omnímodo vicepresidente, Félix Bolaños.
Como se dice a menudo, una imagen vale más que mil palabras: en una sola fotografía, convenientemente manipulada, se recoge elocuentemente la devoción de Pedro Sánchez por Lenin y por Stalin, con lo que resulta evidente que Koldo, Ábalos, Cerdán y, varios otros vivos, no son sus únicas malas compañías.