Feijóo y las vacaciones sobrevaloradas
«Si quiere que le tomemos en serio, que demuestre que trabajar en agosto no es solo una pose, sino una convicción»

Alberto Núñez Feijóo. | PP
Alberto Núñez Feijóo, líder del Partido Popular, ha soltado una de esas frases que resuenan como un martillo en el yunque del debate público: «Las vacaciones están sobrevaloradas». Lo dijo con esa mezcla de aplomo y desafío que caracteriza su estilo, como si quisiera sacudir la modorra veraniega de un país que, en agosto, suele entregarse al dolce far niente. Un caso perfecto de la retranca gallega, pero con un tema con el que no habría jugado ni el mismísimo Rajoy, sin duda el rey de este tipo de gracietas, y el único con gracia natural para hacerlas. Pero, ¿y si el señor Feijóo lleva razón? ¿Y las vacaciones son un lujo que no todos merecemos, empezando por él mismo? Porque, si tan sobrevaloradas están, que dé ejemplo. Que se olvide de la sombrilla y la hamaca, que aparque cualquier plan de desconexión y se ponga a trabajar sin descanso para demostrar que merece la presidencia del Gobierno. No se trata de palabrería, sino de hechos.
Imaginemos a Feijóo renunciando a sus días de asueto, encerrado en su despacho, desgranando propuestas para reflotar la economía, fortalecer las instituciones o combatir la polarización que asfixia a la política española. Que recorra España, no en plan turístico, sino en su Peugeot particular, visitando playas abarrotadas y montañas solitarias, pero no para disfrutarlas, sino para escuchar a los ciudadanos, y tomar el pulso a sus preocupaciones. Eso sí, que elija bien la compañía en esas correrías, no sea que le pase como a Pedro Sánchez, y se junte con tres «piezas» imposibles de encajar en su puzle. Porque, mientras Sánchez y su esposa Begoña se relajan en la isla de Lanzarote, ajenos, o no tanto, a las críticas por las «maldades» que les achacan, y que les hacen sentir un sudor frío por sus espaldas tan placentero como inquietante, Feijóo podría marcar la diferencia con un gesto de sacrificio.
Pero no basta con que Feijóo predique con el ejemplo. Si las vacaciones son prescindibles, que extienda la receta a todo su partido. Que los dirigentes del PP, desde los barones autonómicos hasta los concejales de pueblo, renuncien a sus días de playa y montaña. Que se queden en sus despachos, sudando la camiseta literalmente, en este agosto abrasador para trabajar por España. ¿Se lo tomarían a bien? No es difícil imaginar las caras de algunos. Porque una cosa es soltar frases grandilocuentes en un mitin y otra muy distinta es renunciar al chiringuito, la paella y la siesta. ¿Estarían los populares dispuestos a seguir a su líder en esta cruzada anti-vacacional? ¿O es sólo una boutade para ganar titulares mientras el resto del país se tuesta al sol?
Feijóo, con su declaración, ha abierto un melón que merece reflexión. Porque, si de verdad cree que las vacaciones son un capricho sobrevalorado, está implícitamente cuestionando el modelo de vida de millones de españoles que esperan agosto como agua de mayo. Y no sólo eso: está poniendo sobre la mesa una ética del trabajo que, en teoría, debería ser el santo y seña de cualquier aspirante a liderar un país. Pero, ¿es esto lo que España necesita? ¿Un líder que renuncie al descanso para demostrar su compromiso, o uno que entienda que el equilibrio también es parte de la productividad? Porque, mientras Feijóo lanza dardos al aire, Sánchez y Begoña Gómez se pasean por Lanzarote, proyectando una imagen de relajación que, guste o no, conecta con la idea de que incluso los líderes necesitan un respiro.
La cuestión es si Feijóo está dispuesto a ir más allá de las palabras. Si de verdad cree que las vacaciones son prescindibles, que coja su Peugeot, o el coche que tenga, y se lance a recorrer España. Que visite las costas de Cádiz, la sierra de Guadarrama, los pueblos de Teruel que se embellecen cada día más. Que hable con los camareros que no descansan, con los agricultores que no pueden parar, con los sanitarios que sostienen el sistema mientras los demás tomamos el sol. Pero que lo haga solo, o con compañeros de viaje que no le salpiquen, porque la sombra de los escándalos ajenos es alargada, y Sánchez lo sabe mejor que nadie.
El desafío está lanzado. Si Feijóo quiere que le tomemos en serio, que convierta su frase en acción. Que demuestre que trabajar por España en agosto no es solo una pose, sino una convicción. Porque, de lo contrario, sus palabras se quedarán en eso: palabrería. Y España, en estos tiempos revueltos, necesita algo más que frases ingeniosas o presuntamente divertidas. Necesita líderes que, con o sin vacaciones, estén a la altura del desafío. Que Feijóo elija: o se sube al coche y da ejemplo, o se arriesga a que le recordemos como el hombre que dijo que las vacaciones no valían nada, pero se quedó dormitando todo agosto, y hasta mediados de septiembre. Momento en el que piense que es el adecuado para empezar a desperezarse.