The Objective
Hastío y estío

Manuel Esteban, el rey mago del periodismo deportivo

«Deja la certeza de que el periodismo, cuando se hace con pasión y bondad, puede ser un arte»

Manuel Esteban, el rey mago del periodismo deportivo

Manuel Esteban 'Manolete'. | Cadena Ser

Ha fallecido Manuel Esteban. El periodista «ilusionista». El que podía hacer realidad cualquier cosa, incluso que un zaragocista como yo creyera que Eric Cantona iba a jugar en mi querido equipo. Han muerto las madrugadas radiofónicas de mi adolescencia. El larguero, era un programa donde la excusa era el deporte y lo importante, la belleza y el espectáculo, el entretenimiento y la diversión, la sensibilidad exacerbada y el sainete en su justa medida. Un desmadre medido. Un periodismo de trinchera y flores. De balas y ovejas descarriadas. Y de postre, el gran Manuel Esteban ‘Manolete’, capaz de hacer creer a alguien del Logroñés que la junta directiva de ese equipo estaba a punto de firmar como delantero a Romario. Un niño grande y del Atlético de Madrid, valga la redundancia. Creía en los Reyes Magos y en Luis Aragonés, porque si no hay duda de algo, es de que ellos cuatro existieron, existen y existirán. Cuando no acertaba en sus predicciones, la culpa no era suya, sino de un destino siempre fatal y envidioso, de quien ha venido a este mundo a dar felicidad y a ilusionarnos.

Manuel Esteban, ‘Manolete’ para todos, se fue la semana pasada a los 68 años en su Madrid del alma. El párkinson, ese ladrón silencioso, le robó primero los movimientos, luego la voz, y finalmente lo apartó de los micrófonos y las redacciones en 2021. Pero no pudo robarle su esencia, esa chispa de niño grande que convertía cada rumor de fichaje en una fábula digna de contar junto a una hoguera. Su enfermedad fue cruel, como lo son todas las que atacan el cuerpo, pero no logran doblegar el espíritu. Manolete luchó contra ella con la misma tenacidad con la que perseguía una exclusiva, con esa cabezonería castiza que le hacía levantarse cada mañana, tomar sus pastillas y refugiarse en una habitación llena de libros, como contó en una de sus últimas entrevistas en El larguero. «Intento ayudar en casa, veo tenis si lo hay, pero la tele me aburre cada día más», confesó con esa sinceridad que desarmaba a cualquiera. Porque ‘Manolete’ no sabía fingir. No sabía ser otra cosa que él mismo.

Era un hombre sencillo, de los que no necesitaban alzar la voz para hacerse escuchar. Cuando José Ramón de la Morena, su padrino radiofónico, le daba paso, el aire se electrificaba. Su voz inconfundible, con un deje de taberna y barrio, parecía salida de un transistor antiguo. No hablaba: narraba. No informaba: soñaba en voz alta. «Te cuento, Joserra, apúntate este nombre porque suena con fuerza para el Atleti», decía, y uno podía imaginarlo con su libreta gastada, el teléfono echando humo y esa sonrisa pícara que delataba su amor por el juego. Porque para ‘Manolete’, el periodismo era un juego, pero uno serio, de los que se juegan con el corazón en la mano.

No tenía enemigos, y eso en el periodismo deportivo, donde las pasiones a veces se convierten en trincheras, es casi un milagro. Sus compañeros, desde los becarios que recibían sus consejos, hasta los veteranos que compartían con él copas y madrugadas, lo recuerdan como un tipo generoso, de los que te tendían la mano sin esperar nada a cambio. «Un tipo grandioso, con un corazón inmenso», escribió Iñaki Cano en redes, y no exageraba. ‘Manolete’ era de los que saludaba con un abrazo, de los que se reía de sí mismo antes que de los demás. Su gracia natural no era estudiada; era un don. Podía soltar un «sombrerazo» en antena y hacer que medio país sonriera, aunque el fichaje que anunciaba nunca llegara a concretarse. Porque no importaba tanto acertar como ilusionar. Y en eso, ‘Manolete’ era imbatible.

Su pasión por el Atlético de Madrid era más que un amor de hincha; era una forma de vida. Su padre lo llevó de niño al viejo Metropolitano para ver un Atlético-Córdoba, y ahí empezó todo. No sólo su devoción por el equipo, sino su vocación por contar historias. Porque ‘Manolete’ no informaba del Atleti: lo vivía. Lo celebraba en la fuente de Neptuno como si fuera un jugador más, y cuando el club le rindió homenaje en 2021, con Enrique Cerezo entregándole un escudo, él lo recibió con la humildad de quien sabe que el verdadero privilegio es ser parte de algo más grande que uno mismo.

Fue pionero en el periodismo de fichajes, mucho antes de que las redes sociales convirtieran los rumores en un espectáculo global. En los 90, cuando no había Twitter ni Fabrizio Romano, Manolete era el oráculo. No siempre acertaba, pero eso era lo de menos. Cada rumor que soltaba era una invitación a soñar, a imaginar que el próximo gran crack podía aterrizar en tu equipo. Y cuando fallaba, nadie se lo reprochaba. Porque Manolete no vendía certezas; vendía esperanza.

‘Manolete’ se lleva con él un país entero que se quedaba despierto para escucharle. Deja las risas, los debates, los «sombrerazos» que eran más que una muletilla: eran una forma de entender la vida. Deja la certeza de que el periodismo, cuando se hace con pasión y bondad, puede ser un arte. Y deja, sobre todo, el recuerdo de un hombre bueno, de un niño grande que creía en la magia de un buen rumor. Descanse en paz, maestro.

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