The Objective
Hastío y estío

La falsedad del sanchismo con Lambán

«Mientras el sanchismo finge estar de luto, los demás recordamos al hombre: estoico, honesto, indomable»

La falsedad del sanchismo con Lambán

El expresidente de Aragón Javier Lambán el pasado 10 de julio. | Ramón Comet (Europa Press)

En la quietud de su Ejea de los Caballeros natal, donde las raíces aragonesas se hunden profundas en la tierra seca, Javier Lambán ha cerrado los ojos para siempre. A los 67 años, el expresidente de Aragón falleció el pasado viernes, 15 de agosto, tras una batalla desigual contra la esclerosis múltiple que lo atenazaba desde 2010 y un cáncer de colon que lo devoraba sin piedad. Fue un final previsible, pero no por ello menos doloroso, para un hombre que encarnó el estoicismo como pocos en la política española contemporánea. Mientras el sanchismo, esa hidra de oportunismo y control absoluto, derrama ahora lágrimas de cocodrilo en redes y comunicados, uno no puede sino recordar la vil hipocresía que lo persiguió hasta el último aliento. Lambán no era un peón en el tablero de Pedro Sánchez; era un obstáculo, y por eso lo trituraron. Hoy, su muerte revela la podredumbre de un régimen que se disfraza de progresismo mientras apuñala por la espalda a los suyos.

Lambán, nacido en 1957 en esa Zaragoza rural que forja caracteres indomables, no fue nunca un político de postureo. Alcalde de su pueblo, presidente de la Diputación de Zaragoza y, finalmente, al frente del Gobierno aragonés entre 2015 y 2023, representó una socialdemocracia honesta, anclada en el municipalismo, pero con una visión de una España unida, lejos de los devaneos independentistas que Sánchez ha consentido por un puñado de votos. Sus enfermedades no le doblegaron; al contrario, se enfrentó a ellas con una dignidad estoica que recordaba a esos filósofos antiguos. Diagnosticado con esclerosis múltiple, siguió al pie del cañón, gobernando con la cabeza alta mientras su cuerpo le traicionaba. Cuando el cáncer de colon se sumó al tormento, no se quejó en público ni usó su padecimiento como escudo victimista. Lambán era de otra pasta: la de los que luchan en silencio, sin reclamar aplausos ni subsidios emocionales.

Pero donde Lambán brilló con luz propia fue en su resistencia al despotismo sanchista. Pedro Sánchez, ese líder todopoderoso que ha convertido el PSOE en un cortijo personal, no tolera disidencias. Lambán, barón crítico, se negó a bailarle el agua al jefe. Criticó abiertamente los pactos con independentistas, defendió la unidad de España y rechazó el blanqueo de Bildu. No tenía las tragaderas de nuestra paisana Pilar Alegría, esa aragonesa que vendió su alma por un ministerio. Alegría, actual ministra de Educación, Formación Profesional y Deportes, y portavoz del Gobierno, aceptó ser la verdugo del «lambanismo» en Aragón. En 2023, Sánchez la impuso como candidata para desmantelar el legado de Lambán, pisoteando lealtades locales en favor del centralismo autoritario. El pasado viernes, en su mensaje en X dando el pésame, un tuit lacónico y protocolario, Alegría destilaba la falsedad que exige el sanchismo a sus sumisos vasallos. ¿Cómo ella puede lamentar la pérdida de alguien a quien ayudó a marginar? Su cobardía fue premiada con cargos, mientras Lambán pagaba el precio de la integridad. Es el sanchismo en esencia: premia la sumisión y castiga la dignidad.

El fariseísmo del PSOE roza lo sublime en estos días de luto fingido. El partido que ahora se apena por la muerte de Lambán, sancionó hace menos de un mes, a la senadora aragonesa Mayte Pérez con 600 euros por atreverse a acudir a un homenaje, todavía en vida, al expresidente aragonés. Pérez, fiel «lambanista», faltó a un pleno del Senado para honrar a su mentor, y el grupo socialista la multó con la máxima severidad, alegando que no era «causa justificada». ¿Qué dice esto de un partido que va de solidario? Que prefiere la obediencia ciega al respeto humano. Lambán, aún vivo, era un paria para Ferraz; muerto, se convierte en el mártir conveniente para lavar sus conciencias. Lágrimas de cocodrilo que no engañan a nadie con un mínimo de memoria.

Y luego está Pedro Sánchez, el epicentro de esta frialdad psicopática. Su tuit lamentando la muerte, «un gran socialista, un hombre de profundos valores», choca frontalmente con los audios y mensajes filtrados que lo retratan con toda crudeza. En mayo de este año, se revelaron WhatsApps entre Sánchez y su exministro José Luis Ábalos donde denigraban a Lambán de manera rastrera: «petardo», «hipócrita», «impresentable». El propio Lambán confirmó las «reacciones iracundas» del presidente en llamadas telefónicas, una obsesión enfermiza por controlar a los barones críticos. Sánchez no dudaba en ordenar reprimendas, en tratar a sus compañeros como súbditos rebeldes. Ahora, con Lambán en la tumba, el lamento público suena a burla. Es la marca de la casa: un comportamiento que roza la psicopatía, donde la empatía es un lujo prescindible y la imagen lo es todo.

En vida, Lambán fue un faro de decencia en un mar de oportunismo. En la enfermedad, un ejemplo de resiliencia que avergüenza a los sanos que se rinden ante «su sanchidad». En lo político, un recordatorio de que el político honesto no se arrodilla ante déspotas. No vendió Aragón por un plato de lentejas ministeriales, como hizo Pilar Alegría, para ser otra vez enviada de vuelta a su tierra con la única misión de provocarle su primera defunción, la muerte política. Mientras el sanchismo finge estar de luto, los demás recordamos al hombre: estoico, honesto, indomable. Descanse en paz, Javier Lambán.

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