The Objective
Hastío y estío

Simeone, igual de bronceado que siempre

«Da igual cuánto invierta el club, o cuántos refuerzos lleguen: el bronce parece ser el destino inevitable del Cholo»

Simeone, igual de bronceado que siempre

Diego Pablo 'Cholo' Simeone durante esta pretemporada. | Craig Cowan (Zuma Press)

Agosto en Madrid es sinónimo de sol abrasador, terrazas nocturnas abarrotadas y ese tono dorado que la piel adquiere tras días de exposición al calor veraniego. Diego Pablo Simeone, el Cholo, no es ajeno a esto. Año tras año, regresa al banquillo del Atlético de Madrid con el mismo bronceado impecable, como si el verano no solo le hubiera dado color, sino también una especie de inmunidad al paso del tiempo. Sin embargo, en la primera jornada de La Liga 2025-2026, el Espanyol le dio un baño de realidad al Atlético, recordándonos que, bajo ese bronceado, el Cholo sigue siendo el mismo: un maestro indiscutible de la medalla de bronce.

El Atlético de Madrid cayó 1-0 ante un Espanyol que no debería haber supuesto un obstáculo para un club que se ha gastado casi 200 millones de euros en nueve fichajes este verano. Pero el resultado no sorprendió a nadie que haya seguido la trayectoria de Simeone en los últimos años. Da igual cuánto invierta el club, o cuántos refuerzos lleguen al Metropolitano: el bronce parece ser el destino inevitable del Cholo. En los deportes, el tercer puesto te da una medalla de bronce, un reconocimiento al esfuerzo, pero también un recordatorio de que no fuiste el mejor. Y si hay algo que Simeone ha perfeccionado, es el arte de quedar tercero.

Ser tercero no es un mal resultado per se. Pero cuando tu trayectoria se define por acumular bronces temporada tras temporada, el conformismo empieza a oler a rancio, como el protector solar olvidado en una bolsa de playa. Simeone, junto a Pep Guardiola, es el entrenador mejor pagado del mundo del fútbol, con un salario que ronda los 20 millones de euros anuales. ¿Es justificable ese sueldo cuando los resultados no pasan de ser «correctos»? Si un cirujano, un ingeniero aeroespacial o un CEO de una multinacional tuviera un historial de resultados consistentes pero mediocres, comparados con los recursos a su disposición, ¿seguiría en su puesto? La respuesta es obvia: no. En cualquier profesión de alta cualificación, la exigencia es implacable. Pero en el Atlético, el Cholo parece tener un salvoconducto eterno, bronceado o no.

La derrota ante el Espanyol no es un accidente aislado. Es un síntoma de algo más profundo: un proyecto estancado, atrapado en la sombra de un entrenador que, aunque icónico, parece haber agotado su capacidad de sorprender. Algunos aficionados colchoneros, los más exigentes, empiezan a murmurar. En las redes sociales, el descontento es palpable: «Simeone está obsoleto», «más de 400 millones en dos veranos y no pueden ni ganarle al Espanyol», claman algunos. Y no les falta razón. El Atlético ha invertido cantidades astronómicas en jugadores como Julián Álvarez, Gallagher o Baena, pero el esquema de juego sigue siendo el mismo: un fútbol rocoso, predecible, que depende más de la garra que de la creatividad. ¿Es esto suficiente para un club que aspira a competir con los gigantes de Europa?

El conformismo se ha instalado en el Atlético como una segunda piel, tan persistente como el bronceado de Simeone. Quedar terceros en La Liga, alcanzar los octavos o cuartos de final en la Champions, ganar algún derbi de vez en cuando: esto parece ser el techo del proyecto actual. Pero, ¿es eso suficiente para un club con la historia y la afición del Atlético? La respuesta debería ser un rotundo no. En el fútbol moderno, donde la innovación táctica y la ambición son moneda corriente, aferrarse a un modelo que funcionó hace una década es como insistir en usar un teléfono fijo en la era de los smartphones. Simeone transformó al Atlético en un contendiente serio, sí, pero ese mérito no puede ser una excusa para la falta de evolución.

Imaginemos por un momento que el Cholo fuera un chef. Hace diez años, su plato estrella revolucionó la ciudad: un guiso contundente, lleno de sabor, que conquistó a todos. Pero ahora, en 2025, sigue sirviendo el mismo guiso, mientras los comensales piden algo nuevo, algo que sorprenda. Los ingredientes son mejores, más caros, pero la receta no cambia. ¿Seguiría ese chef al frente de un restaurante de élite? Lo dudo. En el fútbol, como en cualquier profesión de alto rendimiento, la excelencia no se mide solo por el pasado, sino por la capacidad de adaptarse y superar expectativas.

El Atlético de Madrid no es un club cualquiera. Es una institución que respira pasión, que ha sabido levantarse de sus cenizas una y otra vez. Pero esa grandeza exige más que bronceados tan veraniegos como perpetuos. Exige títulos, exige ambición, exige un fútbol que ilusione. Simeone, con su bronceado impecable y su intensidad innegable, ha dado mucho al club. Nadie puede quitarle eso. Pero el fútbol no vive de recuerdos, y los aficionados no deberían conformarse con un tercer puesto vitalicio.

Es hora de que el Atlético mire más allá del bronce. Es hora de exigir más, de soñar con el oro. Porque, aunque el sol de agosto siga brillando, el tiempo de Simeone en el banquillo parece estar acercándose a su ocaso. Si no es capaz de reinventarse, de llevar al equipo a lo más alto, quizás sea momento de que el Cholo coja su protector solar y deje paso a alguien que pueda devolver al Atlético a la senda de los títulos.

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