The Objective
Hastío y estío

Sílvia Orriols como presidenta de Cataluña

«Pensar en Sílvia Orriols como presidenta no es una distopía, sino una posibilidad bastante realista»

Sílvia Orriols como presidenta de Cataluña

La diputada catalana Sílvia Orriols. | Europa Press

Imaginemos una Cataluña con Sílvia Orriols al frente de la Generalitat. La líder de Aliança Catalana, alcaldesa de Ripoll, ha irrumpido en el panorama político catalán como un vendaval, y las encuestas recientes no hacen más que confirmar su ascenso meteórico. Lejos de ser una fantasía distópica, la posibilidad de que Orriols alcance la presidencia no es descabellada. Su combinación de nacionalismo catalán exacerbado y una postura antiinmigración sin ambages la ha convertido en una figura atractiva para un electorado variado, desencantado con los partidos tradicionales y preocupado por el aumento de los delitos violentos en la región. Pero, ¿cómo sería Cataluña bajo su mando? 

Una Cataluña presidida por Orriols sería, sin duda, un polvorín. Su discurso, que combina un etnonacionalismo catalán con políticas antiinmigración, buscaría redefinir la identidad catalana en términos excluyentes. Orriols ha defendido públicamente la idea de una Cataluña «para los catalanes», donde la lengua, la cultura y una concepción étnica de la identidad primarían sobre cualquier forma de multiculturalismo. En Ripoll, ya ha mostrado su estilo: censuró un cartel de la fiesta mayor por incluir a una mujer con velo, una decisión que refleja su rechazo a lo que ella llama «islamización». Como presidenta, podríamos esperar políticas que restrinjan el acceso a servicios públicos para los inmigrantes, campañas para reforzar el uso exclusivo del catalán y medidas para «proteger» la identidad catalana, lo que probablemente generaría tensiones sociales con las comunidades inmigrantes.

La relación de Orriols con el Gobierno de España sería, en el mejor de los casos, explosiva. Aliança Catalana considera los pactos de Junts y ERC con el PSOE como una «traición» al mandato independentista del uno de octubre. Orriols no ha ocultado su desprecio por lo que llama «el Estado», y su presidencia probablemente reactivaría la confrontación directa con Madrid. A diferencia de los gobiernos de Artur Mas o Carles Puigdemont, que buscaron negociar o al menos mantener un diálogo táctico con el Estado, Orriols parece inclinada hacia una postura intransigente. Su negativa a participar en elecciones españolas y su discurso de confrontación sugieren que no habría espacio para el diálogo.

El aumento de la delincuencia y la violencia en Cataluña, que ella atribuye a la inmigración ilegal, sería uno de sus argumentos principales para justificar políticas de mano dura. Podríamos esperar medidas para reforzar la seguridad ciudadana, como un aumento de la presencia policial o leyes más estrictas contra los okupas, una de sus banderas. 

La relación de Orriols con los partidos nacionalistas catalanes, como Junts y ERC, sería de abierta hostilidad. Aliança Catalana ha capitalizado el desencanto con estos partidos, acusándolos de haber abandonado la causa independentista por pactos con Madrid. Junts, en particular, teme el ascenso de Orriols, ya que su electorado se está viendo atraído por el discurso radical de Aliança. Una presidencia de Orriols marginaría a estos partidos, obligándolos a redefinir sus estrategias para no perder más terreno. Mientras ERC apuesta por la gobernabilidad y Junts se debate en contradicciones internas, Orriols ofrece un mensaje claro y contundente que conecta con un sector del independentismo que se siente traicionado.

La cuestión de la independencia sería el eje central de su presidencia. Orriols no oculta su objetivo de lograr una Cataluña independiente, pero su enfoque sería más radical que el de sus predecesores. A diferencia del procés de 2017, que buscó un referéndum pactado o una declaración unilateral con cierto respaldo internacional, Orriols podría optar por una estrategia de ruptura total, apoyada en un discurso populista. 

Pensar en Sílvia Orriols como presidenta no es una distopía, sino una posibilidad bastante realista. Su ascenso refleja una crisis profunda en el independentismo catalán y un malestar social alimentado por el aumento de la inseguridad y el desencanto con las élites políticas. Su nacionalismo catalán, mezclado con un discurso antiinmigración que gusta incluso entre votantes de Vox, la convierte en una figura única en el panorama político. En una Cataluña donde los delitos violentos y los robos están en el centro del debate, su mensaje de «salvemos Cataluña» encuentra eco en un electorado diverso, desde independentistas radicales hasta sectores conservadores desilusionados con los partidos tradicionales.

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