Bertín Osborne incendia España con su exclusiva en ‘¡Hola!’
«Qué ironía: en la vida real, Bertín es un padre ausente; en la virtual, en papel o en digital, la ausente es la madre»

Bertín Osborne. | Europa Press
Una España arde por los cuatro costados en un constante desastre, otra vive al calor de las polémicas en las redes sociales donde saltan chispas por culpa de la revista ¡Hola! y su inquietante posado exclusivo: Bertín Osborne, por primera vez junto a su hijo David, fruto de su relación con Gabriela Guillén, nos contempla desde una portada que ha desatado la furia de quienes ven una burda maniobra de lavado de imagen, cheque mediante. El cantante, con gesto grave, lleva al niño en brazos, mientras todos nos preguntamos dónde está la madre. Qué ironía: en la vida real, Bertín es un padre ausente; en la virtual, en papel o en digital, la ausente es la madre. El titular es contundente: «No quiero que sea un niño escondido». Objetivo cumplido: la cara de la criatura está en todas partes, con una sobre exposición que compite sin miramientos con la de la hija/nieta de Ana Obregón.
Con las redes sociales encendidas, los programas de televisión han olido sangre. Los opinadores de plató se han lanzado a hacer cuentas. ¿Se ha cobrado? ¿Cuánto? ¿Por qué ahora? ¿Por qué sin la madre? ¿Por qué con esa chaqueta azul marino tan cuidadosamente planchada? Las cifras han empezado a circular –que si 60.000 euros, que si 65.000– como si la presentación de un hijo en sociedad pudiera facturarse como una gira de conciertos.
Entonces ha llegado el comunicado. Bertín, indignado y cansado del «acoso y derribo» mediático, ha asegurado que no ha cobrado «ni un euro» por aparecer con su hijo. Que lo ha hecho «de buena fe», sin pedir nada a cambio, por el bien del niño. Una especie de acto de contrición pública, pero con el glamour de la revista oficial de las celebrities de verdad. El problema es que, como suele ocurrir con las versiones oficiales demasiado pulidas, pronto ha llegado la contradicción.
Gabriela Guillén, con una calma milimétricamente medida, ha confesado lo obvio: «Sí, se ha cobrado. Ha sido una decisión consensuada y todo el beneficio es para el niño». Y con ese «obviamente» ha derrumbado todo el artificio del desinterés. No ha acusado, no ha señalado, pero sí ha dejado claro que aquí nadie ha posado por amor al arte. Y mucho menos gratis.
Pero lo mollar está en el proceso de gestación de la exclusiva. La versión edulcorada de Bertín ha escondido un detalle clave: que ¡Hola! deseaba desde el principio un posado familiar, los tres juntos, mostrando una imagen de unidad. Ha sido Gabriela quien ha rechazado la propuesta. No ha querido aparecer con él. Ni por dinero, ni por narrativa. Y ahí ha estado el nudo de todo esto: mientras él ha intentado rehacer su imagen pública con la foto que nunca se ha hecho, ella ha optado por mantenerse al margen de ese relato a medida.
Al final, la revista se ha adaptado. Solo Bertín y el niño en portada, ella fuera del encuadre. No ha sido un olvido ni un error logístico: ha sido una decisión editorial y personal. Ella ha preferido no formar parte de la escenificación, probablemente consciente de que ya ha sido demasiado tarde para que esa imagen resultara convincente. Y eso ha convertido el posado en lo que realmente ha sido: un gesto unidireccional, una especie de acto de fe en solitario. Aunque, por lo que parece, con contrato.
En este contexto, la indignación de Bertín ha sonado a sobreactuación. Tal vez él crea, sinceramente, que ha posado sin cobrar. Pero si ha habido un acuerdo económico gestionado por representantes, si se ha firmado un contrato que incluye cesión de imagen y condiciones pactadas, lo de «no he cobrado ni un euro» es, como mínimo, una verdad parcial. O una verdad que ha pasado por el filtro del departamento de comunicación.
El resultado ha sido, en cualquier caso, contradictorio. Lo que se ha pretendido como una forma de normalizar una paternidad algo errática ha terminado por abrir más interrogantes que cerrar heridas. ¿Por qué ahora? ¿Por qué así? ¿Por qué como si fuera una comparecencia institucional? A la imagen del padre arrepentido se le ha colado el eco del oportunismo. El gesto que debía inspirar ternura ha generado recelo. Y en lugar de poner punto final a la polémica, la portada se ha convertido en el primer capítulo de otra más incómoda: la de la coherencia entre lo que se ha hecho, lo que se ha dicho y lo que se ha cobrado.
La exposición pública de los hijos siempre ha generado debate, pero en este caso, con la mochila emocional que ha arrastrado la historia, el movimiento se ha sentido más como una estrategia que como una entrega sincera. No ha bastado con abrazar al niño ante una cámara para que desaparezcan meses de distancia, declaraciones ambiguas y dudas sobre la paternidad. La foto, por sí sola, no ha reescrito el relato.
Y sin embargo, ha vuelto a funcionar. La portada se ha vendido, los medios han hablado, el público ha juzgado, y todos –una vez más– hemos participado del ritual. El de la redención televisada, el de la paternidad convertida en producto editorial, el de la verdad a plazos. Porque, como en tantas exclusivas, aquí cada uno ha contado su versión. Pero solo una ha acabado en los quioscos.