Antonio Baños, Messi y el catalanismo lingüístico selectivo
«Los mismos que ahora claman por el cierre de una heladería, aplaudían cada gol del argentino, sin importar su idioma»

El exdiputado de la CUP, Antonio Baños. | Europa Press
En la Cataluña donde la amnistía de Sánchez intentó convencernos de que había traído la concordia, basta una heladería para desmontar el relato. La heladería Dellaostia, regentada por un argentino llamado Leandro Rincón, ha sufrido un boicot impulsado por Antonio Baños, exdiputado de la CUP y eterno agitador de masas. Todo porque el «pobre» heladero se negó a atender en catalán a una clienta, que resultó ser pareja de un concejal de ERC. «Este local es nuestro enemigo. Hasta que cierre», proclamó Baños en redes, y el linchamiento digital y físico no se hizo esperar: pintadas, pegatinas, reseñas falsas y todo tipo de vandalismo. Un complot en toda regla, orquestado por los guardianes de la lengua, que demuestra cómo el independentismo sigue vivo, pero ahora en versión low cost: atacando a un emigrante que vende cucuruchos y tarrinas de helado.
Baños, ese personaje que parece salido de una novela de Marsé, con su barba descuidada y su retórica tan pendenciera como acomodada, no es nuevo en estas lides. En su comportamiento radica la gran falsedad del nacionalismo catalán: su doble moral selectiva. Mientras Baños y otros independentistas declaraban la guerra a un heladero argentino por no hablar en catalán, nadie en el universo independentista osó exigirle lo mismo a otro argentino, Lionel Messi. La estrella del Barcelona pasó dos décadas en Cataluña golpeando el balón y amasando fortunas, pero nunca habló catalán en público. Y, sin embargo, fue idolatrado como un semidiós, un símbolo de la Cataluña cosmopolita que tanto les gusta vender.
¿Dónde estaban Baños y los suyos cuando Messi respondía en castellano en las entrevistas? ¿Por qué no le montaron un boicot al estilo Dellaostia? ¿Acaso no le obligaron a aprender el idioma, como pretenden con cualquier inmigrante que llega a servir helados? La respuesta es obvia: clasismo puro y duro. El heladero Rincón es un tipo humilde, un emprendedor que llegó de Argentina con sueños tan dulces como refrescantes, que chocaron contra el muro amargo y abrasador del supremacismo lingüístico. No tiene millones en el banco, ni contratos publicitarios, ni una legión de fans que lo protejan. Es prescindible, un «charnego» al que se puede pisotear. Messi, en cambio, era el millonario que daba patadas a un balón y llenaba las arcas del Barça, y, por extensión, de la Cataluña institucional. Ante él, sumisión absoluta. Pero exigencias lingüísticas, cero. Ni una campaña en redes, ni un manifiesto de la Plataforma per la Llengua. Hipocresía en estado puro.
Esta doble vara de medir no es casual. El nacionalismo catalán, pese a su retórica igualitaria, apesta a clasismo. Atacan al débil, al que no puede defenderse, mientras se postran ante el poderoso. Rincón, con su acento porteño y su negocio modesto, representa al inmigrante que no encaja en el relato idílico de la Cataluña monolingüe. «No respeta el catalán», decían las pegatinas en Dellaostia. ¿Y Messi? Él podía «no respetarlo» porque su talento futbolístico valía más que cualquier ley de inmersión. En 2021 se filtró que en su contrato con el Barça había una cláusula por la que Messi se comprometía a estudiar catalán. ¿La cumplió? Ni de lejos. Y nadie protestó. Los mismos que ahora claman por el cierre de una heladería, aplaudían cada gol del argentino, sin importar su idioma. Es la falsedad del independentismo: predican la defensa de la cultura, pero solo cuando conviene. Si eres pobre y argentino, boicot; si eres rico y argentino, alfombra roja.
También en 2021, Antonio Baños cometió un desliz épico en Twitter: publicó una captura de pantalla de su ordenador donde, entre pestañas abiertas, asomaba una página pornográfica dedicada a japonesas practicando coprofilia, es decir, comiéndose lo que el cuerpo expulsa, para no andarnos con eufemismos. «Scat japonés» y orgías escatológicas, nada menos. El escándalo fue mayúsculo, con memes y burlas que lo persiguen hasta hoy. ¿Qué dice esto de un exlíder político que se presenta como guardián moral de Cataluña? Que su extraña fascinación por lo abyecto se extiende más allá de la política. Baños, el mismo que señala heladerías, tiene gustos que harían sonrojar al marqués de Sade.
Pero volvamos a Messi, ese contrapunto perfecto. El futbolista argentino nunca sufrió un escrache por su español rosarino. Al contrario: fue el ídolo que unía a culés de todas las lenguas. Los nacionalistas lo usaban para vender su «país abierto al mundo», ignorando que él nunca se molestó en aprender su idioma. Cataluña se merece algo mejor. Una tierra donde un heladero argentino pueda atender en el idioma oficial que prefiera sin miedo a ser boicoteado. Donde tipos como Antonio Baños sigan dedicándose a sus aficiones privadas antes que a incendiar la convivencia pública.