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OPINIÓN

Yolanda Díaz no quiso quemarse por su tierra

«Díaz ha demostrado que le importa un bledo su tierra cuando no hay votos de por medio»

Yolanda Díaz no quiso quemarse por su tierra

Yolanda Díaz asiste a una concentración contra la política forestal del PP en Galicia. | Adrián Irago (Europa Press)

En un verano que pasará a la historia como el más devastador en términos de incendios forestales en España, Galicia ha sido el epicentro de una catástrofe que ha consumido 150.000 hectáreas, dejando un paisaje de cenizas y desolación que tardará décadas en recuperarse. Desde principios de agosto, las llamas han devorado montes enteros en provincias como Ourense y Lugo. Mientras brigadistas, voluntarios y efectivos de la Xunta luchaban contra el infierno, una figura clave del Gobierno central, nacida en la tierra que ardía, optaba por el más absoluto mutismo: Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, disfrutaba de sus vacaciones en las idílicas Rías Baixas, como si el humo que cubría su Galicia natal no le rozara siquiera.

Es difícil no ver en este episodio un retrato perfecto de la izquierda posmoderna, esa que predica empatía y solidaridad desde los púlpitos del poder, pero que, a la hora de la verdad, prefiere el relax playero al compromiso real. Díaz, gallega de pro, presumía en redes sociales de sus días de asueto en Bayona, compartiendo fotos con su hija y disfrutando de la gastronomía local, mientras el fuego avanzaba sin piedad. ¿Dónde estaba la vicepresidenta cuando los primeros incendios se produjeron el 8 de agosto? ¿Por qué no interrumpió su descanso para visitar las zonas afectadas, coordinar ayudas desde Madrid o, al menos, emitir un mensaje de apoyo que no sonara a postureo vacío? Durante más de dos semanas, su silencio fue ensordecedor, un pasotismo que roza una indiferencia injustificable en alguien que ostenta uno de los cargos más altos del Ejecutivo español.

Yolanda Díaz no es una turista cualquiera en Galicia. Es una política que ha hecho de su origen gallego una bandera, que se presenta como defensora de los trabajadores y de las causas sociales. Como vicepresidenta, tiene competencias en materias laborales que podrían haber sido clave en esta crisis: los brigadistas forestales, muchos de ellos precarios y subcontratados, han sido los héroes en primera línea, exponiéndose a condiciones extremas por salarios que apenas llegan al mínimo. ¿Acaso no era su obligación, como ministra de Trabajo, velar por sus condiciones, inspeccionar los contratos o presionar para una respuesta inmediata? En lugar de eso, optó por el «dolce far niente», dejando que el Gobierno autonómico del PP, liderado por Alfonso Rueda, cargara con todo el peso de la extinción. Es como si le importara más que el PP se «quemara» políticamente que el monte gallego se convirtiera en cenizas.

Y es que, mientras Galicia ardía, con más de 550 fuegos declarados solo en agosto, Díaz permanecía en su burbuja vacacional. No fue hasta el 21 de agosto, cuando los incendios empezaban a remitir gracias al esfuerzo titánico de miles de efectivos, que reapareció. ¿Para visitar a los damnificados? ¿Para anunciar ayudas del Gobierno central? No: para sumarse a una manifestación en Vigo contra la Xunta, criticando la «falta de coordinación» y la «privatización» de los servicios de extinción. ¡Qué oportunismo! En lugar de tender la mano en un momento de emergencia nacional, prefirió el electoralismo puro y duro, alineándose con el BNG y otros grupos de izquierda para golpear al PP. Rueda no tardó en responder, lamentando que algunos «estuvieran de vacaciones como si no hubiera incendios» y solo volvieran para protestar. 

Esta dejación de funciones no es un lapsus aislado. Díaz, que en enero se enfundó el mono de trabajo para limpiar pellets en las playas gallegas, ahora desaparece cuando el desastre es mucho mayor. ¿Por qué entonces sí y ahora no? La respuesta parece obvia: los pellets eran un ariete contra el PP, una oportunidad para acusarles de negligencia ambiental. Los incendios, en cambio, no encajaban en su narrativa hasta que pudo reconvertirlos en un mitin callejero. Es el colmo del cinismo: una vicepresidenta que, en teoría, representa a todo el país, pero que prioriza el partidismo sobre la solidaridad territorial. Galicia, su tierra, merecía más que un tuit tardío o una pancarta en Vigo; merecía acción inmediata desde el Consejo de Ministros.

Criticar a Díaz no es atacar a la izquierda en abstracto, sino poner el dedo en la llaga de una élite política desconectada. Mientras ella leía libros en la playa, como presumió en sus redes sociales, familias enteras perdían sus hogares, ganaderos veían morir a su ganado y el ecosistema gallego sufría un daño irreparable. ¿Y qué hizo el Gobierno de Sánchez, del que Díaz es pilar fundamental? Enviar aviones y personal con cuentagotas, mientras el grueso de la responsabilidad recaía en las comunidades autónomas.

No se trata solo de inacción; es una traición a sus raíces. Díaz, que se jacta de su galleguidad, ha demostrado que le importa un bledo su tierra cuando no hay votos de por medio. En Vigo, rodeada de pancartas exigiendo la dimisión de Rueda, lanzó perlas como que es «una barbaridad» dejar la extinción en manos privadas, ignorando que el dispositivo gallego cuenta con 3.000 efectivos públicos y privados trabajando codo con codo. ¿Barbaridad? La verdadera barbaridad es que una vicepresidenta use una tragedia para hacer campaña, en lugar de unir fuerzas contra el fuego.

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