The Objective
Hastío y estío

La entrevista de Pepa Bueno a Sánchez

«Si la historia reciente nos enseña algo, es que en TVE el presidente siempre sale a hombros»

La entrevista de Pepa Bueno a Sánchez

Pepa Bueno, nueva presentadora de TVE, en una imagen de archivo. | EP

Pepa Bueno regresa a la segunda edición del Telediario trece años después, como si el tiempo no hubiera pasado o, peor aún, como si hubiera retrocedido a esos días en que la información pública era complaciente con el poder. Y para su debut, este lunes 1 de septiembre, lo hace con una entrevista al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. ¿Coincidencia? ¿Estrategia? ¿O simplemente el enésimo capítulo de esa serie interminable llamada “adoración al sanchismo en la televisión pública”?

Recuerdo, no sin cierta melancolía, cuando los presentadores eran guardianes de la verdad, y no meros anfitriones de monólogos presidenciales. Bueno, con su bagaje en la Cadena SER y en El País y su inseparable sesgo ideológico, no parece que nos vaya a sorprender gratamente ejerciendo un periodismo independiente y riguroso. Pero en TVE, esa casa tan grande como pública que a menudo parece un palacio de espejos donde el Gobierno se refleja a sí mismo, las expectativas se tiñen de escepticismo. ¿Será esta entrevista un duelo dialéctico, un interrogatorio incisivo que ponga contra las cuerdas al inquilino de La Moncloa? ¿O, como tantas veces, un masaje terapéutico, un baño de espuma verbal donde Sánchez salga reluciente?

Imaginemos cómo transcurrirá ese monólogo brevemente interrumpido por la presentadora para efectuar sus «incisivas», pero poco mordedoras preguntas. Bueno inicia con una sonrisa cálida: «Señor presidente, bienvenido al Telediario». Sánchez, con su pose de estadista eterno, responde con ese carisma de vendedor de enciclopedias que ha perfeccionado a lo largo de los años. El tono, desde el principio, será amigable, como una conversación entre viejos conocidos en un café de Malasaña. Nada de hostilidades; al fin y al cabo, TVE es territorio amigo, financiado por todos, pero gestionado por unos pocos.

La primera pregunta, evidentemente previsible, versará sobre la economía. «Presidente, con la inflación controlada y el empleo en máximos, ¿cómo valora el panorama actual?». Sánchez, sin titubear, desplegará su arsenal de datos optimistas, hablando de «locomotora económica europea» y “políticas progresistas que protegen a la gente”. Pepa asentirá, quizás con un «efectivamente», y pasará a la siguiente, sin repreguntar sobre las sombras: el endeudamiento público que asfixiará a las generaciones futuras o las subvenciones que parecen favores partidistas. No le pondrá entre la espada y la pared, ni buscará golpearle en los costados con los datos de la economía doméstica y familiar.

Después llegará el turno de la corrupción, ese fantasma que persigue al PSOE casi desde su fundación. «¿Qué opina de las investigaciones en torno a su familia y al Gobierno que usted preside?». Sánchez, maestro del relato, desviará con maestría: «Son ataques de la extrema derecha, una judicialización de la política que no prosperará». Pepa podría, en un mundo ideal, contraatacar con detalles concretos: el caso de Begoña Gómez, los contratos dudosos, las acusaciones de tráfico de influencias. Pero, ¿lo hará? Lo dudo. En su lugar, una transición suave: “Entiendo, presidente. Hablemos ahora de la agenda internacional”. El tono permanecerá blando, como un colchón de plumas, permitiendo que Sánchez se acomode y exponga su visión de España como líder en Europa, sin mencionar los fiascos diplomáticos o las alianzas controvertidas con Venezuela o China.

No faltará el apartado social, donde Sánchez brilla como una estrella de Hollywood en su propio biopic. Temas como la igualdad de género, la transición ecológica o la vivienda. Pepa le dará pie: «¿Cuáles son los próximos pasos en la lucha contra el cambio climático?». Él responderá con promesas verdes, obviando el coste para las clases medias. ¿Habrá dureza? ¿Una pregunta sobre por qué las políticas energéticas han encarecido la luz para tantos hogares? Improbable. El masaje se intensifica en la espalda baja, relajando cualquier posible contractura derivada de la realidad.

«En TVE, bajo el mandato sanchista, la información es un servicio público, pero el público parece ser el Gobierno mismo»

Imaginemos también lo que no se dirá, esos vacíos elocuentes. No se mencionará el lawfare que Sánchez denuncia mientras practica su propia versión, ni las tensiones con Cataluña que amenazan la estabilidad nacional. Bueno, periodista experimentada, mantendrá el flujo conversacional, evitando confrontaciones. ¿Por qué? Porque en TVE, bajo el mandato sanchista, la información es un servicio público, pero el público parece ser el Gobierno mismo. La entrevista será un ejercicio de equilibrismo: aparentar objetividad mientras se inclina la balanza hacia el halago sutil.

Y al final, la despedida: «Gracias, señor presidente por su tiempo». Sánchez se irá con la satisfacción del deber cumplido, sabiendo que ha tenido una plataforma para su monólogo. Bueno, por su parte, habrá debutado sin salpicaduras, consolidando su regreso como una figura confiable en el ecosistema actual de la televisión pública. Pero, ¿y los espectadores? Quedaremos con una sensación de hastío, como la que deja un verano que prometía aventuras y solo trajo rutina. El comienzo de curso de un repetidor. Un septiembre más otoñal que veraniego.

Pepa Bueno tiene la oportunidad de ser dura e incisiva, de recordar que el periodismo no masajea mandatarios, sino que los cuestiona. Pero, si la historia reciente nos enseña algo, es que en TVE el presidente siempre sale a hombros. Ojalá me equivoque, pero el guion parece escrito de antemano.

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