El cholismo se congela en su mediocridad
«El empate en Vitoria no es sólo un punto, es un aviso. El día de la marmota del Cholo es el problema real»

Diego Pablo 'Cholo' Simeone durante esta pretemporada. | Craig Cowan (Zuma Press)
Vitoria, esa tierra fría del norte de España, se convirtió este fin de semana pasado en el escenario perfecto para un nuevo capítulo de la saga colchonera: un empate que sabe a poco, o más bien a nada, frente al Alavés. El Atlético de Madrid, ese equipo que parece condenado a repetir el mismo guion temporada tras temporada, salvó un punto gracias a un gol que, miremos por donde lo miremos, fue en claro fuera de juego. Un error arbitral que ha llevado al colegiado del VAR a ser castigado con la nevera. Apartado temporalmente, congelado en el banquillo de los árbitros, como si el frío vasco se hubiera colado en las salas de videoarbitraje de Las Rozas.
No puedo evitar recordar las reacciones que provocaron mis palabras tras la primera jornada de Liga. Algunos aficionados atléticos, esos guardianes del cholismo más ortodoxo, se metieron con un servidor por criticar a Simeone. Dije entonces que el equipo vive en un constante día de la marmota, repitiendo el mismo ciclo: empezar con ambiciones, tropezar en los detalles y acabar mirando la clasificación desde el tercer puesto. Afirmé que vivía en un bronceado continuo, ese tercer lugar que brilla como medalla de bronce, pero que sabe a poco para un club de la talla del Atlético.
Pues bien, queridos cholistas enfurecidos, mirad ahora: dos puntos de nueve posibles en las tres primeras jornadas. Un inicio desastroso que, en cualquier otro grande de Europa, provocaría terremotos en la institución. Pero aquí no pasa nada. La exigencia brilla por su ausencia, como si el Metropolitano fuera un spa donde todo se soluciona con unos baños termales y un «ya mejoraremos».
El incidente del VAR no es aislado; es sintomático de un fútbol donde la tecnología promete justicia, pero a veces entrega caos. Pero en el caso del Atlético, sirve de excusa perfecta para tapar las carencias propias. Simeone, en rueda de prensa postpartido, habló de «lucha» y «compromiso», palabras que suenan a disco rayado. ¿Dónde está la ambición por el título? ¿Por qué conformarse con el podio cuando se invierten millonadas en fichajes como Julián Álvarez o Baena? El argentino ha transformado al Atlético en un equipo previsible, que cuando gana lo hace por inercia, pero pierde el alma en el proceso.
Recuerdo el espíritu de mis palabras de mi anterior artículo sobre el Atlético de Madrid y su entrenador: «Simeone vive en un bronceado continuo, pero puede que acabe con un color de cara blanquecino, gélido como lo que te hace sentir el juego de su equipo, nevado como parece el terreno de juego que pisan sus jugadores y que les hace moverse con la dificultad que demuestran al no llevar esquís». Pues sí, el frío se instala. En Vitoria, el césped no estaba nevado, pero los jugadores rojiblancos se movían como esquiadores sin el equipo necesario: lentos, torpes, sin fluidez. Dos puntos de nueve posibles, derrota con el Espanyol y dos empates con los «humildísimos» Elche y Alavés, y parte de la afición sigue aplaudiendo el plan cholista. ¿Poca exigencia? Es un eufemismo. Es conformismo crónico.
Imaginemos por un momento qué pasaría en el Real Madrid o el Barcelona con un arranque similar. Portadas incendiarias, crisis en el vestuario, debates en tertulias hasta la madrugada. En el Atlético, silencio. Simeone es intocable, un tótem que ha dado títulos, nadie lo niega, pero que ahora parece anclado en el pasado. Su fútbol, conservador hasta el extremo, aburre incluso a los suyos. Los aficionados más «amantes» de Diego Pablo Simeone deberían mirarse al espejo y preguntarse: ¿queréis vivir en un tercero eterno dentro del edificio o aspirar a más y dominar la azotea desde la que tocar el cielo?
El empate en Vitoria no es sólo un punto, es un aviso. El VAR congelado en el error es sólo una anécdota. El día de la marmota del Cholo es el problema real. Si no cambia, el bronceado se convertirá en escarcha. Y entonces, ni los esquís salvarán a este equipo de resbalar sobre la mediocridad.