Pérez-Reverte, un mosquetero contra la política española
«Pablo Motos, rendido ante el invitado, dejó que el monólogo fluyera, y el público aplaudió como si asistiera a un auto de fe contemporáneo»

El autor Arturo Pérez-Reverte durante un evento en diciembre de 2024. | Europa Press
En una noche de principios septiembre que olía a un otoño cercano, Arturo Pérez-Reverte regresó al plató de El Hormiguero como un viejo capitán que vuelve al campo de batalla. El escritor cartagenero presentaba su última novela, Misión en París, la octava entrega de la saga del Capitán Alatriste. Han pasado 14 años desde El puente de los asesinos, pero Alatriste no envejece: sigue siendo ese espadachín melancólico, envuelto en intrigas cortesanas y duelos a medianoche, ahora en la Francia de los tres mosqueteros. Pero pronto, como en sus novelas, la conversación viró del papel a la realidad, y el autor y exreportero de guerra, sacó la artillería pesada contra el panorama político español. Pablo Motos, rendido ante el invitado, dejó que el monólogo fluyera, y el público aplaudió como si asistiera a un auto de fe contemporáneo.
Empezó por Pedro Sánchez, el inquilino de Moncloa que, según él, se aferra al poder como un náufrago a un madero. «Está vendiendo hasta a su abuela», espetó, insinuando que el presidente haría lo que fuera por no soltar la silla. No le ve saliendo por la puerta grande: desacreditado en Europa, sin opciones internacionales, Sánchez preferiría perder las elecciones y aguantar en la oposición antes que retirarse. «No se va a ir, aunque pierda», predijo, comparándolo con un pollo sin cabeza que corre en círculos. Para Reverte, Sánchez representa esa ambición ciega que ignora el bien común, un líder solo en su torre, rodeado de cortesanos que no lo quieren de verdad. «Le da igual todo», remató, pintando un retrato de oportunismo puro, donde el poder no es medio, sino el fin.
Pero el dardo más afilado fue para José Luis Rodríguez Zapatero, el expresidente al que Reverte tildó de «tonto que se hizo malo». Según el escritor, Zapatero reabrió heridas cerradas, trayendo de vuelta el fantasma de la Guerra Civil y fomentando el enfrentamiento entre hermanos. «Sacó el enfrentamiento de nuevo», lamentó, atribuyéndole las fracturas sociales que aún sangran en el debate actual. Para Reverte, los tontos son más peligrosos que los malos, porque su ingenuidad inicial se corrompe en maldad calculada. Zapatero, en su visión, no solo erró por bisoñez, sino que persistió en el error, dejando un legado de división que Sánchez ha heredado y explotado.
No se salvó Alberto Núñez Feijóo, el líder del PP, aunque Reverte le guarde un cariño personal. Recordó que Feijóo, en su etapa al frente de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, impulsó un sello conmemorativo de Alatriste, un gesto que el escritor no olvida. «Le debo una», admitió. Sin embargo, criticó sus virajes recientes confesando no entender su estrategia. «Sería mejor presidente que líder de la oposición», que Feijóo brilla más en la gestión que en la trinchera parlamentaria. Es un halago a medias: Reverte ve en él potencial, pero también inconsistencia, como un espadachín que duda en el momento del envite.
El turno de la izquierda radical llegó con Pablo Iglesias, al que Reverte despachó con desdén contenido. Lo ve como un ideólogo fallido, un predicador de utopías que ha terminado en el ostracismo mediático. «Ha perdido el norte», insinuó, criticando su paso por el poder como un ejercicio de hipocresía: del 15-M a los salones ministeriales, Iglesias representa para él la traición a los ideales. Similar suerte corrió Yolanda Díaz, ridiculizada en el plató con aplausos del público. Reverte la pintó como una figura inconsistente, una ministra de Trabajo que promete mucho y entrega poco, envuelta en retórica vacía.
Vox, el partido de Santiago Abascal, mereció un análisis más matizado. Reverte lo llamó «el gran revulsivo político» de España, un grupo que ocupa un espacio huérfano de ideas claras. «Tienen pensadores muy potentes», alabó, reconociendo que sus propuestas, aunque para algunos siniestras, son reconocibles en un país falto de rumbo. «Vox beneficia a todos menos al PP, con quien compite directamente, y crece en un vacío ideológico generalizado».
Pero más allá de los nombres, Reverte elevó el discurso a lo universal. Habló del PNV como «el partido más inmoral de todos», un grupo sin escrúpulos que negocia con el diablo por intereses locales. Tocó el islam, declarándolo «incompatible con la democracia», un choque cultural que Europa no debe ignorar. Europa para él, es un paciente moribundo, servil a Trump y temeroso de Putin. En este panorama desolador, Reverte ofreció un antídoto: la cultura. «La única manera de protegerse del poder y de sus mentiras es con la cultura, leyendo e informándose», sentenció.
En un mundo de fake news y manipuladores, el libro es la espada y el conocimiento el escudo. Leyó el prólogo de A sangre y fuego de Chaves Nogales, un recordatorio de que la verdad se encuentra entre las páginas de la primera línea de batalla, y no en las ideologías llenas de tachones. «Lean, infórmense», urgió, como un capitán que advierte a su tropa antes de la batalla.
Su nuevo libro Misión en París quedó en segundo plano, pero el mensaje caló: en tiempos de políticos siniestros y sociedades adormecidas, Alatriste nos recuerda que la verdadera aventura es resistir con inteligencia. España, con sus fracturas, necesita más lectores y menos charlatanes. Más cultura y menos basura intrascendente navegando por nuestras cabezas. Pérez-Reverte quiso dejar ese único mensaje, y si ese era su objetivo, parece claro que lo consiguió.