Radar para detectar tontos: hablan mal de Carlos Alcaraz
«Eso es lo que duele: la envidia ante alguien que equilibra vida personal y profesional con maestría»

Carlos Alcaraz en Nueva York con el trofeo del US Open 2025. | Europa Press
En un mundo donde el deporte se entremezcla con la política, las redes sociales y las envidias cotidianas, surge una figura que brilla con luz propia: Carlos Alcaraz. El pasado domingo, el murciano se coronó por segunda vez en el US Open, derrotando en una final épica a Sinner. Fue un partido que quedará grabado en la historia del tenis: cuatro sets intensos, con un Alcaraz que demostró no sólo su talento innato, sino su madurez emocional y su capacidad para sobreponerse a las adversidades. Con sólo 22 años, acumula seis Grand Slams en su palmarés, superando récords que parecían inalcanzables para su generación. Pero más allá de las estadísticas, lo que hace grande a Alcaraz es su autenticidad, esa frescura que lo convierte en un ídolo accesible, lejos de los divos intocables del circuito. Pero permítanme detenerme en su última victoria. Su segundo US Open lo consolida como el heredero natural de la era post-Big Three. Nadal, Federer y Djokovic deben estar orgullosos. El relevo está en manos seguras.
Pero es cuando llegan las redes sociales. Ese pozo sin fondo de opiniones gratuitas donde los «de siempre», esos críticos de la razón impura, armados con teclados y resentimientos, encuentran carnaza para atacar. Apenas unas horas después de la victoria, Alcaraz cometió el «pecado» de mencionar en su entrevista post-partido que era un honor que Donald Trump, el presidente de Estados Unidos, estuviera en la final viéndole jugar. ¡Horror! Inmediatamente, las hordas digitales se lanzaron al cuello. «Fascista», «trumpista», «insensible»… Los epítetos volaron como pelotas en un entrenamiento.
Vamos a contextualizar: Trump fue elegido democráticamente por los estadounidenses en las elecciones de 2024, asumiendo el cargo en enero de 2025. Es la máxima autoridad institucional de la nación anfitriona del torneo. Alcaraz, con su educación y respeto, se refería claramente a la figura del presidente de Estados Unidos, no a Trump en particular. Es como si un tenista extranjero dijera que es un honor que el Rey de España asista a la final del Conde de Godó, y en su país se le acusara de monárquico por el simple hecho de ser educado. Estos son los que llaman fascistas a los demás.
En un mundo polarizado, donde todo se interpreta a través del prisma ideológico, un comentario inocuo se convierte en munición. Ignoran que Alcaraz es un deportista, no un analista político. Su declaración fue cortés, diplomática, propia de alguien que entiende el protocolo en eventos de esa magnitud. La hipocresía es flagrante. Alcaraz no se alineó con Trump; simplemente reconoció la presencia de la autoridad máxima del país. Si hubiera sido Biden u Obama, aplaudirían. Pero como es Trump, el villano perfecto para este sector, lo crucifican. Es un radar infalible para detectar tontos. Estos críticos, casi siempre tumbados en sus sofás llenos de restos de patatas fritas, proyectan sus frustraciones en figuras que al contrario de ellas sí que son exitosas.
Y no termina ahí. Otros ataques vinieron por el documental de Netflix sobre su vida, donde Alcaraz no se oculta: cuenta abiertamente que en vacaciones se va a Ibiza con amigos, sale hasta las tantas y se toma unas cuantas copas. ¡Escándalo! Como si el resto de los mortales no hiciéramos lo mismo. ¿Quién no ha disfrutado de una noche de fiesta en verano? Alcaraz, con su honestidad brutal, rompe el molde del deportista perfecto, ese robot sin vicios que solo entrena y duerme. Él admite que es humano, que necesita desconectar para recargar pilas. Y miren: le cunde. Sus resultados hablan por sí solos. Mientras él levanta trofeos, sus críticos no pasan de ser trabajadores frustrados, atascados en rutinas mediocres, sin destacar por la excelencia en sus labores. Eso es lo que duele: la envidia ante alguien que equilibra vida personal y profesional con maestría.
Pensemos en ello. Alcaraz entrena como un animal durante la temporada: horas en la pista, gimnasio, nutrición estricta. Pero cuando toca descanso, lo aprovecha al máximo. Ibiza no es un pecado; es un respiro necesario. En el documental, lo cuenta sin filtros, inspirando a los jóvenes a ser auténticos. Criticar eso es patético. ¿Prefieren un ídolo falso, que mienta sobre su vida privada? No, gracias. Alcaraz representa la nueva generación: talentosa, real, sin máscaras. Sus detractores, en cambio, destilan amargura. Son esos que, en sus trabajos no innovan, no destacan, y culpan al mundo de sus fracasos. Alcaraz gana porque trabaja duro y disfruta; ellos pierden porque critican en vez de actuar.
En resumen, esta victoria en el US Open no solo engrandece a Alcaraz, sino que expone las miserias de una sociedad obsesionada con juzgar. Defendámoslo: es un campeón en la cancha y fuera de ella. Que los tontos sigan ladrando; el radar los detecta a leguas. Y que Alcaraz nos siga dando alegrías.