Pablo Iglesias elige que sus hijos sean rubios
«Ha elegido el camino de la comodidad burguesa, dejando atrás la retórica de la igualdad»

El exlíder de Podemos, Pablo Iglesias.
En el mundo de la política española pocos personajes han encarnado tan vivamente el dicho de «haz lo que yo digo, no lo que yo hago» como Pablo Iglesias. El exlíder de Podemos, que se erigió como paladín de la igualdad social y defensor acérrimo de la educación pública, ha dado un nuevo giro a su narrativa personal. Según revelaciones recientes, Iglesias y su pareja, Irene Montero, han matriculado a sus tres hijos, los mellizos Leo y Manuel, y Aitana en un colegio privado ubicado en Las Rozas. El coste: 500 euros mensuales por niño, lo que suma 1.500 euros al mes para la familia.
En 2019, durante las elecciones generales, Iglesias votó en el Colegio Público La Navata de Galapagar, su municipio de residencia. Tras depositar su voto, declaró públicamente: «He votado en el colegio público donde espero que vayan mis hijos cuando sean mayores». Aquella frase, pronunciada con el tono de convicción que le caracteriza, parecía un compromiso inquebrantable con la educación pública. Sus hijos, entonces aún pequeños, eran presentados como futuros alumnos de ese centro, símbolo de la integración y la igualdad que tanto defendía. Sin embargo, el tiempo ha desmentido aquellas palabras. Hoy, en 2025, con sus hijos en edad escolar, Iglesias ha optado por un centro privado en Las Rozas, un enclave de lujo donde las clases no superan los 24 alumnos y las instalaciones incluyen todo tipo de comodidades.
Pero vayamos más allá. La crítica de Iglesias a la educación privada no se limitaba a preferencias personales; era una denuncia ideológica profunda. En una entrevista en la Cadena SER hace unos años, Iglesias arremetió contra los padres que eligen colegios privados para sus hijos. Dijo textualmente: «Papá y mamá quieren llevar al niño al colegio privado súper especial, no quieren que haya niños gitanos, ni quieren que haya niños que sean hijos de un trabajador ecuatoriano o de un trabajador colombiano… quieren que sus niños se relacionen con los niños rubitos de las buenas familias». Aquellas palabras, cargadas de desprecio hacia la educación privada, pintaban un retrato de la élite como segregacionista y racista. Iglesias se posicionaba como el defensor de la mezcla social, de la diversidad en las aulas, donde los hijos de inmigrantes y de familias humildes pudieran convivir con los de la clase media.
Hoy, esa retórica se vuelve en su contra como un bumerán. Al matricular a sus hijos en un colegio privado de 500 euros por cabeza, Iglesias parece preferir que Leo, Manuel y Aitana sean precisamente esos «niños rubitos de buenas familias» que tanto criticaba. ¿Dónde queda la integración con los hijos de ecuatorianos o colombianos? ¿Dónde la defensa de la educación pública como espacio de igualdad? La respuesta es clara: en el cajón de los discursos olvidados, sustituidos por las comodidades de la élite que Iglesias juró combatir.
Esta no es una decisión aislada; forma parte de un patrón de comportamiento que revela cómo Iglesias ha abrazado el estilo de vida que denunciaba. Recordemos el famoso «casoplón» de Galapagar, el chalet que compraron en 2018 por más de 600.000 euros. Una vivienda de 250 metros cuadrados, con piscina, jardín amplio, huerta, chimenea y hasta una casa de invitados. Ubicada en una urbanización exclusiva, Riomonte, donde el chalet de Iglesias es uno de los más majestuosos. En su momento, la compra generó un escándalo interno en Podemos, llevando incluso a una consulta entre las bases para ratificar su liderazgo. Iglesias defendió la adquisición argumentando su necesidad de privacidad y seguridad, pero el simbolismo era innegable: el líder antisistema viviendo como un burgués acomodado.
En Galapagar no le falta de nada. Piscina para refrescarse en verano, espacios amplios para la familia, y un entorno tranquilo lejos del bullicio urbano. Es el sueño de cualquier «familia de bien», esas mismas que Iglesias acusaba de clasistas. Y no es casualidad: desde que dejó la vicepresidencia del Gobierno en 2021, Iglesias ha ido consolidando esta vida de privilegios hasta convertirse en un empresario malvado más como los que él critica. Empresario hostelero como dueño de la taberna Garibaldi y el CEO y director de Canal Red. Sus hijos crecen en una burbuja de comodidad, alejados de las realidades que su padre predicaba querer cambiar.
Este verano Irene Montero ha disfrutado de unos días en Menorca, en las Islas Baleares, junto a su amiga Ione Belarra y un grupo de compañeras. Fotos en playas vírgenes, desayunos gourmet y posados en la playa han inundado las redes. Unas vacaciones idílicas, pero hipócritas hasta el tuétano. Montero y su entorno han criticado repetidamente el turismo masivo que «destruye» lugares como las Baleares, acusando a los visitantes de saturar las islas y degradar el medio ambiente. Sin embargo, allí estaban ellas, comportándose como las turistas que denuncian: ocupando calas, disfrutando de la oferta hotelera y contribuyendo al mismo modelo que critican. ¿Es esto coherencia? No, es el enésimo ejemplo de cómo Iglesias y Montero han tomado todas las decisiones posibles para asimilarse a la élite.
En conclusión, Pablo Iglesias no solo ha abandonado sus principios; los ha invertido. Prefiere que sus hijos sean esos «niños rubitos de buenas familias», educados en entornos privados, viviendo en chalets lujosos y veraneando en destinos exclusivos. Ha elegido el camino de la comodidad burguesa, dejando atrás la retórica de la igualdad. Su hipocresía erosiona gravemente la poca credibilidad que pueda quedarle.