Mar Flores: cuando el amor es un buen negocio y la memoria, muy selectiva
«Quiere darnos pena porque ella ha sufrido mucho a medida que iba dejando atrás millonarios y acumulando casas en Ibiza»

Mar Flores. | Ilustración de Alejandra Svriz
¡Pobre Mar Flores! Al parecer, la experta en caza mayor cuando hablamos de grandes empresarios, ha tenido una vida muy dura. Veamos cómo la presenta la revista Diez Minutos: «La modelo tiene varias casas repartidas por España, pero al que llama hogar se encuentra en Madrid: un precioso chalet rodeado de vegetación y con piscina, a pocos minutos del centro y en una de las zonas exclusivas».
Pero Mar Flores ha publicado sus memorias y quiere darnos pena porque ella ha sufrido mucho, pero mucho, mucho, a medida que iba dejando atrás empresarios millonarios y acumulando casas en Ibiza y Marbella donde sanar su roto corazón. El libro se titula Mar en calma, pero en realidad su lectura evoca más una tormenta contenida: no por lo que cuenta, sino por lo que sugiere, lo que insinúa y, sobre todo, por lo que calla de manera estruendosa. A medio camino entre el ajuste de cuentas sentimental y la terapia guiada por editorial, Flores se decide por fin a hablar de «todos los hombres de su vida», como si de un censo emocional se tratara, y nos invita a repasar con ella un catálogo de poderosos que, en un momento u otro, la amaron, la abandonaron o —según su versión— la traicionaron.
No se puede negar que Mar Flores ha tenido ojo: empresarios, aristócratas, herederos, nobles con título y billetera. Su don para conocer y conquistar millonarios vale su peso en oro. Su tendencia a coleccionar hombres con apellidos de consejo de administración parece más bien una constante vital que un simple accidente del corazón. En sus páginas desfilan Alessandro Lequio, Fernando Fernández Tapias, Cayetano Martínez de Irujo, Carlo Costanzia —marido de un solo hijo y varios litigios— y, por supuesto, Javier Merino, el padre de sus hijos pequeños, empresario y exmarido con quien las relaciones, como en una junta general de accionistas, acabaron siendo frías, formales y con abogados de por medio.
Una de las grandes perlas de este libro es el relato de su relación con Lequio, a quien describe sin ambages como un hombre «cruel, machista y vengativo». Según Flores, fue él quien contribuyó a su hundimiento personal tras la publicación, en 1999, de unas fotos íntimas tomadas en Roma, una filtración que —si uno lee entre líneas— habría sido fruto de una traición cuidadosamente orquestada. Lequio, por supuesto, ha respondido con su estilo habitual, entre altivo y desdeñoso, asegurando que Mar «se ha reinventado a sí misma» y que lo suyo no es la memoria, sino la ficción creativa sin frenos. La batalla dialéctica promete nuevos capítulos, y en esa contienda ambos parecen saber jugar muy bien a eso de manipular el relato. Se avecina negocio de plató a la vista, al menos al conde le va a cundir en sus colaboraciones.
Pero no es el único fuego que enciende. Contra Carlo Costanzia —el primero en la lista oficial de ex— lanza una acusación más seria: que le «robó» a su hijo Carlo Jr. de la guardería y lo llevó a Italia sin su consentimiento. Una desaparición temporal, sin rastro del niño durante meses, pese a que la custodia legal estaba de su lado. Aquí el relato entra en zona peligrosa, pues pone en entredicho la responsabilidad de un padre y remueve heridas familiares aún abiertas. No en vano, el propio Carlo Jr. ha manifestado estar «desconcertado» con las memorias de su madre. No dice que mienta, pero tampoco parece que esté entusiasmado con su nueva faceta de narradora.
Pese a su envoltorio de catarsis, la biografía parece tener muy clara su vocación mediática. Hay algo profundamente calculado en su estructura: un equilibrio entre el morbo, la victimización y una necesidad de redención pública que recuerda más a una operación de relaciones públicas que a una ambición literaria. Algunos fragmentos rezuman autoayuda y superación personal, como si entre reunión de producción y acto benéfico, Mar hubiera encontrado también tiempo para el mindfulness emocional. Pero en cuanto escarbas un poco, se intuye la idea de ese mundo de poder donde ella, rodeada siempre de hombres importantes, trata de reescribir su papel no solo como mujer deseada, sino como figura sobreviviente en un tablero lleno de tiburones: un mar revuelto y turbio en el que ella se movía con la agilidad de una sirena.
Mónica Pont, actriz y comentarista en sus ratos libres, no ha tardado en afilar el colmillo, asegurando que a Mar «no le interesa contar quién es de verdad», sino más bien ofrecer una versión higienizada, edulcorada y apta para el prime time de los programas de corazón. Y es posible que tenga razón: no estamos ante un retrato de luces y sombras, sino ante un escaparate cuidadosamente iluminado donde el maquillaje emocional cubre más de lo que revela. La pregunta no es tanto qué ha contado, sino por qué ha elegido contarlo ahora, cuando todos volvíamos a saber de ella por su nieta y su consuegra, Terelu. Es que no es lo mismo ser protagonista que secundaria.
En este desfile sentimental y de confesiones por entregas, Mar no parece cuestionarse nunca el patrón repetido de su vida amorosa: empresarios, hombres con poder, vínculos marcados por el desequilibrio de estatus. No hay autocrítica, ni siquiera un atisbo de reflexión sobre por qué siempre acabó en brazos de quienes luego la harían llorar en platós. Tal vez ahí esté la verdadera oportunidad perdida de este libro: explorar, más allá del dolor ajeno, el porqué de sus propias elecciones. Pero para eso hace falta un tipo de valentía que no cabe en 250 páginas de confidencias editadas.
Mar en calma es un ejercicio de reposicionamiento, de control narrativo, de batalla emocional donde la autora se da el lujo de elegir quién queda bien, quién queda mal y qué episodios deben olvidarse. Que para eso lo ha escrito ella. Bueno, eso se supone, claro. Más que una autobiografía, parece un comunicado largo. Lo cual, visto lo visto, es mucho más útil que la verdad.