Hace 50 años 'El Lobo' salvó la vida y consiguió la detención de 158 etarras
El 16 de septiembre de 1975, tres etarras no consumaron el asesinato de Lejarza

Mikel Lejarza, 'El Lobo'.
Es una de las grandes noticias para muchos y la peor para otros. Se cumplen exactamente 50 años del mayor éxito histórico de la lucha contra terrorista fundamentado en la infiltración de un joven, Mikel Lejarza, en la banda terrorista ETA. Nadie le infligió a la organización un daño similar en toda su historia. Un joven vasco, inexperto en el mundo del espionaje, con una preparación escasa, se codeó con los terroristas hasta casi acabar con ellos. Muchos, digo al principio, nos alegramos por lo que supuso su éxito jugándose la vida. Otros nunca se lo han perdonado y tratarán por todos los modos de desprestigiarle y, si les dejan, matarle. Déjenme que les narre las claves de estos días que convirtieron a Lejarza en un héroe para la inmensa mayoría de los españoles, utilizando sus conversaciones conmigo y lo que publicamos en nuestro libro Yo confieso.
Comencemos el 16 de septiembre, el día en el que se cumplen 50 años del momento en que tres etarras decidieron acabar con su vida y no lo ejecutaron porque les convenció de que no era un infiltrado de los servicios secretos.
«Tras reunirme con otros etarras en un bar de la Gran Vía, me dijeron: ‘Vamos a las afueras, tenemos que hablar contigo’, e interpreté que todo se había terminado. Nunca se me olvidará ese día. Fuimos en un coche Ezkerra, Montxo y Jon. Ellos estaban nerviosos, y yo mosqueado porque no sabía lo que se les pasaba por la cabeza. Querían que condujera yo, pero le dije a uno que lo hiciera él y me senté detrás, un sitio más seguro por si sucedía algo. Pensé: ‘Aquí terminamos a tiros, me llevo por delante a alguno, me pegarán a mí, pero no me quedaré quieto’. Fuimos a la zona universitaria y les advertí que estaban de exámenes, lleno de policías, y no era buen sitio para quedarse. Los llevé a una terraza solitaria en el paseo del Pintor Rosales, junto al parque del Oeste, que entonces era un bosque. Ratifiqué su nerviosismo y decidí romper el hielo:
—¿Qué pasa?
Montxo empezó a hablar con Ezkerra:
—¿Le dices tú o le digo yo?
Ezkerra se arrancó:
—Una vez a mí me achacaron que era un agente de la CIA y tuve que demostrar que no.
—¿A qué viene esto?»
Ezkerra: «Eres un agente infiltrado y te llaman El Lobo»
«Sabemos por el movimiento catalán que han oído en las noticias de la BBC que tenemos un agente infiltrado de los servicios secretos españoles. Y ese agente eres tú y te llaman El Lobo.
De la forma en que me lo dijeron me salió una risa espontánea, nadie se lo puede imaginar.
—Gorka, estamos hablando en serio.
Yo seguía llorando de la risa.
—Ezkerra, ¿de verdad lo dices en serio?
-Sí sí, por eso te he contado lo mío.
—¿De verdad vas en serio? —repetí.
—Gorka, tómatelo en serio.
Yo llevaba mis dos pistolas, la Browning grande y la Firebird más pequeña. Las saqué y se las entregué.
—Te las metes por el culo, sois unos putos mierdas. Me tenéis aquí tres meses tirado esperando como un puto cabrón, escondido como un perro, y ahora venís y me acusáis de ser un agente secreto. Si soy un agente, ahora me voy y vosotros me pegáis un tiro.
Me alejé. Se quedaron fríos.
—Gorka, ven, ven, que todo se habla. Hay una forma de dejar bien las cosas. Una es que te vuelvas a Francia y te quedes allí, y la otra es que actúes con nosotros, que tenemos ahora un montón de cosas que hacer.
—Mira, a mí me da exactamente igual, pero yo empecé en la organización para hacer lo mismo que vosotros hacéis. Vosotros fuisteis los que me elegisteis para esto, para organizar la infraestructura, pero yo desde el principio dije que quería actuar con los comandos operativos.
Mentira puñetera.
—Genial, pues así lo hacemos y ya está.
—Pero una cosa —continué—, ¿qué hacemos con los de Barcelona?, que los tengo a todos tirados.
—No, no, tú te vas a Barcelona, los colocas a cada uno en los pisos que tengas, luego te vienes y actuamos.
—Vale, ahora el tonto se va a Barcelona.»
Lejarza: «Hijos de puta, habéis estado a punto de picarme»
«Nos despedimos con grandes abrazos. Yo por dentro pensaba: «Hijos de puta, cabrones, habéis estado a punto de picarme».
A la vuelta, en la cafetería California, de Gran Vía, estaba esperándome Carlos. Lo vi con cara compungida, lo agarré y le lancé:
—Ahora dime que sabíais algo de que los de ETA me habían identificado.
—Lo sabíamos, porque la BBC dijo por la radio que había un infiltrado al que llaman El Lobo.
—¡Me cago en la leche!, lo que he tenido que pasar.
—¿Ves?, has podido con ello, porque si lo llegas a saber podría haber sido peor.
—¡El rato que he pasado!
—Pues esto se ha acabado.
—Pues no, porque primero tengo que ir a Barcelona para colocar a toda la gente en su sitio.
Los míos no se creían el resultado de mi encuentro. Hubo una reunión en el centro y decidieron que llevara a todos los etarras a los pisos de Barcelona y que por la noche detenían a todo quisqui. Me dijeron: «Y armamos la de San Quintín en España. A ti te encerramos en el hotel Colón mientras los detenemos a todos». Es la pesadilla del agente de inteligencia: cuando has pasado toda la información, te tienes que hacer a un lado para que otros ejecuten la operación. Pero me rebelé.»
Lejarza: «Detenedme a mí también y luego me escapo»
«—¡Cómo vamos a acabar con esto! —le dije indignado a Carlos—. Cuando realicéis las detenciones, lo que tenéis que hacer es detenerme a mí también, llevarme a un calabozo. Y montamos un plan para que yo me escape con alguno más, para que no parezca extraño. Cojo a un tío o dos de los normales, y nos escapamos. Durante la huida, en mitad de un forcejeo, me pegáis un tiro en el hombro, y yo me largo herido a Francia. Porque el número uno en Francia voy a ser yo.
Lo hablaron en el comité ejecutivo del SECED y decidieron que «por nada del mundo, que no, que no». Y luego, con el tiempo, Andrés Cassinello, que entonces era el número dos del SECED, me dijo: «Te libré de un tiro en el hombro». Yo le contesté: «Pero a lo mejor habríamos evitado muchísimas muertes con ese tiro».
Habríamos hecho lo que hubiéramos querido. Habríamos acabado con la organización de una forma pacífica y tranquila. La mente del servicio iba de una manera y yo de otra. En ese momento no sabía por dónde iba a tirar ETA, pero no tenía dudas de que iba a continuar para adelante. Pensé que si seguían y no los controlábamos desde dentro, por mucho que tuviéramos vigilados los pisos, los activistas y todo eso, íbamos a seguir sin acabar con los tiros.
A mí nadie me quita esa idea de la cabeza. Y no son solo los muertos que podríamos haber evitado, sino los dramas familiares, la gente que ha quedado inútil, los heridos, el desastre que ha provocado en España el terrorismo. Todo eso son mis típicas luchas internas mientras le doy vueltas a la cabeza… cuando por las noches no puedo dormir.»
Detenida la cúpula de ETA
El 18 de septiembre comenzó la intervención policial. Durante todo el año anterior, El Lobo había facilitado al servicio secreto información de calidad sobre la organización armada y los espías habían conseguido identificar y localizar a cerca de 200 etarras siguiendo a Lejarza a todas partes, controlando a los etarras que se reunían con él, vigilando los pisos en los que estaban escondidos y escuchando las grabaciones procedentes de los micrófonos ocultos.
La información oficial, citada por el diario El País el 2 de mayo de 2018, habla de que ese día y en los meses posteriores, gracias al trabajo de Mikel Lejarza, se produjeron detenciones en Galicia, Cataluña, Madrid y el País Vasco. Hablan de 158 etarras detenidos, «entre ellos siete de los diez integrantes de la cúpula». Un éxito nunca igualado.