The Objective
Hastío y estío

Cuando el hermano de Sánchez se escondió en la Moncloa

«No es solo una anécdota fiscal, sino un reflejo sintomático de la opacidad que envuelve a la familia Sánchez»

Cuando el hermano de Sánchez se escondió en la Moncloa

Ilustración de Alejandra Svriz.

David Sánchez, hermano del presidente del Gobierno, y su esposa, la japonesa Kaori Matsumoto, vivieron durante varios meses ocultos en la Moncloa. Todo ello mientras declaraban residir en Portugal para pagar menos impuestos. Sí, han leído bien: el hermano del inquilino de la sede presidencial se instaló en el palacio con cargo al erario público, simulando una vida portuguesa a lo Luis Figo, que nació allí, pero que también vive en Madrid.

David Sánchez, ese prestigioso músico, defendió en un juzgado su residencia fiscal en Portugal. El hermano del presidente argumentaba que pasaba la mayor parte del año en el país vecino, lo que le permitía tributar a tipos impositivos más bajos que en España. David y Kaori no sólo no residían en Portugal, sino que su estancia allí fue un montaje diseñado para eludir al fisco. En su lugar, optaron por la comodidad de la Moncloa, el complejo presidencial que, al parecer, se convirtió en una residencia privada improvisada para la familia añadida. Durante al menos varios meses, el matrimonio se instaló en dependencias del palacio, disfrutando de las comodidades que el dinero público proporciona. Su presencia era tan discreta que el personal de Moncloa apenas la notaba.

Este escándalo no es solo una anécdota fiscal, sino un reflejo sintomático de la opacidad que envuelve a la familia Sánchez. Pedro, que se presenta como el paladín de la transparencia y la igualdad ante la ley, permite que su hermano use la Moncloa como refugio fiscal. Es el colmo de la hipocresía: mientras el Gobierno sube impuestos a los ciudadanos de a pie, el «hermanísimo» se esconde en el palacio para ahorrarse unos euros que no podrán ser destinados ni a la sanidad ni a la educación pública, con lo que a esa familia y al partido que representan, tanto les gusta reivindicarlas.  

¿Cómo se las apañarían David y Kaori para esconderse en la Moncloa sin que nadie los viera? Imaginemos esta posibilidad: Pedro y su esposa, Begoña Gómez, convertidos en improvisados guardianes. Ahora que Alejandro Amenábar está de moda por su nueva película sobre Cervantes, donde el inmortal escritor es homosexual sólo en la cabeza del director, me viene a la mente una de sus mejores obras: Los otros. En esa joya del cine de suspense, Nicole Kidman interpreta a una madre que protege a sus hijos fotofóbicos de la luz solar. Corre las cortinas de la mansión victoriana con un frenesí obsesivo, asegurándose de que no entre ni un hilillo de sol que pueda dañar a los pequeños. ¿No les parece una ocupación perfecta para los inquilinos oficiales de la Moncloa?

Visualícenlo: Pedro Sánchez y Begoña recorriendo las estancias del palacio al amanecer. «¡Corran las cortinas, que viene el sol y con él los curiosos!», gritaría Pedro mientras baja persianas y apaga luces. David Sánchez como «vampiro» fiscal, se refugiaría en las sombras, temiendo que un rayo de luz, o peor, un periodista revele su presencia. O quizás, para mayor tragicomedia, se esconderían debajo de la cama presidencial cuando el personal de limpieza entrara en la habitación. Imaginen a David conteniendo la respiración bajo el colchón presidencial, mientras Kaori, con su elegancia japonesa, se acurruca en un armario, entre trajes de Armani y corbatas diplomáticas. «Shh, que viene el mayordomo», susurraría ella, y David respondería con un «¡Esto es peor que tener que dar un concierto en Badajoz!».

Esta peripecia va a aparecer en el próximo libro de Alejandro Entrambasaguas, La Sagrada Familia, una crónica implacable de los entresijos de la familia Sánchez y sus más allegados, que ya se perfila como un éxito editorial. Entrambasaguas dedica un capítulo a este episodio al que debería titular «David Sánchez, con la música a ninguna parte». Allí detallará cómo la familia presidencial transformó la Moncloa en un hotel de cinco estrellas «todo incluido», mientras el resto de españoles pagábamos la factura. Me alegro de que nuestros hermanos portugueses no hayan tenido que soportar semejante castigo. Su paisano y escritor universal, Fernando Pessoa, ya había escrito en el primer tercio del siglo XX El libro del desasosiego, y no era plan que otro portugués tuviera que escribir una segunda parte por culpa de un personaje verdaderamente gris y anodino. Pessoa decía que el poeta es un fingidor, y parece que el «hermanísimo» ha querido sublimar vivir como si lo fuera. Lo que está claro es que el fin del mundo llegará antes que su primer verso.

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